Desde que era niño y jugaba descalzo en las polvorientas calles de su Palmira natal, a Pacho Herrera siempre le gustó el futbol. El 25 de septiembre de 1990 casi lo matan por estar viendo un partido en la hacienda Los Cocos en el corregimiento El Cabuyal, en la vía entre Candelaria y Puerto Tejada. Veinte hombres del Cartel de Medellín llegaron hasta ese lugar buscando a los tres cabecillas más importantes del Cartel de Cali: Gilberto Rodríguez Orejuela, José Santacruz Londoño y Helmer Pacho Herrera. Sin previo aviso empezaron a disparar sus mini uzis. Mataron a 18 personas: dos cocineras, cuatro empleados, cuatro jugadores de fútbol, tres escoltas, el árbitro y cuatro obreros del Ingenio Mayagez pero los capos salieron ilesos. Decían que a Pacho no le gustaba el fútbol si no ver a los futbolistas en acción. Casi siempre escogía dos de esos muchachos para amenizar sus interminables fiestas.
Ocho años después de este atentado Pacho Herrera, ya con 48 años, miraba desde la gradería un partido que jugaban los presos de Palmira –la cárcel en donde estaba encerrado desde que se entregó a la justicia en 1996- cuando un hombre se le acercó por detrás, lo tomó con su brazo por el cuello y le disparó seis veces en la cabeza. El norte del Valle, en su afán de borrar a los “viejitos” del Cartel de Cali, querían sacarse de encima esa espina que era Helmer Herrera. En Palmira un centenar de curiosos se agolparon alrededor de la cárcel para ver como sacaban el cuerpo de uno de los capos más temidos. Un hombre tan despiadado y persistente que incluso su condición de homosexual no fue óbice para evitar su ascenso vertiginoso dentro del Cartel mas poderoso de Colombia.
El mecánico Helmer Herrera había llegado en 1975, con 23 años, a trabajar en la Nemac Corporation, una empresa de piezas de aviones en Nueva York. Duró cuatro años allá ganándose ocho dólares la hora hasta que en 1979 descubrió un negocio mejor: traer dólares de Estados Unidos a Colombia. En cinco años Pacho Herrera llegó a sacar, en ollas pitadoras y destapadores, y en maletas de cuero con doble fondo, unos USD$100 millones. Pacho ya no era solo un mecánico cualquiera, Pacho ahora tenía billete pero le faltaba el poder.
En 1986 participa en su primer envío de cocaína. Su mentor fue Chepe Santacruz y empezó con toda: 150 kilos. En ese embarque ganó USD$ 2.500 por kilo: 350 mil dólares no estaba mal para empezar un emporio. El ascenso de Herrera fue vertiginoso. Su condición de gay, que el ventilaba sin tapujos, nunca fue un impedimento para ganarse el respeto de los Rodriguez Orejuela. Elmer Herrera era feroz. Dicen que por la muerte de uno de sus hombres mas queridos empezó la guerra con Pablo Escobar. Si hubo alguien a quien El Patrón del mal le tuviera miedo, éste era Herrera. El organizó el atentado al edificio Mónaco en 1988 y, cuando ya estaba preso en Palmira, decía con desparpajo que se había gastado USD$ 250 millones intentando matar a Escobar.
El jefe del cartel de Medellín lo detestaba. Cada vez que podía enviaba cargamentos de droga con el nombre y la dirección de Elmer Herrera buscando que lo agarraran. Nunca lo hicieron. Elmer, alias “Pacho”, era como Fantomás: tenía mil rostros y nadie conocía ninguno. Su nombre empezó a darse a conocer en 1994, cuando el Cartel de Cali empezaba a ganar presencia dentro de la opinión pública y se convertía en la nueva cabeza que le salía a la hidra del Narcotráfico Colombiano.
Las fiestas de Pacho, pasadas por aguardiente, cocaína y boleros, duraban varios días y eran acompañadas por sus escoltas a quien escogía no sólo por su valentía y puntería sino por su apostura. Cuando Miguel y Gilberto Rodriguez Orejuela fueron detenidos, Herrera negoció su entrega que realizó en una iglesia en Buga. Durante dos años estaba como en su casa en la cárcel de Palmira hasta que un sicario mandado por el cartel del norte del Valle le metió seis tiros en la cabeza.
Pacho Herrera estaba lejos de parecerse a Alberto Amman, el argentino que lo interpreta en Narcos. Medía 1.70 y pesaba ochenta kilos. Tenía más cara de oficinista que de gánster pero su ferocidad fue tan brava y real que ni siquiera el hecho de ser gay le impidó ser uno de los jefes más temidos del Cartel de Cali