Es cierto que este es el país más inequitativo en América Latina, uno de los peores en la distribución del ingreso y la riqueza en el mundo. Es indiscutible que la pobreza de cerca de la mitad de la población no da tregua, que los grandes contribuyentes han eludido sistemáticamente sus impuestos, que al país de punta a punta se lo han robado, que el mercado ilícito impera, que no hay más fondo en la olla para raspar, que la bomba explotará y nos hará volar como detritos desde un reactor nuclear averiado si esto no cambia.
Todo eso es cierto e incluso es cierto que una gran mentira de Estado social y redistributivo se ha edificado de plásticas verdades ¿Pero quitarle a la cultura los incentivos que tiene para existir ayuda en algo?
El domingo 7 de agosto entre símbolos, entre bella euforia popular, entre ilusión de todos en un país que puede cambiar el rostro desfigurado que ha venido teniendo y que acabó de derruirse en los pasados cuatro años de pésima administración, el entrante presidente Petro anunció que esta será una sociedad del conocimiento, de la ciencia; una sociedad dada a la paz, al trabajo digno, al trabajo de artistas, a la vida cultural y al diálogo. Lo más humano de la Colombia Humana.
Menos de 24 horas más tarde, haciendo gesto de lo más colombiano de la humanidad, el gobierno radicaba una severa reforma tributaria que además de atormentar a ricos, a trabajadores independientes, a quienes tienen patrimonio, le da un derechazo duro al cuerpo de la cultura, de la política cultural y la producción en este campo.
Así, sin consulta previa, sin discusión, sin derecho a réplica, el proyecto entregado al Congreso, a un nuevo Congreso, por un nuevo gobierno que expresa tener en el horizonte a la sociedad del conocimiento, quita de tajo el beneficio pírrico de exención de renta para autores literarios cuyos libros sean editados en Colombia; quita los pequeños beneficios a las librerías que se amplíen; o aminora los ya precarios beneficios para las donaciones a las entidades sin ánimo de lucro de naturaleza cultural.
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El proyecto lleva a la trituradora el incentivo para que las personas inviertan con una deducción tributaria en películas colombianas de cine
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Por otra parte, el proyecto lleva a la trituradora el incentivo para que las personas inviertan con una deducción tributaria en películas colombianas de cine (posibilidad de deducir en la declaración de renta el 165 % del valor aportado a una película), lo que permitió que en breve tiempo (2004 a 2022) este país pasara a ser uno de los mayores productores de este rubro en Latinoamérica, con algo más de 420 largometrajes y miles de cortometrajes en este tiempo, generadores de historias, trabajo de artistas y técnicos y sobre todo de la posibilidad de un patrimonio audiovisual local que hace un poco de contrapeso al mercado de cine y audiovisual de entretenimiento en salas y plataformas.
A consecuencia de la eliminación de este instrumento también desaparecería el llamado incentivo a la creatividad, un mecanismo idéntico extendido hace apenas dos años en el Plan de Desarrollo 2018 -2022 a todos los sectores artísticos como danza, teatro, música, patrimonio, literatura, carnavales, que se programan y desarrollan en todas las regiones del país; mejor dicho, se iría así de tajo, la única vez en la historia en la que personas de distintos sectores pueden apoyar la cultura con recursos, recursos que por supuesto nadie más está dispuesto a poner, ni siquiera el magro presupuesto de las entidades territoriales o nacionales que dirigen el sector.
Por último: plataformas, productoras audiovisuales internacionales tendrían que olvidarse de seguir viniendo a Colombia a contratar servicios artísticos, técnicos, hotelería, alimentación o transporte para hacer rodajes y postproducciones en cine, serie, videojuegos y otros, pues el mecanismo de incentivo que les permite recuperar parte de lo que gastan acá, (títulos tributarios que les confieren un descuento del 35% en renta) también salen de escena.
¿Por qué? Eso no lo entiende nadie. Puesto que las cuentas cuentan, más allá del positivo efecto social de estos mecanismos, su factor multiplicador en el PIB y en la contabilidad nacional es enorme. Esto quiere decir, por ejemplo, que al amparo de los últimos de los modelos que se comentan, en dos años el país ha recibido intereses de inversión por más de 1,3 billones de pesos, que se quedan en trabajo local, compras locales, pago de impuestos, en fin, una cadena que acredita que por cada peso que el fisco deja de recibir le entran cerca de tres pesos.
Esto es historia vieja, una estrategia manida y aburrida. Las reformas tributarias (cada gobierno hace dos o tres) empiezan tocando a la cultura porque esta hace ruido. De ese modo, el debate de otros temas candentes pasa al margen y al final de mucho cansancio los incentivos culturales se quedan.
Ahora, si el gobierno estuviera decidido a ponerle por fin un presupuesto de dos o más billones de pesos a la cultura y quitara los incentivos, la balanza podría estabilizarse. Pero nunca para el arte es bueno una administración pública que asigna directamente la plata a los proyectos con la espada del presupuesto nacional.
Nada más flojo que artistas dependiendo de la plata que distribuyen los gobiernos. No es ese el rostro de una política cultural contemporánea. Dejen mejor esto como está, por supuesto haciéndole cambios para redistribuirlo mejor en todo el país, pues en verdad iba bien.