¿OTAN y Unión Europea son máquinas de guerra (como dice Rusia) no comprometidas con la paz?

¿OTAN y Unión Europea son máquinas de guerra (como dice Rusia) no comprometidas con la paz?

Reflexión sobre los ya casi dos meses de guerra en Ucrania. El problema de Europa es la democracia, que por no existir ha llevado a esta gran tragedia ucraniana

Por: Franz Henao
abril 20, 2022
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¿OTAN y Unión Europea son máquinas de guerra (como dice Rusia) no comprometidas con la paz?
Foto: Pixabay

El hundimiento del buque insignia de la Armada rusa, Moskva, en el Mar Negro, el jueves 14 abril, es una pérdida muy grave que afecta la moral de las Fuerzas Armadas rusas y un error imperdonable de los servicios de inteligencia del Kremlin, que deja al descubierto las fisuras graves en la estrategia militar del Estado Mayor, al mando del general Valeri Guerásimov.

Pero también muestra el poderío militar del ejército de Ucrania que ha respondido con armas de alta precisión, entregadas por Gran Bretaña y Estados Unidos durante la última década. No era un ejército débil, carente de pericia y preparación. Habían sido adiestrados por expertos militares norteamericanos.

Era una imagen falsa y tal vez para desorientar al enemigo, ¿o era para despertar conmiseración?, esa que se le vendió al mundo, semanas previas a la invasión, de que estaban entrenando a sus ciudadanos, con fusiles de cartón, en caso de que los rusos se atrevieran a poner sus pies en Ucrania.

Putin al inicio de la ‘Operación Militar Especial’, 24 febrero, dijo que buscaba “desmilitarizar” a Ucrania. ¿Entonces tenía razón? Porque lo que se ve no es un grupo de valerosos e inexpertos ciudadanos revestidos de nacionalismo heroico sino soldados de tomo y lomo, con armas estratégicas, bien pertrechados.

Básicamente la guerra se desencadenó porque Rusia vio que sus fronteras estaban en peligro. El detonante de todo esto es que Moscú ha visto amenazado el legítimo derecho que le asiste a defender su seguridad nacional. La OTAN, inexplicablemente, empezó a amenazar la frontera rusa con sus armas.

Karen Donfried, subsecretaria de Estado para Asuntos Europeos y Euroasiáticos de EE.UU., recibió en diciembre 17, 2021, de la Cancillería rusa “dos proyectos de tratados”, sobre garantías de seguridad: uno con Estados Unidos y otro con la OTAN. ¿Qué proponía Moscú en ellos?

Cuatro cosas: Cese formal de la ampliación oriental de la OTAN; congelación permanente de la expansión de la infraestructura militar de la Alianza (bases y sistemas de armas) en antiguos territorios soviéticos –léase Lituania, Letonia, Estonia, Georgia, Rumanía y, muchísimo menos, Ucrania-; [resalto en cursiva] fin de la asistencia militar occidental a Ucrania; prohibición de los misiles de alcance intermedio en Europa.

Que se la quite el que ató la campana al cuello del tigre

Así dice el proverbio chino. La OTAN, creada en 1949, en Washington D.C., se convirtió en un tigre por cuenta de Ucrania, país donde se le veía como su tabla de salvación, la única posibilidad de no ser devorada por el lobo.

Kira Rudil, diputada ucraniana, partido VOZ (Golos), 36 años, decía el 4 febrero: “Por no estar en la OTAN estamos amenazados ahora”. Es decir, en la política ucraniana la OTAN representaba el bálsamo de Fierabrás cervantino que curaría sus achaques internos, como ser uno de los países más corruptos y desiguales.

El programa electoral de Volodimyr Zelenski en 2019 explicitaba que la membresía de Ucrania a la OTAN es un instrumento para fortalecer nuestra capacidad de defensa.

Ucrania lo que quería entonces era atacar el remedio no la enfermedad. Otro proverbio, ruso, precisa: San Petersburgo cabeza de Rusia, Moscú el corazón y Kiev la madre. Esto es así desde siempre, desde el siglo IX cuando las tribus eslavas deciden asentarse en aquellas fértiles tierras negras. Rusia y Ucrania comparten el mismo sustrato etnológico y antropológico. Tienen la misma sangre. La revolución naranja de 2004 trastocó esas marcas históricas que han llevado al escenario dantesco actual.

Estados Unidos decidió ponerle la campana al tigre, y creó un problema mayúsculo. Finalizada la Guerra Fría, en 1991 armó algo parecido a un vodevil geopolítico que podríamos titular ‘La hegemonía neoliberal soy yo’, que repartía favores a placer, disponía las cosas a su manera, decía quien salía en la foto y quien debía desaparecer, quien podía vivir y quien no.

Cometió un craso error: vivir sólo para él, pensar exclusivamente en sus ambiciones. Se parecía a Rastignac, ese fantástico personaje de Balzac, para quien los límites en su irrefrenable ansia de poder no existían.

Desde 1991 se dedicó a urdir planes yaguescos: la ampliación de la OTAN a los países de la antigua órbita soviética, que inició en 1999 con Polonia, Hungría, Chequia y terminó en 2021, con Macedonia del Norte. Lo inadmisible, contrariando los sentimientos de los rusos, que cada vez se sentían más heridos en su amor propio y tragándose la humillación de verse vejados por el infame cierre que se impuso a la Guerra Fría.

Un cierre absurdo, descabellado, nada diplomático y peor pergeñado. Parecido a la chapuza implementada en el tratado de Versalles, el peor error de la historia, donde se liquidó el Imperio alemán, sirvió en bandeja de alabastro la llegada de Hitler al gobierno y, enseguida, al cataclismo de 1939, que nadie quiere recordar ya.

Y para que nada faltara a este vodevil esperpéntico, Estados Unidos incumplió su palabra dada a Mijaíl Gorvachov, de que la OTAN no se ampliaría a países exsoviéticos. Se descubrieron, en los Archivo de Seguridad Nacional de la Universidad George Washington, abiertos en 2017, las promesas que James Baker, Secretario de Estado de Estados Unidos, hizo 9 febrero, 1990, al presidente de la URSS Gorbachov: La OTAN no se expandiría “ni una pulgada” hacia el Este, si la Unión Soviética permitía la reunificación de Alemania.

En esa reunión, Baker repitió tres veces que “la expansión de la OTAN es inaceptable” (documento 6). Gorbachov respondió: “No hace falta mencionar que una ampliación de la zona de la OTAN es inaceptable”. Baker le dijo: “We agree whith that” (Coincidimos en eso).

Al día siguiente, 10 febrero, el canciller alemán, Helmut Kohl, reafirmó, “la OTAN no debería expandir la esfera de su actividad”. Gorbachov manifestó, “estoy de acuerdo” (documento 9). Todas estas conversaciones, surtidas de promesas de las que después se retractaron, no quedaron grabadas en un tratado.

La pregunta que el mundo entero se hace, menos Estados Unidos

¿Por qué la OTAN no fue desmantelada en 1991 cuando el Imperio soviético se liquidó? La OTAN había nacido en 1949 para detener las ansias expansionistas de Stalin, uno de sus puntos establecía que su funcionamiento terminaría pasados 20 años.

Lee Yucheng, viceministro de Relaciones Exteriores de China, el 19 marzo, planteaba: “El bloque militar [de la OTAN] es un remanente de la Guerra Fría, y, con la desintegración de la Unión Soviética, la OTAN y el Pacto de Varsovia deberían haber pasado a la historia en ese mismo instante”, afirmó Le. “Sin embargo, en lugar de disolverse, la OTAN siguió fortaleciéndose y expandiéndose. El resultado es de imaginar. La crisis de Ucrania es una advertencia”, opinó.

El presidente chino, Xi Jinping, aún precisa más en sus reuniones virtuales con líderes europeos y con el presidente Biden: “Las arquitecturas de seguridad mundial y regional, no deben seguir construyéndose con la mentalidad de la Guerra Fría”.

China se ha mostrado cauta, tratando de preservar su equilibrio, sin condenar a Rusia y en desacuerdo con las sanciones de Occidente –para el régimen chino la globalización no se puede utilizar como un arma-, al igual que con la pandemia, ve la guerra como una oportunidad para mejorar su posición geopolítica como un contrapeso a los EE.UU. mientras mantiene los lazos con Rusia.

La Unión Europea ha escorado hacia lo bélico

China gana puntos con su actitud prudente, en apariencia constructiva, aboga por la sensatez de recurrir a las conversaciones por la paz. Sí, China actúa como potencia, que significa no echar leña al fuego, y abriendo espacios a la solución política, para no agravar y espolear el odio y las tensiones.

Es una pena no ver esta actitud conciliadora en los dirigentes de la UE. Resulta increíble escuchar las arengas guerreras de Ursula Von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea (CE) pidiendo, el 17 abril, diario alemán BILD, a todos los países europeos, que urgentemente envíen armas a Ucrania. “No hay diferencia entre las armas pesadas y ligeras” dijo, y sentenció: “la guerra puede durar meses e incluso años en el peor de los casos”, fue apodíctica.

En las crisis es donde se conoce quién es quién, donde aflora la verdadera naturaleza humana y las componendas pierden sentido, mostrando en realidad lo que cada uno es.

Visionaria la mujer ¿no? ¿de dónde ha salido este raro espécimen? Ningún elector europeo ha votado por la señora Ursula. Es una funcionaria alemana estrella. Su grandeza radica en la humildad con que recibe y ejecuta la agenda del statu quo.

Leyen era ministra de Defensa de Merkel. De ahí, de rozarse con los soldados de la Bundesweht (Fuerzas Armadas de la República Federal de Alemania), le viene ese barniz de mujer dura. ¿Cómo llegó a presidenta de CE? En la trastienda de una encerrona nocturna. Esas cláusulas políticas, tan inexplicables ellas, ya habían acordado que el presidente de la CE sería Manfred Weber. Pero Weber se quedó esperando en las puertas de la iglesia, porque la novia no llegó.

De repente, sin que nadie lo esperara, ni estuviera en las quinielas, salió humo blanco, el presidente francés, Macron, y Ángela Merkel llegaron a un acuerdo. Von der Leyen se quedaría con la presidencia de la CE, el puesto más añorado y jugoso por la burocracia de Bruselas. Era lo que anhelaba la canciller Merkel. Y a Macron le dejaron elegir a Christine Lagarde para la presidencia del Banco Central Europeo, cargo que estaba reservado para Jens Weidmann, a la sazón presidente del Bundesbank.

La jugarreta ocurrió a finales de 2019. Nadie en Europa conocía a Leyen, ni siquiera en Alemania votaron por ella. El destino juega así de caprichoso. Esto ¿qué refleja? En la UE la democracia está renqueante, padece la grave enfermedad ELA, esa esclerosis que se devora al paciente con lentitud mortal.

Ese tren de Comisarios, todos con más de 30.000 euros mensuales, que conforman la CE, y cuyos resultados paquidérmicos son bien discutibles, responden al mísero clientelismo. En 2014 hubo un duro pugilato entre el primer ministro del Reino Unido, James Cameron que se oponía ferozmente a que Jean-Claude Juncker fuera elegido para la presidencia de la CE, en aquel año. Lo consideraba un federalista del viejo estilo, amante del alcohol y lo que más extrañaba a Cameron era que nadie había votado por él en Europa.

Al final, Juncker fue nombrado, por sus amiguetes. Pero quedó flotando en el aire la apestosa idea de que Reino Unido se retiraría de Europa. Dos años después, junio de 2016, llegó el indeseable Brexit.

El problema de Europa es la democracia, que por no existir ha llevado a esta inmensa tragedia que es Ucrania. Es difícil no darle la razón a María Zajárova, portavoz del Ministerio de Exteriores ruso, dijo el 11 abril, “[Josep] Borrell [Alto Representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad] convierte a la UE en una máquina de guerra de la OTAN”. Europa se tragó el cuento de Zelenski: “Es una obligación moral entregar armas”. ¿Nadie va a quitar la campana que lleva el tigre en su cuello?

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