De un tiempo para acá se viene naturalizando o normalizando en la “izquierda” la política electoral del mal menor. Dicha “participación” se reduce a elegir al menos peor o a votar asqueados: siempre con un tapa bocas. De hecho, desde Santos hasta acá, esa ha sido lo constante “democrática” y, lo peor del caso, es que así seguiremos ad infinitum.
Algunos se jactan de esa “asertiva” “estrategia”. Según ellos, esa “política” ataja al mal mayor, fortaleciendo a los proyectos dizque “alternativos”. Y aunque en apariencia esto puede ser tomado como cierto, sobre todo en virtud de la historia reciente —recordemos que, en efecto, Santos se impuso al que dijo Uribe (como si Santos no fuera el que dijo Uribe o como si no respondiera a similares intereses de clase)—, el asunto es que se oculta algo inaceptable para la izquierda, una incómoda variable electoral, a saber: nunca elegimos verdaderas candidaturas alternativas. Presos del mal menor, nunca le apostamos a elegir ni personas ni a programas que realmente satisfagan las aspiraciones colectivas de la gente. Nunca elegimos agendas ni propuestas que beneficien a las mayorías, sino elegimos lo que impone el poder. Esto me recuerda el chiste sobre la democracia que contaba Eduardo Galeano, en el que en un restaurante un cocinero les pedía, a distintos animales, que eligieran cómo querían ser cocinados. Escojan cómo desean morir y en qué salsa ser adobados. Tal cual ocurre con la política del mal menor.
Pues bien, así parece encararse la carrera hacia la alcaldía de Bogotá. Como saben, una contienda disputada, aparentemente, por cuatro opciones: dos derechizadas y otras dos, figurativamente, “alternativas” y de “izquierda”. Del lado de la derecha se juntan Galán y Uribe Turbay (dos delfines), mientras que del lado de la izquierda se alistan Claudia y Hollman. Así se desenvuelve el oscuro panorama.
Ante esto, la duda que me asalta es si realmente existen o no diferencias políticas e ideológicas entre estos candidatos a la Alcaldía. Y, como es propio del sentido común, en principio, uno estaría tentado a diferenciar artificialmente dos bloques disímiles en esta puja: derecha e izquierda (las lindes mencionadas). Pero, como quiera que sea, valdría la pena someter a juicio esta ligera deducción. En realidad, no veo muchas diferencias —sustanciales— entre las apuestas de Galán, o la de Uribe Turbay con la de Claudia López, supuesta candidata alternativa. Recordemos que toda la agenda de López —salvo retórica electoral— representa el continuismo de la política de Peñalosa (no lo digo solo por lo del metro elevado, lo afirmo por el lenguaje disciplinario que destila López contra la supuesta criminalidad). De hecho, no podemos olvidar que fue López quién catapultó la campaña del actual alcalde de Bogotá, cosa que no es trivial a la hora de examinar la coherencia de un político, pese a que algunos desvergonzados oportunistas digan que la política es cambiante. Viéndolo así, considero que López no es más que otra candidata del establecimiento. Así que hacerle fuerza a esa candidatura “alternativa”, incluso abrazar la posibilidad de apoyarla para impedir que se elija la derecha, por ser ella el mal menor (entre Galán y Uribe Turbay), es caer en una soberana ficción, por no decir que sucumbir en una ingenuidad. En todo caso, dejemos de establecer diferencias políticas (casi siempre cosméticas) cuando en lo esencial hay enormes coincidencias.
Algunos conscientes de esto, le apuntaron a establecer una alternativa. Una candidatura con una agenda realmente diferente a las otras que pudiera disputarle a estas tres candidaturas la alcaldía. Y ahí apareció Hollman: el mal menor, pues tampoco es candidato idóneo.
No soy quien para condenarlo ni para absolverlo por lo que se le imputa (de repente soy un machirulo mucho más complejo que él) pero lo cierto es que se configura como una candidatura controvertida y desgastada, incluso al interior de la Colombia Humana. Dicho con otras palabras, Hollman es un mal menor sin fuerza, que va a ser usado por la propaganda política como un caballito de batalla para potenciar otras candidaturas. Frente a esto, solo puedo decir una cosa: ¡pero qué necesidad de escoger tan mal al mal menor! No me quiero sumar a las voces que se saltan “el debido proceso” y la “presunción de inocencia” en estos casos, pero lo cierto es que es una candidatura que genera contradicciones, molestias y divisiones innecesarias. ¿Acaso no había nadie más que pudiera representar una candidatura alternativa?, ¿qué pasó con las ciudadanías libres?, ¿es que entonces dependen de caudillos? Con todo, esta candidatura en lugar de sumar, resta. Lesiona internamente a un movimiento esperanzador y difiere la posibilidad de abrazar una verdadera alternativa. Definitivamente el mal menor tiende a convertirse en el peor de los males.
Y entonces, ¿por quién votar? No lo sé, escoja su mal menor.