Otra vez los colombianos volvemos a demostrar que este albañal no le pertenece al Sagrado Corazón sino a Pablo, patrón de patrones. Si existe un personaje en este momento idolatrado en el país es Aída Merlano. En cada pasillo, en cada hilo de Twitter, en cada post de Facebook está desbocado el colombiche promedio gritando a los cuatro vientos lo astuta, lo genial, lo hermosa, lo recursiva que una delincuente como Aida puede ser al lanzarse de diez metros de altura para evadir la justicia.
Ojo, no me tilden de moralista pues. Hay causas que uno respalda así frisen con la ilegalidad. Cualquier tentativa de hacer al rico menos rico y al pobre menos pobre contará con mi respaldo. Ya sabemos que dentro de los estamentos oficiales una iniciativa así sería improcedente entonces toca a la brava, a la verraca. Pero en ese pantano no me voy a meter, no vaya y salga amenazado por las Águilas Verdes acusa de guerrillo asqueroso.
No, la subversión no es nuestro pecado favorito. En el país de la roya y la langosta, de los Nule y los Moreno amamos es al trepador que logra salir de la pobreza a partir de artimañas, de trucos, no para vengarse del rico sino para convertirse él mismo en un inmoral acaparador. Nos encantan las historias que salen desde La Casa Blanca, la sede Aida Merlano en Barranquilla, escarbamos cada resquicio donde podemos encontrar datos fascinantes sobre ella: el movimiento de pelo para embrujar a los Gerlein, las bañeras llenas de plata para comprar votos, las fiestas interminables donde, a punta de ron y vicio, convencía a sus votantes en la Costa Atlántica y si algún policía honesto le pedía muy amablemente que le bajara a la guachafita ella respondía con el tan colombiano Usted no sabe quién soy yo y sus huestes seguían rumbeando hasta que la noche se les convertía en día.
Lo del martes en la tarde fue consagratorio para Aida.
Su fuga espectacular nos hizo recordar el fervor que vivió el país
cuando Pablo Escobar, en julio de 1992 se voló de la Catedral
Lo del martes en la tarde fue consagratorio para Aida. Su fuga espectacular nos hizo recordar el fervor que vivió el país cuando Pablo Escobar, en julio de 1992 se voló de la Catedral, la cárcel de máxima seguridad que el Gobierno de César Gaviria le construyó a su medida. En el país de Pablo, como le decimos cariñosamente a este asesino, Aida entró al panteón de los dioses, al lugar donde solos los más osados son idolatrados. Incluso creo que si es capturada y la encierran cinco años podría salir del Buen Pastor como firme candidata a la Gobernación del Atlántico o por qué no, a la presidencia.
Y claro que los periodistas somos los principales culpables de que Pablo sea el Patrón de Colombia. Sabemos qué es lo que le gusta al pueblo y sabemos de su hambre insaciable, por eso no paramos de darle su alimento diario de podredumbre, de viveza, el manual del buen colombiano que diariamente ofrece cada noticiero.
Se cuentan por cientos de miles las mamás colombianas que le rogarían a Dios la dicha de tener una hija como Aida, tan bonita, tan echada para adelante, tan emprendedora, tan bendecida y tan afortunada. Es mejor una hija como la Merlano que una de esas cargas que no quieren parar de estudiar, que arruinan a una familia eligiendo el camino más largo y difícil, el de ser alguien a punta de estudios y valores.
Sí, lo mataron hace casi treinta años pero la influencia de Pablo –¡Pablo, como los chilenos llaman a Neruda por Dios!- nos marcará durante siglos. Como la tierra maldita de Chernobyll pasarán cientos de generaciones antes de que la radiación del arribismo, de la plata rápida, del egoísmo, de la mezquindad y la ostentación deje de pesar acá.