Otra columna de toros
Opinión

Otra columna de toros

Por:
febrero 17, 2014
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TORERO

Si Bush era un político brillante,
si no piensa en su sueldo el cirujano,
si cuida del cadete el Almirante,
si es nido de bondad El Vaticano.

Si es que puede ser bueno un buen cristiano,
si al mundo le interesa el emigrante,
si el Papa es mesurado y espartano
y yo tengo una voz alucinante.

Si Augusto Pinochet fue un humanista,
si busca el bien común el aduanero,
si es un benefactor el prestamista.
Si tiene independencia el noticiero,
si lucha por el pobre el congresista,
entonces, es artista su torero.

 

¿Y si eres tan antitaurino por qué no eres vegetariano?

Esa pregunta, que parecería ser el último Santo Grial de los defensores de la lidia de toros, me resulta tan torpe que decidí escribir algo al respecto.

Soy antitaurino, como carnes rojas y no encuentro incompatibilidad entre ambas situaciones. Por supuesto reconozco más autoridad en los antitaurinos vegetarianos, pero en ningún caso creo que ser carnívoro te descalifique para plantarte en contra de las corridas. Ambos conceptos pueden coincidir en relativa calma al amparo del elemental concepto de las prioridades.

Prioridades a las que se refiere de un bella forma el filósofo francés André Comte-Sponville: "(...) ante el horror —el cáncer, la guerra, la miseria—, filosofar no es lo más urgente. En un servicio de oncología, (...), en primer lugar, hay que curar a las personas, aguantar, resistir, combatir."

Quien escribe para presentarnos a la filosofía como el camino hacia la felicidad, reconoce sin problemas que hay momentos en los que filosofar no es prioritario: hay algo más importante que obliga a posponer el asunto.

Los comportamientos sociales y personales deben estructurarse de acuerdo a prioridades que sean defendibles desde la ética. Para ir justo al caso, primero está comer que disfrutar: no está en el mismo nivel de valor ético el sacrificio de un animal para la diversión (o para el arte) que su sacrificio para la alimentación.

Y si existiera hipotéticamente un amante de la tauromaquia para quien el arte del matador de toros tuviese un valor tan alto como el alimento, de nuevo la evaluación ética de las prioridades bastaría para contradecirlo. Existe un mandamiento ético que se sitúa por encima de cualquier arte: el de no infringir dolor deliberadamente a un ser vivo.

Nadie con un ápice de materia gris funcional puede atreverse a controvertir el hecho de que el toro, como vertebrado y mamífero, posee un sistema nervioso de máxima complejidad, con la característica —entre muchas otras— de sentir dolor como principal elemento reflejo de defensa. Así que si volvemos al asunto de las prioridades, el respeto al dolor del animal está por encima de la valoración artística de su lidia. Y punto.

Y algo más: en Colombia, específicamente, cualquier aproximación deliberada a la muerte de un ser vivo, por muy artística que sea, tendría que avergonzarnos: ¡Ya deberíamos haber crecido un poco para entenderlo, ¿no?!

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