La prensa mundial y la prensa científica están llenas, como casi todo en este mundo, de cosas buenas y menos buenas pero siempre interesantes. Por eso hay que repasarlas (tijera en mano decían los viejos periodistas) rutinariamente. Sobre todo los fines de semana y los “puentes”. Hoy en víspera de Todos los Santos (Halloween en inglés) quisiera volver a dos temas tratados en esta columna recientemente. Primero, el origen evolutivo de la reproducción sexual y sus muy necesarios órganos (La costilla perdida de Adán, 10 de octubre, 2014), y luego el miedo exagerado a la epidemia de ébola (¿De qué se muere la gente en África?, la semana pasada). Además tocar el tema de espinas en el pene o dientes en la vagina parece apropiado para un 31 de octubre, Día de las Brujas.
Aclaremos de salida para timoratos: los relatos sobre vagina dentata no tienen base biológica y eso no existe en ningún animal cercano a nosotros. Pero curiosamente se repite esa imagen en muchas culturas, mitos, fantasías psicoanalíticas, obras de arte surrealistas, etc. Los miedos inconscientes son el estrato más profundo de la humanidad, el fósil o monstruo de las cavernas que todos tenemos por ahí. Cuando uno como patólogo joven abre por primera vez un teratoma quístico, tumor benigno del ovario no infrecuente en las mujeres, y encuentra dientes inmaduros, cabello y microscópicamente anexos cutáneos se siente un frisson (o repelús, linda palabra del español castizo) como de película de Halloween. Pero, tranquilos, los dientes en la vagina no existen y si usted lo cree así háblelo con su psicólogo de cabecera (que puede ser su esposa).
Ahora bien, la cópula sexual apareció en la evolución de la vida en unos antiquísimos animales (lo sabemos por sus fósiles como se ilustra en la figura de arriba) que tenían unos “penes” como pinzas o espinas. Este pececito habitaba los frígidos lagos de Escocia hace unos 385 millones de años (BBC, 19 de octubre, 2014). Parece un curioso lugar para inventarse el coito pero podemos suponer que el ambiente era poco propicio para que los espermatozoides flotaran libremente hasta encontrar un gameto femenino como es habitual en especies menores acuáticas. Entonces aquel astuto animalito decidió seguir la letra del bolero clásico: “acércate más y más y más”… ¡y tome para que lleve! como se dice entre nosotros.
Podría parecer poco apropiado el tono festivo del párrafo anterior pero la noticia que se había encontrado el origen evolutivo del coito dio la vuelta al mundo hace unos días con diversos y divertidos comentarios. El Washington Post (20 de octubre) titulaba la nota “Científicos descubren el embarazoso (awkward) origen del acto sexual”. Y el artículo comenzaba: “Imaginen un frígido lago escocés. En él un antiguo pez llamado M. Dicki giraba…” Lo de frígido puede pasar como descripción geográfica pero el nombre científico de la especie Microbrachius Dickies casi procaz pues dick es un vulgarismo inglés por falo. El científico que lideró el grupo investigador del descubrimiento es un australiano de la Universidad de Adelaida llamado apropiadamente John Long (todo esto parece broma o chiste entre paleontólogos pero se publica en la augusta revista Nature) quien afirma: “La historia del sexo es tan antigua como la vida misma e igualmente complicada y misteriosa”.
Y algo sobre la ilustración que encabeza esta columna. Es del biólogo y artista Brian Choo especialista en fantásticas representaciones gráficas de fósiles y dinosaurios. ¿Qué tanto de la teoría evolutiva de la vida es imaginación? Mucho, pues nadie de nosotros estaba allí en esos tiempos ni sabe con certeza absoluta cómo pasaron las cosas. Lo que nos lleva a concluir que parte importante de las ideas científicas es imaginación e intuición. No todo en ciencia es números, gráficas ni las idolatradas tablas (chiste para epistemólogos) del sobrevalorado Francis Bacon. Hay que tener mucha imaginación para llegar a verdades científicas.
Ahora al segundo tema de esta columna. Creo que la epidemia del virus Ébola está en retroceso. Se espera tener una vacuna en mayo del año que viene. Y ya países africanos grandes como Senegal y Nigeria se declaran libres de la enfermedad (Los Angeles Times, octubre 22, 2014). Nigeria, el país más poblado del continente, tuvo diecinueve casos con siete u ocho muertes pero siguió cuidadosamente los contactos de esos casos (900 personas) y cortó la transmisión de la enfermedad después de más de 18.000 pesquisas con entrevistas cara a cara.
Según el experto Peter Pham esto se consiguió sin convertir en parias a enfermos ni contactos. Es fácil que el miedo exagerado incite conductas irracionales. La ilustración muestra un médico durante la plaga en Europa medieval. Pero lo recomendable es una tranquila prudencia sin afanes de heroísmo para servir mejor al hombre enfermo. En África o Nueva York.