Hace más de tres días se cumplió la primera vuelta para elegir presidente de Colombia, y aunque ninguno alcanzó más del 50% de los votos, el candidato de la ultraderecha logró el 39% de ellos. Algunos dicen que se les asestó un duro golpe a las maquinarias porque los dos candidatos inmediatos obtuvieron el 49% de la votación, la disidencia liberal o vargasllerismo, el 7%, y el tradicional Partido Liberal quedó reducido a un 2%.
Sin embargo, no soy tan optimista. Colombia es uno de los países de América más ignorantes y atrasados políticamente. Aquí predomina la sumisión, la ciega obediencia a los gamonales de siempre. Las iglesias, los medios de comunicación y la educación acrítica y bancaria han logrado reproducir hasta hoy la mentalidad de esclavos y fieles siervos coloniales. La mayor parte del Estado llano, el pueblo, se cree todas las mentiras y tergiversaciones de la realidad difundidas por los medios: que si eligen un “populista” nos vamos a convertir en una Venezuela y si escogen un ateo lo iluminará el diablo y no dios. Hasta confunden candidato popular con populista y a la socialdemocracia la llaman izquierda. Dicen los que saben de sicariato político que es un milagro el que aún siga con vida un candidato presidencial estigmatizado con esos fantasmas cuando en dos siglos jamás habían dejado llegar uno a la contienda electoral.
Vienen aterrorizando a la población con el cuento que el país está polarizado entre izquierda y derecha. ¿Cuál izquierda? El candidato que tildan de izquierdista basa su programa de gobierno en puntos como estos: menos desigualdad y mayor inclusión social, gratuidad de la salud y la educación, libertad de cultos, sustitución de energías fósiles por energías limpias, compra de tierras incultas o en barbecho para poner a trabajar a los agricultores pobres y, obviamente, derrotar y castigar a los corruptos; varias veces ha confesado que no es socialista y que sus reformas se harán dentro del Estado capitalista. El hecho de garantizar los derechos humanos de salud y educación no es ninguna amenaza anticapitalista, pues son derechos constitucionales y si bien la misma Constitución previó garantizarlos a través de empresas privadas, éstas han sido un fiasco, sobre todo en salud, donde se han robado los dineros y no han prestado los servicios responsablemente. En síntesis, con el fantasma de Petro ateo, expropiador y castrochavista, el fascismo asusta al pueblo ignorante.
La Coalición Colombia, liderada por notables personajes tibios y mesurados, basan su ideario en la lucha contra la corrupción y por una buena educación, pues varios de ellos han sido profesores universitarios; su candidata a la vicepresidencia piensa que las Farc nunca han debido de existir, con lo cual parece desconocer las causas que llevaron a la creación de las guerrillas en Colombia. Lástima que los intereses económicos de Fajardo (Sindicato Antioqueño) y Robledo (propiedades rurales) no les permitan compartir las reformas propuestas por el socialdemócrata Petro.
Así las cosas, el panorama favorece a los amigos del fanatismo religioso, de la Inquisición, del sionismo israelí, del fascismo italiano, del nazismo alemán, del franquismo español y del anticomunismo de monseñor Builes, en camino hacia los altares celestiales. Con la derecha y la ultraderecha dueñas del Estado la situación de Colombia empeorará, los acuerdos con las Farc serán burlados, se ahondará la dependencia de las multinacionales y de las potencias capitalistas; en fin, nos espera el descenso de pobres a miserables.
Sobre los liberales colombianos se ha acuñado el dicho: “Para conservadores los liberales de Rionegro”, con el cual se describe la ausencia de fronteras ideológicas entre conservatismo y liberalismo. Ojalá que los resultados del 17 de junio nos demuestren que sí es posible derrotar esa eterna manguala liberal conservadora, encabezada por el recién llegado, el pelao Iván Duque, marioneta del peligroso e inmune Álvaro Uribe. El voto por Duque, el voto en blanco y la abstención son enemigos de los cambios democráticos que requiere Colombia.