Desde la época de la independencia Colombia solo se acuerda de Nariño para llevar la guerra. Los acentos paisas, rolos y costeños hacen coro con las balas. Primero, Antonio Nariño se propuso imponer una independencia que jamás le consultaron al pueblo pastuso. Se estrelló con una muralla y la piedra lanzada por los verticales cañones del río Juanambú diezmó a su ejército. Los cachacos abandonaron al general a su suerte, mientras que los pastusos lo aprehendieron y le perdonaron la vida.
Poco tiempo más tarde Bolívar, el libertador, pasó años intentando someter a Pasto, que era un punto obligado en la ruta para libertar toda Suramérica. En su impotencia maldijo a la raza pastusa que tanto dolor de cabeza le causaba. Su venganza fue cruel, un 24 de diciembre los libertadores entraron en Pasto y masacraron a los hombres más prominentes de la ciudad, estaban refugiados en una iglesia. Amarrados por la espalda, fueron lanzados vivos a los profundos abismos que rodean la ciudad. Su karma llegó con la muerte de su mano derecha, el Mariscal Sucre, asesinado en el norte de Nariño.
En el pasado siglo, sin ninguna vergüenza, Colombia acudió a su antigua víctima para que le defendiera los territorios de la Amazonia que habían sido invadidos por los peruanos. Nos necesitaban, Nariño era la región poblada más cercana a los territorios selváticos. Con honor y valentía los jóvenes pastusos se enlistaron en el Ejército Nacional y lograron expulsar al invasor. La necesidad de movilizar equipos y armamento, y no el deseo de integrarnos al país, hizo que el gobierno central construyera la única carretera que nos uniría con el norte por décadas.
Pasaron muchos años en los que Colombia afortunadamente se olvidó de Nariño, no necesitaron nuestro territorio; por eso mientras en el norte se mataban entre liberales y conservadores, acá reinó la paz. Sin embargo, a mediados de los noventa descubrieron el puerto de Tumaco como un punto clave para despachar cocaína hacia Estados Unidos y nuevamente los del norte invadieron con su violencia, crueldad y codicia los hermosos paisajes nariñenses.
Los traquetos fallaron en su pretensión de corromper la rica cultura sureña, no muy dada a la ostentación, por lo que terminaron imponiéndose a punta de bala, masacres y torturas. Pacíficamente en las urnas Nariño ha manifiestado una y otra vez su rechazo a esa identidad narcoparamilitar violenta del norte, pero una vez más viene la venganza, coincidencialmente, después de apresado el gran colombiano. Se suceden una tras otra masacre de jóvenes, que rasgan el alma de decenas de familias nariñenses caracterizadas por ser tan cariñosas y unidas.