Para hablar de afrocolombianidad tenemos que pensar necesariamente en la historia de África, de Europa y del entrelazamiento de estos dos continentes con América. La “Leyenda Rosa” de España sugiere que de no haber sido por la incursión europea desde finales del siglo XV en lo que se llamó el Nuevo Mundo, hoy estaríamos todos los americanos sumergidos en la barbarie.
Pero se oculta que cuatro de cada cinco personas que llegaron a América entre el siglo XVI y comienzos del siglo XIX[1] fueron africanos y no europeos.
Es decir, no fue Europa el factor exclusivo para conectar a América con el mundo, si se considera que el continente africano ya estaba conectado, desde siglos antes, a través del comercio, con Europa y Asia, y que su aporte a la construcción de este nuevo mundo americano no es menor que el de Europa.
Por ello es importante que indaguemos un poco cómo era el África de la cual extrajeron los europeos los millones de personas que trajeron, contra su voluntad, a América, en lo que se conoce como la migración forzosa más grande de la historia de la humanidad.[2]
Hay una larga historia de diplomacia y exploración mutua entre reinos africanos y reinos europeos que fue reescrita e incluso borrada directamente por quienes invadieron y sojuzgaron África; para justificar el proyecto colonial e imponer la narrativa de su supuesta misión civilizadora, la explotación de sus habitantes y sus recursos y la infame trata de personas que ejecutaron a lo largo de tres siglos, negaron a los africanos su verdadera historia.
Lo que nos han contado de África es una historia única, unidireccional, elaborada desde afuera, desde los intereses colonizadores. Generalmente conocemos la historia de África a partir de la trata transatlántica o desde finales del siglo XV, desde la llegada de los portugueses a este continente; pero solemos olvidar que el antiguo imperio egipcio, situado en África, se prolongó durante más de 3.000 años, convirtiéndose en una de las civilizaciones que la historia recuerda como las más poderosas, proceso que se inició a partir del año 3100 a.C. cuando se unieron el Alto Egipto, al sur y el Bajo Egipto, al norte, las dos zonas en las que se agrupaban una serie de ciudades independientes que se desarrollaron a lo largo del gran Río Nilo.
Ese Estado egipcio duró milenios y tuvo un gran impacto en la historia de la humanidad, a la que le dejó un legado en muchas áreas del conocimiento como arquitectura, matemáticas, ciencias naturales, agricultura.
También es interesante saber, por ejemplo, que en 1306 el emperador etíope Wedem Ar’Ad envió una delegación diplomática para visitar al rey de España y luego entrevistarse con el Papa Clemente V que por entonces dirigía su grey católica desde Avignon, para proponerles una alianza contra los musulmanes. Todas estas relaciones entre reinos de Europa y África anteriores a la llegada de los portugueses al África Occidental fueron de igual a igual.[3]
Y si nos remontamos un poco más atrás en el tiempo, podremos conocer de sociedades como el Imperio Axum, que ya en el siglo I después de Cristo se había consolidado como una sociedad jerarquizada, que tenía moneda, agricultura, escritura -tenía el alfabeto ge'ez-.
También podemos hablar del reino de Nubia, muy similar a Axum, que contaba con un alfabeto nubio, sus gentes practicaban la ganadería, la agricultura, y era una sociedad altamente jerarquizada. Estos reinos complejos de África que existieron desde el siglo I después de Cristo se asentaron sobre todo en el norte y noroccidente de este continente[4].
El comercio transarahiano, representado por las extensas caravanas de los bereberes que atravesaban el Sahara, el gran desierto norteafricano, partiendo de las costas mediterráneas y de Egipto hasta llegar al Sahel, la franja que conecta el norte desértico con el centro de África, obligó a crear, en los puntos de encuentro e intercambio de mercancías, grandes conglomerados que se convirtieron en ciudades autónomas, no ligadas con ningún reino o Estado, como Igbo-Ukwu, Jenné-Jeno y Tombuctú, quizás la más conocida de todas, que alcanzaron gran florecimiento antes de formar parte de los reinos e imperios que se establecieron, principalmente en el noroccidente africano, como Ghana, Malí y Songhai. [5]
Un factor que impulsó el crecimiento de las mencionadas ciudades sin Estado y de los primeros reinos fundados en el África Occidental y Noroccidental fue la expansión de los pueblos árabes desde el Cercano Oriente limítrofe con África hasta las costas atlánticas, que comenzó desde el siglo VII cuando empezaron a vincularse al comercio transahariano y se reforzó después con la propagación del Islam, la fuerza religiosa y política de los musulmanes que tomó la conducción de los últimos imperios africanos existentes antes de la llegada de los europeos, sobre la base de no imponer por la fuerza sus costumbres y sus creencias religiosas, sino dando un trato tolerante tanto a las tradiciones religiosas animistas como a la herencia que el cristianismo había dejado desde las épocas de dominación del imperio romano en el norte de África, y conviviendo con los usos y costumbres de los pueblos africanos donde se asentaron. [6]
La prolongada evolución de la economía mercantilista de productos agropecuarios y mineros que tuvo lugar en el África Occidental por el gran impulso que los comerciantes árabes les dieron a las redes comerciales que existían en esas regiones africanas desde antes de la hégira musulmana, comenzó a verse interrumpido desde finales del siglo XV y los albores del siglo XVI como consecuencia de la irrupción de los navegantes y comerciantes portugueses, seguidos de otros europeos como los franceses, holandeses, daneses, en las costas occidentales africanas, que fue el origen de grandes fracturas económicas, políticas y sociales al interior del continente africano.
Esa incursión europea en África fue convirtiendo este continente en un enorme coto de caza de personas para enviarlas esclavizadas a realizar trabajos forzados, primero a Europa y luego a América, en donde fueron uno de los pilares del crecimiento económico que caracterizó la transición de la Edad Media a la Edad Moderna.
Esa diáspora africana no solo permitió el enriquecimiento y el auge de esa Europa que se constituyó en la cuna del capitalismo, sino que condenó al África al empobrecimiento paulatino al sustraerle no sólo sus riquezas naturales sino grandes cantidades de personas.
El proceso de la trata de personas que los comerciantes compraban en África para traerlos hacia América y venderlos a quienes los utilizaban como mano de obra esclavizada en sus propiedades que explotaban económicamente, como minas, plantaciones de azúcar, algodón, café y otros productos agrícolas, lo mismo que para el servicio doméstico, se inició en los albores del siglo XVI y se prolongó hasta los comienzos del siglo XIX, es decir durante algo más de trescientos años.
Entre 1500 y 1870, un total aproximado de doce millones y medio de africanos partieron del continente africano hacia América, con edades entre los 15 y los 35 años, en barcos que eran cárceles flotantes, sometidos a crueles tratos y muchos de ellos encadenados; se calcula que alrededor de dos millones de personas fallecieron durante la travesía, bien por las difíciles condiciones de navegación de la época, o bien por la deficiente alimentación y condiciones de baja salubridad a las que eran sometidos por sus captores o compradores.
Por las características socio-económicas y culturales que he descrito al comienzo acerca de los pueblos de donde fueron extraídas las personas forzadas a viajar a América, es importante destacar que la gran mayoría de ellas poseían conocimientos relacionados bien con la extracción de minerales como el oro y el cobre, la orfebrería y la fabricación de monedas, bien con las actividades de producción agrícola, e incluso con la producción de artículos artesanales y el comercio[7]; tenían además creencias, usos y costumbres en el terreno religioso, idiomático, musical, dancístico.
Además de cambiar la idea de que África era un continente aislado, es necesario agregar que debe también modificarse ese imaginario de unos habitantes africanos salvajes o semisalvajes que fueron traídos a América y aquí se les comenzó a “civilizar”, según la idea de los europeos, que creían que obligarlos a aceptar y practicar su religión de origen cristiano y a hablar la lengua castellana, o el portugués, el inglés o los idiomas de los otros países europeos que sentaron sus reales en América era hacerlos entrar a la civilización.
Hay que decir que muchos de los africanos llegados a América les imprimieron sus propios métodos e iniciativas a las prácticas agrícolas y mineras y que, en la mayoría de los casos no se dejaron imponer la religión cristiana en forma exclusiva sino que la combinaron con sus creencias originarias, en un sincretismo religioso que aún hoy tiene muchas formas de expresión, al igual que hicieron con las lenguas originarias que, en combinación con los idiomas europeos terminaron convirtiéndose en lenguas criollas; y en la música y las danzas, fueron los africanos y sus descendientes quienes terminaron imponiendo los rasgos fundamentales de sus ritmos originarios, como se evidencia aún en la música y las danzas de la cuenca caribeña, en las costas pacíficas colombiana, ecuatoriana y peruana y en el Brasil.
Es conocido también que muchos de los africanos venidos a América en esa diáspora de la trata fueron personas integrantes de las capas sociales más altas en sus pueblos originarios; hubo reyes y príncipes de reinos africanos entre las personas esclavizadas traídas a América.
En cuanto al papel que jugaron los africanos durante el período en que españoles y portugueses los trajeron hacia sus colonias de América, pues lo primero evidente es que fueron la principal mano de obra en las grandes plantaciones azucareras del Caribe, en plantaciones de otros productos como el cacao, el algodón y el café, en las minas de oro, cobre, carbón y otros minerales, y en el servicio doméstico de los señores que formaban parte de las administraciones españolas o de quienes contaban con el favor de la Corona, que hacían parte de una clase dominante constituida principalmente por los nacidos en Europa y sus descendientes nacidos en América.
Un segundo aspecto que merece destacarse en este proceso es que los africanos traídos forzosamente a América no se sometieron dócilmente a su suerte de esclavizados; desde el mismo momento que en que eran embarcados en los puertos africanos, muchos de ellos presentaron resistencia y fueron sometidos con cadenas; algunos llegaron incluso a suicidarse, que era su forma de conseguir la libertad.
Y más adelante, ya asentados por la fuerza en territorio americano, muchos aprovecharon que la Corona española, que reconocía como legítimo el sistema de explotación de la mano de obra esclava tenía, sin embargo, algunas normas que les permitían a los esclavizados reclamar derechos como la manutención, la vivienda digna, el rechazo a los malos tratos, y la posibilidad de negociar su libertad mediante el pago de unos estipendios. Pero esa etapa de la lucha por la libertad no se limitó a los meros recursos legales.
Un buen número de personas sometidas a esclavitud decidieron rebelarse frontalmente contra sus dueños y escaparse a regiones donde aquellos no lograran capturarlos y someterlos nuevamente a su dominio; fueron denominados cimarrones.
Fue así como se formaron los palenques, pequeños núcleos poblacionales conformados por cimarrones, que se daban su propia organización de tipo comunal, con cultivos de subsistencia y con autoridades propias, surgidas de los liderazgos naturales.
En nuestra costa Caribe fue muy conocido el liderazgo de Benkos Biohó, un príncipe africano que se rebeló contra los españoles y los combatió por varios años hasta que fue asesinado luego de tenderle una trampa de negociación de un falso proceso de paz. Los cimarrones fueron entonces precursores de la lucha por la independencia y la libertad.
En el proceso de lucha por la Independencia de las colonias americanas frente a los imperios europeos, los negros y mulatos de origen africano jugaron un papel importante al tomar partido por uno de los bandos en contienda; la mayoría de las veces apoyaron a los revolucionarios que luchaban por la emancipación; pero también formaron parte de los ejércitos coloniales cuando los europeos los convencían de que obtendrían la libertad si apoyaban su causa.
Pero hubo un acontecimiento que puso sello propio al papel de los negros en la lucha por la emancipación del dominio colonial, la Revolución Haitiana, que se llevó a cabo entre 1791 y 1804 y fue protagonizada por los negros y mulatos que cumplieron el doble objetivo de independizar a la isla de Saint-Domingue del imperio colonial francés y acabar con la esclavitud a la que eran sometidos por los colonos franceses blancos.
Esta ha sido, sin duda, la única “revolución negra” de la historia y su valor no sólo radica en haber sido la primera revolución de independencia de Latinoamérica y haber dado ejemplo a las otras colonias, sino también en que, una vez en el poder, los revolucionarios haitianos apoyaron a los patriotas que dirigían la lucha por la emancipación de las colonias españolas, como sucedió en el caso de Simón Bolívar, que contó con barcos, armas, hombres y dinero que le suministró Alexandre Pétion, el primer presidente de la naciente república de Haití, para la guerra contra los españoles en la Nueva Granada.
La historiografía oficial de nuestro país no nos habla a fondo de la actuación de negros y mulatos en el proceso de Independencia frente a la Corona española.
Pocos saben por ejemplo que José Antonio Galán fue acompañado por líderes negros durante la rebelión de los Comuneros de 1781[8]. Y ya en el proceso propiamente dicho de las guerras de Independencia es muy importante la participación de líderes militares como el General venezolano Manuel Piar, triunfador en batallas importantes como San Félix y Angostura y el General guajiro José Prudencio Padilla, el comandante naval más importante del proceso de Independencia, quien liberó a Santa Marta y a Cartagena del dominio español y libró la dura batalla de Maracaibo, que fue decisiva en el proceso de liberación de Venezuela, y tuvo innumerables actuaciones heroicas en la revolución independentista, que le valieron el título póstumo de Almirante, el mayor grado militar en las fuerzas navales.
Estos dos militares de piel oscura fueron fusilados por orden del Libertador Simón Bolívar, acusados de traición, cargos que los historiadores se encargaron de desvirtuar varios años después.
En el caso de Padilla, su enemistad con el militar venezolano Mariano Montilla dio origen a una persecución de éste, que culminó con el envío del general guajiro a una prisión militar en Bogotá, en donde fue visitado por los conjurados que fraguaron el atentado de la noche del 25 de septiembre de 1928 -conocido como la noche septembrina- contra Simón Bolívar; los conspiradores trataron de convencer a Padilla de unírseles al plan de asesinato del Libertador, pero éste se negó, y a pesar de ello fue juzgado y condenado al fusilamiento y luego a la horca.
Haber conseguido por la vía revolucionaria la independencia frente a España no condujo a la abolición de la esclavitud en los territorios liberados por los ejércitos patriotas liderados por Bolívar, quien no cumplió la solemne promesa que le hizo al presidente haitiano Alexandre Pétion cuando éste le suministró apoyo militar, económico, logístico y político para la campaña libertadora.
En todo caso, la abolición de la esclavitud en los países liberados por Bolívar se concretó en 1851, veintiún años después de su muerte, bajo el gobierno de José Hilario López en Colombia y con José María Urbina en Ecuador, y en 1854 en Perú por el presidente Ramón Castilla y José Gregorio Monagas en Venezuela.
Estos gobiernos expidieron sendas leyes mediante las cuales se les concedió la libertad a las personas esclavizadas; pero estas declaraciones legales, revestidas de gran solemnidad, fueron principalmente una formalidad, pues en estas naciones pervivió la situación de dominio de las castas de blancos y mestizos sobre los afrodescendientes y aún hoy se vive, como una secuela que no termina, una zaga de racismo y discriminación.
Es paradójico, pero los descendientes actuales de quienes nos enseñaron los caminos de la libertad no pueden decir hoy que disfrutan plenamente de esa libertad, porque continúan sometidos a deplorables condiciones de pobreza, exclusión y maltrato.
En el proceso de construcción de la naciente república colombiana también fueron protagonistas importantes personajes intelectuales y políticos negros y mulatos, en medio de las grandes contradicciones que se vivieron en el siglo XIX por la puja entre quienes aspiraban a que se perpetuara el régimen feudal implantado por los españoles pero ahora bajo su conducción, y quienes pretendían traer a estos territorios la modernidad de la producción capitalista y su modelo democrático de conducción política.
La lista la podemos encabezar con Juan José Nieto, el único presidente negro de la historia colombiana, quien presidió la Confederación Granadina en 1861, pero no es mencionado en los textos de la historiografía oficial.
Diversos personajes negros y mulatos representativos de la política, la literatura, las ciencias naturales, la medicina, el derecho, el periodismo, la docencia, que formaron parte de la élite intelectual y política entre el siglo XIX y el siglo XX son rescatados por un extenso y documentado trabajo de investigación del profesor universitario Francisco Javier Flórez Bolívar que los recoge en su libro “La Vanguardia Intelectual y Política de la Nación. Historia de una Intelectualidad Negra y Mulata en Colombia, 1877-1947”, cuya lectura recomiendo a quienes quieran profundizar sobre este tema.
En el siglo XX, mientras en el campo internacional estaba por terminar la Segunda Guerra Mundial y a nivel interno se terminaba la república liberal para dar paso a la dura época de la violencia liberal-conservadora, surgió en Colombia el Club Negro, la primera expresión organizativa de los negros colombianos que se trazó como objetivo visibilizar la existencia y el aporte de la población de ancestro africano a la construcción de la sociedad colombiana.
Integrado por jóvenes provenientes de la Costa Caribe y del Pacífico caucano, este grupo expresó su rechazo al racismo, la discriminación y la violencia contra las personas negras en Estados Unidos, pidió igualdad de derechos para todos los seres humanos sin distingos de ninguna índole y creó el Centro de Estudios Afrocolombianos en el que confluyeron importantes intelectuales de la época.
Sobre el papel que jugó el Club Negro de Colombia y sobre las ideas de sus principales exponentes, Manuel Zapata Olivella y Natanael Díaz, en torno al tema de la raza y las clases sociales, se publicará próximamente un libro de mi autoría, que invito a leer para conocer la visión de dos importantes intelectuales negros que constituye un gran aporte a los estudios afrocolombianos.
En los últimos cincuenta años Colombia ha avanzado en la visibilización de la existencia y los aportes de la población afrocolombiana, de lo cual da cuenta la visión multicultural incluida en la Constitución de 1991 y el reconocimiento de las comunidades afrocolombianas y su derecho a las tierras ancestrales en la ley 70 de 1993; pero aún faltan muchas brechas por cerrar, y se precisa de un gran trabajo económico, social, político y educativo encaminado a erradicar de la sociedad colombiana la discriminación, la falta de oportunidades y el mal trato originados en el color de la piel.
Trabajar en esa dirección debe ser nuestro aporte para dar valor real al Día de la Afrocolombianidad y en el resto de los días del año.
[1] Iglesias Utset, M. (2021). El Comercio Trasatlántico. [Conferencia]. Conferencia sobre Historia Económica, ALARI.
[2] Ibid.
[3] Canós Donnay, S. (2020). Cuando África descubrió España. El País. https://elpais.com/elpais/2020/07/09/africa_no_es_un_pais/1594293287_084284.html
[4] Illife, J. (1998). El cristianismo y el Islam. En África, Historia de un continente . Cambridge University Press.
[5]Ibid
[6] Ibid
[7] Maya, L. A. (1998). Demografía Histórica de la Trata por Cartagena, 1533-1810. En Geografía Humana de Colombia. Instituto Colombiano de Cultura Hispánica. Bogotá
[8] Bonil, Katherine. “De un rey nuevo en Santa Fe y otros Cismas: Negros, mulatos y zambos en la Rebelión de los Comuneros (1781).” Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, 2020.