Ni más ni menos: el final de una tormenta muy dolorosa.
¿O cómo más podríamos llamar a este estado de miedo e incertidumbre en que nos ha dejado ese revoltillo de pandemia, empobrecimiento, inseguridad y vandalismo que hemos tenido que vivir?
Los síntomas: desoladores.
Filas interminables de jóvenes pidiendo pasaportes para abandonar el país. Gente saliendo de sus casas lo mínimo posible para protegerse del atraco, la puñalada y la balacera. Epidemia de avisos de se vende, se arrienda o se permuta. Desesperación ante el incesante y macabro asesinato de líderes sociales. Esquinas y carreteras atestadas de familias abandonadas a la mendicidad. Proyectos que venían andando, paralizados ahora por el freno de mano hasta tanto no se sepa qué va a ocurrir.
Y en medio de esta desolación un panorama político que no mostraba más que el desbordamiento de la extrema izquierda, sin diques a la vista que pudieran contenerla.
El alud de empresarios medianos y grandes que están sacando sus capitales del país a rodos como uno de los peores augurios.
No obstante, una vez más parece cobrar vigencia el viejo dicho de que “Dios aprieta pero no ahorca”.
En tan solo quince días aterrizaron en la arena dos pesos pesados que cambiarán el mapa y cuya irrupción promete modificar el miedo y la bajeza que han predominado hasta ahora en la campaña presidencial.
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Con ninguno de los dos corremos el riesgo de la destrucción de los niveles de democracia y economía que hemos alcanzado, contra viento y marea
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Con Óscar Iván Zuluaga y con Alejandro Gaviria podemos tener diferencias, es más, podemos tener serias diferencias. Pero ojo: con ninguno de los dos corremos el riesgo de la destrucción de los niveles de democracia y economía que hemos alcanzado, contra viento y marea, a lo largo de nuestra historia.
Entre los dos se hallan las inmensas mayorías de esa Colombia silenciosa, trabajadora y buena que siempre nos salva.
Son dos personas que encarnan claros liderazgos democráticos. Lo que quiere decir que las distancias que los alejan merced a sus diferencias legítimas no ponen en riesgo los fundamentos de la democracia ni los grados de convivencia y tolerancia políticas que exige la democracia para su supervivencia.
Son dos personas que tienen experiencias de vida, de gobierno y de política qué mostrar y veremos que eso va a empezar a sentirse desde muy pronto. Los dos anunciaron desde un principio que no saldrán a practicar las campañas del insulto y la guerra sucia, lo cual representa, en sí mismo, un salto enorme respecto de la degradación del debate público al que hemos estado sometidos.
Vendrán también sus diferencias. Bienvenidas sus diferencias tramitadas en estas nuevas reglas de estatura intelectual y respeto que nos prometen.
Tengo la íntima convicción de que antes de que termine este año el país recibirá la buena nueva de unas encuestas liberadas de peligros y amenazas. Con esta buena nueva comenzaremos el 2022 aferrados a ese optimismo que nos resulta a los colombianos tan indispensable como el aire que respiramos o como el sentido del humor que no nos deja rendir.
Por eso me parece tan desacertada la actitud de los antiuribistas fatutos que ya se atrincheraron para atacar a Zuluaga o la de los antisantistas fatutos a quienes no se les ocurre nada distinto que ponerse a dispararle a Gaviria.
La cosa es muy simple: primero salvemos la democracia y la economía y, después, discutimos lo que tengamos que discutir.
Adenda cultural. Vuelve al ruedo de la música nuestra querida amiga Lorena Urrea, la Lorena de La Barraca, que siempre nos cautiva con su voz extraordinaria y sus talentos artísticos excepcionales. Llega la noche del 3 de septiembre a Cabaret, en Bogotá, con su concierto y con su proyecto de impulso y pedagogía para nuevos artistas a través de su página web La Barraca de los artistas. Otra colombiana que no se rinde. Muchos éxitos.