Cuando millones de personas apoyamos los acuerdos de paz entre las Farc-Ep y el gobierno, firmados en La Habana y luego en Bogotá, lo hicimos con la convicción de darle soporte el proceso político de esta organización. Primero, porque, en términos reduccionistas, eran menos hombres y mujeres combatiendo; menos fusiles disparados, menos “guerra”. Segundo, porque las Farc-Ep tenían propósitos concretos de hacer la paz y de buscar el camino electoral para proponer sus tesis de gobierno local y nacional en la sociedad; y tercero, porque la posibilidad de lograr cambios a través la vía armada era y es anacrónica en Colombia.
Sin embargo, el paso de la vía armada a la civil, o ir “de las armas a la política”, no ha sido fácil, ni lo es aún, en Colombia. Los procesos de paz que en el país se han realizado, no han sido exitosos íntegramente. 1) porque muchos actores ilegales armados siguen ejerciendo sus liderazgos violentos en diferentes zonas como señores de la guerra en medio de sus acciones de humillación, asesinatos y crueldades sobre las poblaciones en donde son para-estado. 2) porque mientras una parte de la elite de este país, inmensamente poderosa económica y políticamente, piense que el conflicto ayuda a mantener sus autarquías, será muy difícil para los y las excombatientes hacer política y 3) porque el partido político que nació del proceso de paz, puso a las Farc —en términos electorales— en un mundo que no controlan.
Baste observar que una cosa bien distinta era cuando las Farc-Ep —por la vía armada— obligaban a poblaciones a abstenerse de votar por un candidato a través de la intimidación, y otra es estar ya intimidados como candidatos. Primero, por una pésima imagen cultivada en el subconsciente de las y los electores colombianos por las propias acciones violentas. Segundo, por el señalamiento de la prensa. Tercero, por la clase política que aún les, por decir lo menos, incómoda, fastidia y causa escozor saber que a su lado, en las corporaciones públicas, estarán excombatientes. Esa es una realidad, incluso representantes de sectores de los llamados partidos “alternativos” que apoyaron el proceso de paz decididamente, limpiaron su imagen para no ser “descalificados” por su electorado cuando los nuevos corporados entraran a los recintos de la democracia. Recuérdese el ingreso de Seuxis Paucias Hernández Solarte al recinto de la Cámara de Representantes.
Consideremos ahora lo que puede significar este fenómeno. A nuestro parecer, se funda en graves desaciertos desde el marketing y análisis político. El primero, conservar a toda costa, el mismo nombre de guerra, Farc, pero con otro significado: Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común y desapareció por fortuna el “Ep” (Ejército del Pueblo); creemos, que conservar el mismo nombre enfatiza el desacierto. Luego se le colocó la imagen de una Rosa como logosímbolo, la verdad muy atractivo, pero aun sin memoria en las personas y sin pedagogía. La gente tiene sembrado negativamente el nombre de las Farc y eso no se logrará cambiar de un día para otro con tanto enemigo político. De similar y peor catadura, quizá de un mal cálculo y algo de egocentrismo, las Farc no pensaron en quienes por convicción les apoyamos en el proceso de paz y menos se les ocurrió preocuparse de captar “posibles” electores como se hace en la dinámica política electoral.
Más importante aún lo que han anunciado recientemente las Farc de ir “a toda costa” sobre la ruta de los desaciertos, al decidir no participar de alianzas con otras fuerzas políticas argumentando “rechazo y discriminación” a razón de que algunos partidos se han apartado de las coaliciones locales con “el partido de la rosa” para no “untarse” de extrema izquierda. No creemos que ese sea el camino. Las Farc deben entender que los adversarios políticos no se vencerán sin la ayuda de quienes los apoyamos y creemos en mantener el proceso de paz y la negociación política.
Creemos, y ojalá nos equivoquemos, que el caso Santrich haya generado un efecto adverso en la sociedad que facilite la promulgación de mensajes como: que no están dadas las condiciones políticas para apoyarles, ni entenderles. Porque las Farc, distinto a lo que se cree, está llena de personas que están en constante lucha por la reincorporación, la participación, la democracia, la defensa de los derechos humanos y por supuesto por la paz.
Finalmente, la decisión divergente de ir en solitario en la carrera electoral, puede ser otro de los desaciertos políticos de las Farc, cuando el país necesita realmente fuerzas políticas de acción conjunta para que no nos gobiernen los mismos con las mismas.