Estamos tan acostumbrados al desprecio, que las caricias nos fastidian.
A muchos como usted que lee, y no crea yo también, nos pueden abrigar temores de experimentar otra forma de hacer política. Especialmente cuando está cargada de tantas expectativas, y es costumbre, tantas desilusiones.
Diríamos mejor que, estamos habituados a la demagogia. A que jueguen con las ilusiones y necesidades, y a la decepción posterior; seguida del silencio conformista del pensamiento que –esto nunca va a cambiar– alimentado, para sumir al pueblo en el pesimismo, y para preparar el camino del siguiente “salvador” y así sucesivamente venimos especialmente en los últimos 100 años, bajo la sucesión de los delfines.
"Colombia con p mayúscula", de Pendejos, es una sociedad que vive bajo el temor de perder los cacharros que ha conseguido con tanto esfuerzo, a la gota, de un salario miserable. Un pueblo amarrado al “crédito” de la banca. Subsumido en emociones manipuladas por los medios de comunicación de la banca. Eligiendo gobiernos que obedecen a la banca. Adquiriendo lo poco que tiene, bajo la usura y condiciones de, la banca. En otras palabras, esclavo de, la banca.
Si surge de entre el pueblo uno que se atreva a pensar y expresarlo contrario a la doctrina de la banca, lo matan porque el pensamiento y la palabra es una franca amenaza a la banca. Entonces al pueblo, al que le han inoculado pesimismo, lo han encadenado al fondo de la caverna que describió Platón. Para que su realidad sea las sombras que los grandes señores, los doctores, quieren que el pueblo tenga por realidad. Es decir, la realidad de la inutilidad, de la posibilidad de vivir de otra forma.
La banca dice: “No crean que aquí vienen a cambiarlo todo a su antojo”, lo dice, uno que se recuperó de la quiebra, con la contribución de todos sus explotados –2 x 1000–, para luego, sin mediar misericordia alguna, expropiarle la vivienda y el ahorro de su vida; lanzando a la calle con el ESMAD, a más de un millón y medio de familias, en tiempos en que el elefante termino de hacer trizas el UPAC. Herencia de Misael, el padre de Andresito el delfín.
El pueblo, endeudado a la banca, no puede más que someterse a lo que le imponga el gobierno al servicio de la banca. Ese es el poder por el que tanto luchan por mantener.
Si protesta y pierde la chamba, la banca, que le presto con melosos ofrecimientos -porque es una delicia, mujercitas y hombrecitos quince años pagando interesitos- le arrebatará todos sus bienes, y lo enviará directo a los sótanos del infierno llamado, Centrales de Riesgo.
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Este es el panorama. En cuatro años, veremos si nos dimos un tiro en el pie, o realmente enderezamos un poco –ojo, solo un poco– el rumbo.
El reto no es de Petro –él solo es un hombre– el reto es del Pacto Histórico como coalición de muchas fuerzas sociales y de todos los colombianos.
Es un reto muy alto. Ojo, o hacen un buen gobierno (al menos en un 60 % de lo pactado) o el país regresará a manos de la monarquía criolla y sus delfines otros 100 años y más. Y habrán sepultado, en solo cuatro años, toda esperanza del pueblo que, sin que lo empujen, regresará sumiso y regañado –¡Se lo advertimos!– al fondo de la caverna y sus cadenas.
Esto lo sabe bien quienes perdieron el timón del barco. De seguro, estarán agazapados empujando desde todas las esquinas posibles, para que el país naufrague. Nos espera, al menos, por los próximos cuatro años, un panorama agitado y controvertido. Pues saltará a la palestra pública todas las tácticas empeñadas en la posverdad –mentiras emotivas– para sembrar el pánico entre los áulicos –cortesanos vergonzantes– y los desinformados que, son buena parte de los ciudadanos del común. Para convencerlos de fracasos inexistentes, tal y como se ganaron la campaña del NO y votaran ¡Verracos!. O al menos, para que le crean todas sus mentiras a través de los micrófonos de… la banca.
No se hagan ilusiones, Petro ni es un mesías ni es un monarca. No le está allanado el camino, ni le será fácil enderezar torcidos geriátricos de siglos de desorden y desgreño administrativo, en un país, donde la corrupción es la principal institución enraizada en los tres poderes públicos.
Si el pueblo es capaz de participar y mudar de forma de pensar, dejando atrás el pesimismo y el culto a los “dotores”, para entonces, y solo para entonces, será la verdadera derrota de la vieja clase política en Colombia. Todavía no canten victoria.