Pablo Escobar: ¡mi ídolo!
Opinión

Pablo Escobar: ¡mi ídolo!

Hoy, el edificio Mónaco será historia y Medellín, mágicamente, será “despablizada”. Alguien que le explique a Fico que el problema no está en los ladrillos, que va más allá

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febrero 22, 2019
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Se llama Tomás Henao y tan solo tiene 13 años de edad. No sabe quién fue Rodrigo Lara Bonilla y mucho menos Luis Carlos Galán Sarmiento o qué legado le dejaron ellos a este país del Sagrado Corazón. Cuando habla del “patrón del mal”, como bautizó Caracol Televisión al mafioso más grande que ha parido Colombia, y lo hace con los ojos iluminados, supongo que en su cabeza ronda es la imagen del gran actor caleño Andrés Parra, no el rostro del sujeto que a finales de los ochenta y principios de los noventa tuvo al país contra las cuerdas a punta de terrorismo y saña. ¿Valores invertidos? ¿Estupidez crónica? ¿Ignorancia?

Tomás no vivió en esa época de zozobra, de “guardarse” temprano, de bombazos en calles y centros comerciales a plena luz del día. No tiene ningún recuerdo de esos años en los que la cabeza de un policía asesinado le podía representar a su homicida hasta dos millones y medio de pesos colombianos, el equivalente a ochenta salarios mínimos de la época. Del Boeing 727-21 de Avianca que explotó en el aire sobre Soacha y que dejó un saldo de 110 víctimas se enteró décadas más tarde sentado en una poltrona de la sala viendo su novela de la noche preferida. También así, a punta de narcotv, conoció a Popeye, el sicario estrella de la pandilla de lugartenientes del capo de capos y a quien empezó a seguir religiosamente en redes sociales como si se tratase de una celebridad.

Capítulo tras capítulo, “hazaña tras hazaña”, Escobar se le fue convirtiendo a este chiquillo en un modelo digno de imitar e idolatrar. Esa idea del Robin Hood paisa, la misma que nos quiso vender el periodista Fernando Álvarez años atrás en un texto para el olvido publicado por la revista Semana en 1983, permanece vivita y coleando en el corazón de muchos medellinenses. Tomás es solo uno más entre los miles que peregrinan a la tumba de Escobar a encenderle velas.

De la existencia de este niño que ama a Pablo Escobar se enteró toda Colombia gracias a que Blu Radio lo entrevistó para registrar que al edificio Mónaco, otrora baluarte de la “Cosa Nostra” colombiana, había llegado un niño que quería sentar su voz de protesta contra la decisión de Federico Gutiérrez, alcalde de Medellín, de demoler el inmueble, para tumbar, con un acto que según él irá más allá de lo simbólico, uno de los cimientos sobre los que se sostiene la cultura traqueta que aún hoy considera a Escobar un héroe del pueblo. “Medellín abraza su historia” es el nombre con el que bautizó Fico la dichosa iniciativa con la que aspira “despablizar” a la ciudad. ¡No más Escobar en Medellín! Y todo gracias a que un viejo edificio hará ¡kaboom! y quedará reducido a polvo y escombros.

Hoy, 22 de febrero, a las 11 en punto de la mañana, el edificio Mónaco será historia y Medellín, así, casi que tocada por la varita mágica de un hada, dejará atrás su vergonzoso pasado. Borrón y cuenta nueva, mejor dicho. Me asaltan varias dudas: ¿Qué propone hacer el alcalde con Tomás Henao y con los miles de Tomases que llorarán sus ojos porque uno de los lugares en donde pernoctó su ídolo desaparecerá de la faz del planeta Tierra? ¿Lavado de cerebro tal vez, terapia de electrochoque, reprogramación neuronal?

 

Alguien que le abra los ojos para que comprenda que el derrumbe de una obra
no dejará de explotar pólvora en cada nueva alborada
porque la historia, para no repetirla, debe es mostrarse, no taparse

 

Alguien que le explique a Fico que el problema no está en los ladrillos, que va más allá. Alguien que le indique que aún hoy, 25 años después de la muerte de Escobar en ese tejado, miles de jóvenes de Medellín crecen creyendo que no nacieron pa’semilla y por eso se dedican al sicariato, al dinero “fácil”. Alguien que le haga entender que la solución nunca será quemar o desbaratar el sofá. Alguien que le abra los ojos para que comprenda que con el derrumbe de una obra no dejará de explotar pólvora en cada nueva alborada porque la historia, para no repetirla, debe es mostrarse, no taparse. Alguien que lo lleve a Auschwitz.

En la misma nebulosa de Federico Gutiérrez anda Iván Duque, el presidente de este querido berenjenal al que llamamos patria. Él, en el Centro de Memoria Histórica, acaba de nombrar a un negacionista del conflicto armado colombiano. Algo así como dejar a la Nasa en manos de un terraplanista o a darle el más alto cargo en un ambicioso proyecto de paleontología y evolución humana a un sujeto que grita a pulmón herido: ¡venimos de Adán y Eva! La razón de semejante esperpento es obvia, el uribismo pretende reescribir la historia adaptándola a sus intereses y por ello no revelará los pasajes que dejan mal parados a sus dirigentes, a sus prohombres. ¿Existe alguna diferencia entre quienes dicen que Pablo Escobar era bueno pues regalaba plata a los pobres y los que se llenan la boca afirmando que los mal llamados falsos positivos fueron daños colaterales de una política de seguridad loable o que los paramilitares surgieron por el bien del pueblo?

El “tapen tapen” es tan macondiano que francamente no entiendo por qué tantos ponen el grito en el cielo cuando aparece un Tomás. Sí, ya sabemos, no es su culpa, obvio, él es un niño, toda esa porquería es responsabilidad de un país indolente que no lo educó, que no lo formó, que lo dejó a merced de las narconovelas y de una cultura mafiosa… ¿pero por qué nos persignamos al oírlo? Mientras elijamos a gobernantes negacionistas que prefieren esconder el horror debajo de la alfombra y no contarlo, no sacarlo a la luz, no exponerlo con todos los pelos y detalles posibles para que jamás vuelva a repetirse, mientras Santillana cuente la historia amañada en sus libros escolares, mientras la verdad sea solo una palabra aguda de seis letras y dos sílabas, mientras el presidente de la nación lo ponga una y otra vez el político más dudoso, miedoso e investigado del país, mientras sigamos educando a seres humanos incapaces de leer un texto de manera crítica, aquí reinarán los Tomás, o como bien señaló Diego Santos en Twitter, los tarados.

@NanyPardo

 

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