Óscar Chávez, el juglar revolucionario que murió en el olvido

Óscar Chávez, el juglar revolucionario que murió en el olvido

El pasado 30 de abril, a los 85 años de edad, falleció en Ciudad de México el pionero de la nueva trova latinoamericana

Por: Carlos de Urabá
mayo 07, 2020
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Óscar Chávez, el juglar revolucionario que murió en el olvido
Foto: ProtoplasmaKid - CC BY-SA 4.0

Si en este momento se le preguntara a un joven mexicano quién era Óscar Chávez seguro respondería que un boxeador, un luchador o un futbolista. Es difícil que alguien de las nuevas generaciones cabalmente lo identifique.

Es triste reconocerlo, pero la sociedad mexicana lo condenó al olvido. Menos mal que un reducido grupo de intelectuales o nostálgicos izquierdistas de la vieja guardia mantienen viva su memoria.

Sus letras contestatarias, de protesta o de parodia política apenas si se escuchan por las emisoras de radio o los canales de televisión regidos por las multinacionales de la industria musical. No lo programan porque se le considera una figura arcaica y obsoleta perteneciente a una época incompatible con la era supertecnológica digital.

Y es que los ideales revolucionarios socialistas o comunistas que tanto pregonaban sus canciones están caducos y desfasados. Ahora se imponen los ritmos fáciles, al son que toca el amo repitiendo estribillos idiotizantes, letras sin sentido para que el pueblo no reflexione sobre asuntos trascendentales de la existencia: el desempleo, la explotación laboral, la violencia, los desaparecidos, el desplazamiento forzado o los feminicidios.

En México apenas quedan algunos reducidos focos de resistencia como es el caso de los Zapatistas, las organizaciones populares campesinas, obreras o sindicalistas, las comunidades indígenas y los colectivos de estudiantes, que a duras penas pueden hacer oír su voz a nivel nacional o internacional. Ellos hacen parte de los 60 millones de parias condenados a la más espantosa marginalidad.

Óscar Chávez pertenecía a la tribu de los perpetuos luchadores convencidos de que el canto nuevo alumbraría la revolución victoriosa. ¿Cómo cambiar la historia y fundar un país más justo y solidario? Él, como buen soñador, se empeñaba en despertar las conciencias y pregonar el espíritu contestario.

Tras padecer los catastróficos sexenios prianistas, la última esperanza de México es el gobierno de la Cuarta Transformación de Morena, aparentemente un baluarte del socialismo del siglo XXI. Su método para redimir el pueblo empobrecido es nada menos y nada más que aplicar una política asistencialista. Es decir, la caridad antes que la justicia social.

Para llevar a feliz término sus planes, el presidente AMLO se ha aliado a empresarios multimillonarios como Carlos Slim o Salinas Pliego. Además, se jacta de ser el mejor amigo de Donald Trump, a pesar de los insultos que profiere contra los migrantes mexicanos, a los que califica de “delincuentes”, “violadores” y “narcos”. Estos, por supuesto, no importan porque la prioridad es que los índices de crecimiento económico se mantengan en alza.

Además, la Guardia Nacional Mexicana, creada para combatir los carteles y la delincuencia, por orden de la Casa Blanca ha asumido la misión de impedir que los clandestinos centroamericanos invadan “la sagrada tierra prometida”. Ante tamaña humillación nadie protesta, ya no hay juglares, ni cantores o poetas que le planten cara al poder establecido.

Eso sin contar con que el TLCAN no solo es un acuerdo comercial, sino también es un tratado injerencista que pretende aniquilar la cultura popular mexicana. El imperialismo cultural cuenta con una poderosísima maquinaria propagandística para cumplir al pie de la letra sus maquiavélicos planes. Es tal la dependencia económica de México con respecto a Estados Unidos que ha renunciado a su soberanía para asumir un espurio estatus colonial.

El cantautor Óscar Chávez, de carácter solitario e introvertido, prefería no tener mucha gente su alrededor. Por eso eligió alejarse al mundanal ruido para dedicarse a sus composiciones y al quehacer poético. Como buen anarquista se negó a integrarse en ese mundo vacuo y superficial que prevalece en la sociedad contemporánea.

De hecho, él fue uno de los pioneros de la nueva trova allá, por la década de los sesentas. A raíz del triunfo de la Revolución cubana, el trovador se dedicó a cantarle a esos guerrilleros mitológicos que entregaron la vida por su pueblo: Che Guevara, Manuel Rodríguez (Chile), Sandino (Nicaragua), Lucio Cabañas (México), entre otros.

Y cuando en el año 1968 se produjo la matanza de Tlatelolco, el cantautor valientemente denunció el genocidio cometido por las fuerzas armadas mexicanas con su Corrido 2 de octubre: “El dos de octubre llegamos todos pacíficamente a un mitin en Tlatelolco quince mil en contingente… zumban las balas mortales, rápido el pánico crece…12 años tiene un chiquillo que muerto cae a mi lado, y el vientre de una preñada como lo han balloneteado”.

Del mismísimo seno del PRI, la mafia revolucionaria institucional, surgieron escisiones aparentemente progresistas como el PRD o Morena, que sin ningún escrúpulo forjaron alianzas con la ultraderecha del PAN o el conservador Movimiento Ciudadano. Es algo difícil de explicar cómo los políticos de la izquierda pasan a la derecha, y viceversa. Un brote de esquizofrenia de la inmunda corrupción pública y privada, donde los pobres son los clientes y los votantes.

En fin, Óscar Chávez se distinguió como una de las figuras más preponderantes de la música popular mexicana y también de la nueva canción latinoamericana. Y por lo tanto hace parte de esa gloriosa zaga de cantautores como Joan Báez, George Brassens, Paco Ibáñez, Atahualpa Yupanqui, Víctor Jara, Ali Primera, Joan Manuel Serrat, Facundo Cabral, Silvio Rodríguez y Pablo Milanés.

Por su congruencia personal se le considera el último cantante político de México. En los años sesentas y setentas se encargó de dar a conocer entre público mexicano el acervo de la música popular centroamericana y suramericana, porque desde siempre ha existido entre nuestros pueblos hermanos un fatal sino de incomunicación y desconocimiento mutuo. Pero todo cambió a partir del trágico periodo de las dictaduras del cono sur.

Óscar Chávez se comprometió con la lucha izquierda y el utópico ideal de la unidad latinoamericana. Padre y hermano de la nueva trova cubana como lo demuestra su composición Por ti, que ha servido de himno a varias generaciones: “Por ti yo dejé de pensar en el mar, por ti dejé de fijarme en el cielo, por ti me ha dado por llorar como el mar, me he puesto a sollozar como el cielo, me ha dado por llorar”. Una canción que se emparenta con Yolanda de Pablo Milanés o el Unicornio de Silvio Rodríguez.

Siempre estuvo vetado por al gobierno opresor de turno, pero jamás se amilanó ante las adversidades. En su tema Se vende mi país expresa: “Se vende mi país por todos lados. La tripa, el corazón y sus costales. Se vende mi país a cuatro vientos, su sangre, su labor, su sentimiento. Se vende mi país con todo y gente”.

Pero ahora los narco-corridos se han convertido en la música de protesta, donde los héroes son los grandes capos que se enriquecen de la noche a la mañana, que se convierten en el ejemplo a seguir por la juventud sin futuro. Los sectores populares además son adictos a la música norteña, las rancheras y el reguetón. Mientras que por el contrario la burguesía o la alta sociedad prefiere el jazz, el rock o la música clásica.

A principios de la emergencia sanitaria, irresponsablemente la alcaldesa de ciudad de México (Claudia Sheinbaum), por meros intereses económicos, autorizó el 14 y 15 de marzo el Festival Vive Latino, al que asistieron miles y miles de personas que sin saberlo activaron la bomba biológica del coronavirus. En resumen, las malas políticas sanitarias y de prevención epidemiológica se llevaron por delante a Óscar Chávez, que padecía problemas respiratorios ya que era un fumador crónico.

El indolente pueblo mexicano no supo comprender el genio libertario de Óscar Chávez porque hoy la gente está más preocupada por cuándo van abrir el parque Disney en los EE. UU. o si saldrá en otoño el último smartphone. Y menos a las élites esnobistas mexicanas que poseen un pasaporte gringo, tienen propiedades en Los Ángeles, Dallas o en Nueva York, y poseen negocios en Londres, París o Madrid.

Óscar Chávez dejó como despedida este sentido poema:

No he muerto, solo me fui antes y no quiero que me recuerden con lágrimas, como aquel que no tiene esperanzas no he muerto, aunque mi cuerpo no esté, mi presencia se hará sentir seré el silencio de nuestro hogar que tanto compartimos, seré la brisa que escucharán durante mis melodías en sus rostros, seré un recuerdo du

lce que asista a su memoria, seré una página bonita de su historia, perdón a todos, tome únicamente uno de los trenes anteriores y se me olvidó decirles, no he muerto, solo me fui antes.

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