Otoniel, el narco al que hasta Mike Pompeo le tiene ganas

Otoniel, el narco al que hasta Mike Pompeo le tiene ganas

Desaparecido en algún punto de Colombia, la urgencia de su captura fue el tema en el encuentro del secretario de Estado con Duque. ¿Por qué vale tanto su cabeza?

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septiembre 22, 2020
Otoniel, el narco al que hasta Mike Pompeo le tiene ganas

Mike Pompeo, secretario de Estado de Estados Unidos, visitó a Iván Duque el pasado sábado 19 de septiembre. Los medios reseñaron la noticia afirmando que la visita tenía como único motivo felicitar al presidente por haber respaldado al nuevo presidente del Banco Interamericano de Desarrollo, Mauricio Claver-Carone. Pero no, una de las razones fue un regaño.

En julio del 2017, siendo director de la CIA, visitó Urabá para ver cómo se desarrollaba la operación Agameón 2, que buscaba cerrar el cerco hasta la asfixia. La CIA y el gobierno Trump le han prestado a Colombia todos los recursos disponibles para desarticular al Clan del Golfo, el mayor productor de cocaína de Colombia. Tres años después nadie ha podido atrapar a Otoniel

Cada vez que sobrevolaban los helicópteros por encima del escondite en el Urabá donde se escondía, Otoniel miraba la pistola enchapada en oro y con incrustaciones de diamantes. En esa época, diciembre del 2015, prefería pegarse un tiro a ser encarcelado. La operación Agamenón estrechaba el cerco. Ya habían caído sus amigos entrañables, los que lo acompañaron en una guerra de 30 años, El Negro Sarley, su hermano Juan de Dios. El plan pistola que emprendió después de la muerte de este último, en la madrugada del 1 de enero del 2012, tendría su desenlace en esa tarde de diciembre. En un descuido del ejército Otoniel y sus hombres encontraron un hueco en la bolsa en la que lo habían encerrado los soldados. Otoniel volvía a estar en una guerra que él empezó cuando tenía 20 años, en 1991.

En ese año el EPL, aupado por la apertura democrática que planteaba el Gobierno de César Gaviria, decidió entregar sus armas. No todos los hombres estaban convencidos de poner la rodilla en la tierra. Francisco Caraballo fue uno de esos guerrilleros que quisieron seguir en la lucha. Respaldado por otros cincuenta guerreros se internaron dentro del Urabá creando el frente Bernardo Franco. Uno de los hombres que más ayudó a traer gente fue Francisco José Morelo Peñate, mejor conocido como el Negro Sarley. Entre los que llegaron recomendados por él estaban Roberto Vargas, alias Marcos Gavilan y sus primos, los hermanos Dairo de Jesús y Juan de Dios Usuga. A Caraballo le sorprendió la valentía y el arrojo que demostraban en combate ese par de quinceañeros pero le molestaba que el interés de seguir en la guerra solo fuera para sacar una tajada económica y no movido por motivos ideológicos. Dairo de Jesús y Juan de Dios, como buena parte de los hombres de Caraballo, no tenían verbo para convencer a campesinos.

Nacido en Necoclí el 15 de septiembre de 1971, el hombre que sería dos décadas después con el alias de Otoniel, creció viendo plantíos arder, hombres revolcarse por el dolor de las balas. La guerra era su hábitat, su universo. Se crió en Nueva Antioquia juntó a sus once hermanos. A Juan de Dios fue el que siempre más admiró. Él era un hombre decidido, cuando tenía 16 años ya estaba en el monte, dando plomo con el EPL. Fue el jefe de cuadrilla más joven que tuvo esa guerrilla. Cuando el EPL se acabó a los Usuga no se lo consultaron. Ellos no querían cambiar el mundo, tan sólo volverse ricos y la guerra aún no les había dado nada.

En junio de 1994, como el rebelde Aguirre atrapado en las selvas del Darien, Caraballo, derrotado por las Autodefensas que empezaban a pulular en la zona, fue atrapado por el ejército. Lejos de querer deponer las armas, Otoniel, Sarley y Juan de Dios, mejor conocido como Giovanny, aceptaron la ayuda que les tendía las FARC. Crearon el frente Pedro León Arboleda. La alianza no duraría un año. Con todo lo degradada que podía estar la guerrilla tampoco era que recibieran asesinos obsesionados con la sangre como era el grupo de los hermanos Usuga. Asesinaron a un campesino muy cercano al jefe del Frente 5 tal y como lo relata Verdad Abierta. No tuvieron otro camino que esconderse en Belén de Bajirá. Con las FARC respirándoles en la nuca no tuvieron otro camino que pedirle ayuda a Carlos Castaño.

Por sugerencia del jefe paramilitar los hombres de Otoniel entregaron, en 1996, las armas a las autoridades de presidencia y el ejército que habían mandado desde Bogotá. A los periodistas que fueron a cubrir la noticia Giovanny, quien comandaba sus hombres, les dijo que habían depuesto las armas porque se habían cansado de la guerra y que habían aceptado el ofrecimiento de Castaño: Trabajar las tierras que él les iba a dar para que vivieran allí con sus familias. Nada resultó como se esperaba. Castaño los metió en su máquina de guerra y fueron despiadados.

En las AUC  recibían ordenes directas de los hermanos Rendón Herrera: Juan de Dios con Fredy, alias El Alemán; y Otoniel con Daniel, alias don Mario, en los Llanos orientales.  Otoniel puso a prueba su crueldad en la masacre de Mapiripán en el Meta, el 15 de julio de 1997 cuando lo vieron “matando sin estremecerse y comer rodeado de cadáveres”. Al mando del frente Pedro Pablo González del Bloque Centauros desplegó tanta violencia que carga con 40 órdenes de captura por extorsión, secuestro, tortura y homicidio durante los diez años que portó el brazalete de las AUC.

Juan de Dios y Darío aprendieron pronto que, para ascender dentro de la estructura criminal solo tenían que seguir la ruta del narcotráfico. En el 2005 ya tenían aparato militar propio: nacieron Los Urabeños. Para posicionarse supieron aprovechar el vacío y la confusión que creo la guerra de poder dentro de las AUC acentuada por el proceso de paz del gobierno de Álvaro Uribe que concluyó con la extradición masiva de jefes paramilitares.

En las interceptaciones de radioteléfonos y celulares empezaría a quedar grabado un nombre: Los Urabeños. Detrás estaban de lleno los hermanos Úsuga y sus mandos medios Belisario, Torta, Visajes, Benavides, Mi Sangre, Cero Siete y El Negro Sarley quienes se convirtieron en el terror de la región. Juan de Dios tomó el camino del lujo y el derroche mientras Otoniel se internó en las selvas del Darién donde se aprendió de memoria los caminos de herradura entre Unguía y Acandí. Allí operaba como amo y señor del tráfico de droga y de las armas. Duros de la guerra como el Loco Barrera no solo le tenía respeto a Otoniel sino miedo: “Si en Colombia hay alguien malo, malo y realmente peligroso es ese tal Otoniel de Urabá. Se acordarán de mí. Ese Otoniel es un animal”, diría el capo antes de ser extraditado.

Los excesos de Juan de Dios terminaron sepultándolo. No escatimó en gastos para comenzar a realizar fiestas estridentes muy al estilo de su socio Fritanga con jovencitas traídas de Montería, Medellín y Barranquilla. En la madrugada del primero de enero del año 2012 los Úsuga disfrutaban de una fiesta familiar pomposa protegidos por 40 escoltas. Juan de Dios estaba completamente borracho cuando a las 4:30, con la luz del amanecer, descendieron de dos helicópteros los hombres jungla del Ejército que los ubicaron tras infiltrar a uno de los músicos. La búsqueda se había intensificado por el asesinato de los estudiantes de la Universidad de los Andes, Mateo Matamala y Margarita Gómez, en San Bernardo del Viento (Córdoba), por orden de Otoniel quien los señaló como informantes y ordenó su asesinato.  Juan de Dios intentó huir pero cayó abatido y en retaliación Otoniel juró vengar su muerte.

El 5 de enero del año 2012 decretó, lleno de ira, un paro armado que se extendería por los municipios de Urabá y llegaría hasta Santa Marta. La guerra contra el Estado había comenzado y para librarla decidió hacer aquello que hasta ahora había evitado: aliarse con otras organizaciones de narcos para asegurar recursos y armas. A sus lugartenientes les dio la orden de extender las redes criminales de su banda. De esta manera coaptaron 96 grupos delincuenciales en todo el país. Desde la propia Oficina de Envigado en Medellín, Los Machos en el Norte del Valle y la mitad de los sicarios y cobradores de platas mal habidas en todo el extenso corredor del Pacifico colombiano, desde Tumaco hasta el tapón del Darién.

Las autoridades calculan que la fortuna de Otoniel ha llegado a estar en los 800 millones de dólares –le faltaron 200 para aparecer en le revista Forbes-. Con esa caja registradora repleta de dinero también se ha hecho dueño y señor de todos los municipios del Urabá con oídos y ojos en el gremio de los taxistas, mototaxistas, restaurantes, tenderos y un pequeño ejército de menores de edad que llevan y traen razones. Su desaforado crecimiento, sin embargo, se volvió una fuerza destructiva. Desde el 2014 su imperio ha empezado a derrumbarse. Informantes atemorizados comenzaron a entregar a todos sus hombres. Han caído más de 300 incluido su círculo más cercano: sobrinos, socios, cuñadas y hasta su esposa detenida en la cárcel de Jamundí en el Valle.  Decepcionado hasta de su propia esposa -quien le estaba robando dinero con un pastor de República Dominicana con quien lavaban millones de dólares-, se ha dedicado al alcohol y a reaccionar enloquecido frente a quien le genere un pelo de desconfianza.

Pero al parecer superó todos sus problemas y Otoniel se encuentra más fuerte que nunca. La visita de Pompeo se puede interpretar como un regaño del más alto nivel para que el gobierno se pellizque y pueda servirle en bandeja de plata la cabeza del jefe del cartel más poderoso de suramerica.

 

 

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