Tuve la oportunidad de escucharlo durante una eucaristía en la capilla de la Universidad de la Salle. Menudito, tranquilo, Pachito de Roux transmitía todo lo contrario a la idea que tenemos de un sacerdote: no es amigo de los halagos, no es ostentoso, no gusta de los eventos sociales. Es, sencillamente, un obrero de Dios. Al finalizar la misma crucé una avalancha de personas para tener el gusto de estrechar su mano, no por fanatismo barato, sino por un respeto absoluto a lo que su persona significaba para quienes habíamos estudiado su accionar. Y es que las noticias que de él se escuchaban impresionaban a cualquiera: inmerso en una experiencia sin igual en el Magdalena medio, rodeado de radicales de ambos bandos (paramilitares por un lado y guerrilleros por el otro), era una de las pocas personas que podía moverse por aquella zona dialogando con personajes de ambos sectores sin experimentar daño alguno. Quizás es la única persona.
En una entrevista la periodista Cecilia Orozco, afirma del padre de Roux: “los propios guerrilleros y autodefensas que se cruzan con él no entienden que los obliga a otorgarle inmunidad. Deben sentir reserva de conciencia ante la única persona que, aunque extraña, pronto dejó saber sus intenciones en el lugar donde lo matan a uno, precisamente, por permitir que lo descubran. De Roux sin duda vive experimentando aquello ordenado por el Dios de la misericordia, el Dios de Jesús, no el Dios de Ordóñez: los pobres y excluidos pertenecen a Dios. La guerra es una negatividad categorial y existencial, es mejor la paz. No volví a coincidir con él, aunque seguía de cerca el curso de sus acciones en el Magdalena medio y posteriormente como superior de los jesuitas en Colombia.
Como miembro de la compañía de Jesús, el padre Francisco de Roux es un hombre académico, de profundos conocimientos en teología, filosofía, latín y todas aquellas cosas en las que los miembros de la comunidad jesuita se preparan, lo que los ha llevado a convertirse en una de las comunidades religiosas más sólidas del mundo, entre cuyas filas se cuentan eminentes teólogos de la talla de Karl Rahner, Carlo Maria Martini o Jon Sobrino, e incluso Pedro Arrupe, aquel general jesuita conocido como “el papa negro” por conducir a la compañía a lineamientos modernistas, con el consecuente enfado del papa de entonces, Juan Pablo II. De esta tradición desciende el padre de Roux, un fiel representante de los deseos de Arrupe en lo que respecta a conducir las acciones de la compañía de Jesús hacia la justicia y hacia el clamor de los pobres, el cual únicamente puede adquirirse a través de una experiencia más personal y directa con ellos, como bien lo ha testimoniado el padre de Roux en su experiencia en el Magdalena medio.
Se dice que en incontables ocasiones fue postulado para ser el superior de los jesuitas en Colombia, frente a lo cual solía negarse, quizás porque no es amigo de los cargos de poder, quizás porque tal responsabilidad lo alejaría del lado de los pobres, el lugar al cual pertenece. Sin embargo, en el año 2008 adquiere tal responsabilidad, aunque sin descuidar el programa por él fundado. El padre Francisco de Roux es una de las pocas personas que puede hablar con autoridad real acerca de temas de paz, guerra y construcción de un escenario de reconciliación.
Lo anterior nos permite dilucidar que el padre de Roux no es un aparecido, ni un oportunista, y no plantea la posibilidad de un proceso de az con intereses políticos; simplemente ha vivido de cerca la guerra que ha consumido la nación durante tantos años, y manifestada la oportunidad de colaborar en un proceso de tales características, no tuvo que pensarlo demasiado. Su laureado “laboratorio de paz” en el Magdalena medio lo reviste de total autoridad moral para fungir como mediador entre la guerrilla y el estado. De Roux ha sufrido la guerra, aunque nunca ha sido su interés posar de mártir, y por tanto quiere que se detenga. En la mencionada entrevista con Orozco, ya el padre De Roux afirmaba: “no hemos pasado todavía por el proceso doloroso por el que tienen que pasar todos los pueblos para definir los valores que deben ser respetados por todos los ciudadanos (…) no nos hemos puesto de acuerdo, por ejemplo, en temas como el de que no se puede matar a nadie por ningún motivo".
Sus palabras, vistas desde hoy, suenan proféticas. No podemos esperar que este estado de guerra que cobra tantas vidas al año se perpetúe; así que mientras lo natural sería desear buen viento y buena mar a un hombre intachable, también será natural que se tache al padre De Roux de castrochavista, mamerto y otro sinnúmero de epítetos de los amigos de la guerra. Eso no importa; mientras el sueño de De Roux se cumpla y Colombia sea un gran laboratorio de paz, lo demás para él será secundario.