¿Otra cadena de oración?
Opinión

¿Otra cadena de oración?

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julio 28, 2014
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Desde hace semanas llegan a mi Facebook, de manera reiterativa, invitaciones a cadenas y jornadas de oración: por la paz, por los pobres, por los enfermos. Una de las más recientes fue la convocada desde el Vaticano el pasado mes de junio por la Santificación del Clero (¡!).

En principio, mientras no se tornen invasivas, no me molestan estas invitaciones al rezo general: responden al derecho de cada quien de poner sus expectativas vitales y sus esperanzas donde le plazca. Yo simplemente no me adhiero y punto.

No me molestan estas manifestaciones de fervor colectivo, digo, pero sí me resultan fascinantes.

Fascinantes porque son muestra fiel del poder movilizador de la fe, lo que desde una mirada sociológica y antropológica es sumamente atractivo, pero sobre todo porque representan un incontestable ejemplo de dos cosas: la ineficacia absoluta del proceso en cuestión y lo irreflexivo del comportamiento de los participantes, para quienes esa ineficacia resulta por completo intrascendente.

Recuerdo, por ejemplo, la jornada de oración por la paz y la liberación inmediata de todos los secuestrados que en el 2007 convocó con gran éxito la Conferencia Episcopal Colombiana. Y cuando digo gran éxito me refiero a lo multitudinaria de la respuesta de los fieles, pero no al resultado de las oraciones: ni llegó la paz ni se liberó a los secuestrados.

En la totalidad de estas movilizaciones masivas la oración entraña una solicitud concreta: la paz de un territorio, la salud de un grupo poblacional, la liberación de retenidos, la resolución de un conflicto. ¿Cuál es la razón para que esas peticiones estén exentas de la elemental evaluación sobre su cumplimiento?

La organización cristiana española Viva promueve todos los años, desde 1995, una semana de oración por la resolución de los problemas de la niñez.
Sin mencionar que al día de hoy, según la OMS, hay 168 millones de niños y adolescentes de entre 5 y 17 años que se ven obligados a trabajar y 132 millones que están en condición de orfandad, pregunto yo: ¿el solo hecho de que se haya tenido que repetir por casi 20 años esta jornada, no es un pequeño signo de la sordera del destinatario y/o de la inutilidad de los rezos?

En septiembre de 2013 el papa Francisco convocaba a la jornada mundial de oración por la paz en Siria. Y luego de la jornada Siria continuó desangrándose.

En agosto del mismo año varias Iglesias argentinas dedicaban un día a la oración y al ayuno por los cristianos perseguidos. Y hace apenas unos días, un año después, el pontífice recibía en Roma a la exiliada sudanesa Mariam Yahya Ibrahim, ejemplo vivo de que la persecución contra los cristianos no solo no se ha resuelto sino que se ha intensificado en varias zonas del mundo.

Supongo que cada creyente tendrá una lista de milagros que decide adjudicar a su dios. Y están todos ellos —¡no faltaría más! — en su derecho de hacerlo.
Yo por mi parte me pregunto (¡también es mi derecho!) por qué ninguno de esos milagros tan promocionados incluye alguno absolutamente verificable (digamos la curación de un amputado) y por qué a nadie se le ha ocurrido denunciar por publicidad engañosa a los promotores de estos mercados masivos de ilusiones rotundamente fracasados.

Claro. Es un chiste. Los creyentes tiene el mismo interés en la verificación del cumplimento de las promesas que en los discursos similares al de esta columna: ninguno.

Las ilusiones son eso: espejismos que cuando se les escruta corren el riesgo de confundirse con la cruda realidad, la que duele. Y ya sabemos que la inmensa mayoría, cuando se trata de la realidad, antes que asumirla prefiere esquivarla.

 

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