Solamente hora y media de viaje hay de Bogotá hasta Guatavita, una de las poblaciones de Cundinamarca que recibe un gran número de visitantes gracias a su atractivo arquitectónico.
Dicen que su nombre derivado del idioma muisca significa “fin de la labranza” y que antes de la llegada de los españoles era de gran importancia para los indígenas por ser la capital religiosa ya que era en la Laguna Guatavita en la que se realizaba la ceremonia que dio origen a la leyenda de El Dorado, tan buscado luego por los descubridores de tesoros.
Con la llegada de la modernidad y con el fin de regular las aguas del rio Bogotá, el 15 de septiembre de 1967 se inundó la cabecera municipal y hubo que trasladarla a donde hoy está ubicado.
La nueva población se construyó otorgándole una arquitectura colonial lo que la convirtió en un sitio muy apreciado por los visitantes mientras las antiguas edificaciones yacen en el fondo de lo que hoy es el “Embalse del Tominé”.
Señalan las informaciones históricas que la construcción del poblado comenzó en 1964 y en 1967 se hizo el traslado de los habitantes al nuevo lugar.
El Embalse de Tominé, abarca 18 kilómetros y queda en predios de los municipios de Guasca y Sesquilé, el objetivo de su construcción fue “regular el volumen de aguas del río Bogotá con relación a las necesidades de la hidroeléctrica del Salto del Tequendama, detener inundaciones de la Sabana y suministrar agua en la planta de Tibitó para el acueducto de Bogotá”.
Guatavita la nueva
La población de Guatavita, se convirtió en un gran atractivo para los visitantes ya que las bonitas edificaciones del lugar distribuidas armónicamente le dan a la ciudad un aspecto entre antiguo y moderno. Sus casas blancas contrastan con el color rojo de las tejas y muchos arcos son para algunos viajeros como la réplica de algunos poblados de España.
En la pequeña ciudad hay un museo en el que se cuenta la historia del proceso de cambio que se dio entre la antigua Guatavita y la nueva ciudad.
El lugar ofrece una variada propuesta de comercio, hoteles y restaurantes y en el embalse se pueden practicar diversos deportes acuáticos.
La Laguna de Guatavita (1)
La Laguna de Guatavita no se encuentra en Guatavita, sino en Sesquilé, al norte de la cabecera municipal de Guatavita.
La ceremonia muisca de El Dorado tenía lugar en la Laguna de Guatavita. En dicha ceremonia, el heredero del trono del Zipazgo tomaba posesión, con lo que adquiría la dignidad de Zipa.
La descripción que en 1636 hizo el cronista Juan Rodríguez Freyle en su libro Conquista y Descubrimiento del Nuevo Reino de Granada, más conocido como El carnero, recoge el testimonio de algunos muiscas que habían vivido antes de la llegada de los españoles.
Después del proceso previo por el que tenía que pasar el heredero del trono del Zipazgo, éste debía ir a la Laguna de Guatavita para ofrendar a los dioses.
En la orilla de la laguna estaba preparada una balsa de juncos, aderezada y adornada de manera vistosa. En la balsa había cuatro braseros encendidos en los que se quemaba mucho moque, que era el sahumerio de los muiscas, y trementina, con otros muchos y diversos perfumes.
Alrededor de la laguna permanecían, como espectadores, toda la nobleza, los principales gobernantes y muchos vasallos, así como los güechas (guerreros) y los chyquy (sacerdotes), adornados cada uno con sus mejores galas y con muchas antorchas encendidas.
Cuando llegaba el Psihipqua, lo desnudaban completamente, le untaban en todo el cuerpo aceite de trementina y lo espolvoreaban con oro en polvo, de tal manera que su cuerpo quedaba totalmente dorado.
Luego se subía en la balsa, en la cual iba de pie, y a sus pies ponían un gran montón de tunjos de oro (figurillas que representaban a los dioses) y esmeraldas, como ofrendas para los dioses.
En la balsa entraban los cuatro principales Uzaques (nobles de sangre pura), también desnudos, y cada cual llevaba su ofrecimiento. Una vez que partía la balsa, muchos hombres que estaban en la orilla comenzaban a tocar instrumentos musicales: cornetas, fotutos, entre otros, y todos los asistentes aclamaban al Psihipqua hasta que la balsa llegaba al centro de la laguna.
En ese momento, se hacia la señal para el silencio. Entonces el Psihipqua hacía su ofrecimiento a los dioses, arrojando todo el oro y las esmeraldas a la laguna, y los Uzaques que iban con él hacían lo mismo con sus ofrendas.
Después, el Psihipqua se sumergía en el agua para que el oro en polvo se desprendiera también como ofrecimiento a los dioses. Cuando acababan partían en la balsa de nuevo hacia la orilla, se alzaba un griterío con música y danzas alrededor de la laguna, con lo que quedaba investido el nuevo Zipa.