Nació mientras un café, el Gaitán, agonizaba. Pero así como todo nacimiento en lugar imposible es ungido con la certidumbre de la permanencia, el pacto ha seguido y la risa, ese fuego vital, se mantiene.
No se reúnen, se encuentran. Se nombran como compañeros de ruta, amigos, cómplices y aliados. Vienen de diferentes matices y tonos ideológicos. Todos, y todas, en algún momento se han topado, se han conocido y reconocido, han compartido confianzas y seguridades, certidumbres y creencias, promesas, ilusiones y por supuesto, de ella las más, tristezas y rabias.
No son poetas, ni es su intención, pero fabulan y se antojan de posibles paraísos y de un mañana en que la guerra solo sea un puñado de cenizas.
Son hijos, y también hijas, de una generación que tenía como perspectiva no encontrarse. Hombres y mujeres que, según su primer comunicado público, están “cansados de la política de cálculo, muñequeo y manipulación”, cansados de los “egos que hablan y deciden solos, de sectarismos, de modos que no sirven y de diferencias por minucias que terminan pesando más que las apuestas estratégicas compartidas”.
Llevan cuatro encuentros convocando, con la dignidad de los actores de voz baja, un pacto generacional. Un pacto de paz, ética, unión, iniciativa y creatividad: “Paz, para cambiar el país, ética para cambiarnos a nosotros mismos, unión, iniciativa y creatividad para cambiar el poder”.
No es una camarilla ni una secta, tampoco es un grupo amorfo cuya solidez se desvanece en el aire. Entre risas y festividad hablan de política con el mismo desparpajo y la misma seriedad del caminante con destino cierto. Es la generación que no ha conocido un solo día en paz, la generación de la guerra que busca despertar.
@ignotolegris