¿Orgullo de qué?

¿Orgullo de qué?

Algunos critican la marcha del orgullo LGBTI, ya que la consideran un despliegue de desenfreno explícito y falta de decoro. Sin embargo, hay que mirar más allá

Por: LUIS FELIPE ARBOLEDA ZULETA
junio 27, 2019
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¿Orgullo de qué?
Foto: Guillaume Paumier - CC BY 3.0

En nuestra ciudad y en muchas otras del mundo el 28 de junio se realiza la marcha llamada “orgullo gay”. Esta es organizada hace casi una década por la Corporación El Otro y Corporación LGBTI de Antioquia.

En la marcha se pueden apreciar muchas situaciones transcurriendo al mismo tiempo, consideradas por muchas personas actos escandalosos e inadecuados: carrozas con personas trans (travestis, transgéneros y transexuales), demostraciones de afecto entre personas del mismo sexo, hombres afeminados, mujeres masculinas, personas semidesnudas, etc. Unos hacen el recorrido inmersos en la música estridente en ambiente de festival y de carnaval, otros marchan con actitud de conmemoración y protesta sosteniendo carteles con mensajes alusivos a la igualdad, el respeto y al reconocimiento de derechos.

En los días previos a la marcha, los medios de comunicación hacen diferentes alusiones al mes del orgullo LGBTI, tornándose un tema popular, visibilizándolo, llamando la atención de la sociedad y dando pie a reflexiones. No obstante, he encontrado recurrente en mis círculos cercanos la siguiente pregunta: ¿orgullo de qué? Algunos critican la marcha, considerándola un despliegue de desenfreno explícito cuyo mensaje les parece negativo. Esto último también lo he escuchado de varios amigos y conocidos quienes, como yo, son gay. De hecho, comentarios como este son frecuentes: “las personas que participan en esa marcha son peluqueras aprovechando la oportunidad para treparse (palabra utilizada para decir que un hombre se vistió de mujer)”.

Hay reconocer que la homofobia también se da entre las personas gay, existe categorización y escalafones de lo que es bien visto y lo que merece ser aceptado dentro de los homosexuales. En mi opinión esta actitud refleja el rechazo y la agresión a quienes no “cumplen” lo que se supone que debe ser un homosexual, como si hubiera formas correctas de ser gay, o sea: se debe ser lo que le resulte más cómodo de digerir a la heteronormalidad. Esto genera estereotipos, clichés y prevenciones sobre lo LGTBI. En fin, la homofobia entre homosexuales será tema para otro momento. Más allá del clasismo, el machismo heredado y la mala leche de estas expresiones, creo que el eslogan orgullo gay se ha tergiversado con el paso del tiempo dando pie a confusiones e interpretaciones de toda índole. Entonces, ¿qué hacer para revertir eso?

Para entender, es necesario dar contexto y para eso es preciso un resumen histórico: a mediados de los 60 las personas de orientaciones sexuales diferentes a la heterosexual, debían ocultarse, camuflarse o por cuenta del estigma social luchar en contra de sus sentimientos. Estas personas eran rechazadas, tenían pocas oportunidades de empleo (o se debía ocultar en este ámbito) y se les negaban algunos derechos civiles. La homosexualidad se encontraba clasificada dentro de las enfermedades mentales en los manuales internacionales de psicología y psiquiatría, y además la ley (en Estados Unidos) prohibía las reuniones de personas gay en bares o discotecas.

Con la sociedad en contra, en los años 60, existía en New York, Estados Unidos, una discoteca llamada StoneWall, donde era común las redadas policiacas, capturando personas que estaban allí por el “delito” de ser homosexuales y estar reunidos clandestinamente. Pero el 28 de junio de 1968 la situación cambió, ya que cansados de este trato e influenciados por el movimiento Black Power (movimiento antirracista, luchaba por los derechos civiles de las personas negras y afrodescendientes en Estados Unidos), se enfrentaron a la policía para no dejarse arrestar. Este hecho se convirtió en referente, era la primera vez que oponían resistencia a la Policía.

Al día siguiente un grupo de homosexuales, lesbianas, travestis y personas queer en general que frecuentaban este y otros lugares parecidos, salieron a la calle en una marcha pacífica a la que se unieron otros grupos sociales como el de trabajadores. A partir de allí, se fundaron organizaciones y colectivos para apoyarse y trabajar para adquirir igualdad en los derechos humanos y civiles.

Esta marcha se popularizó alrededor del mundo como mecanismo de protesta social, un acto en contra de la discriminación que venía ocurriendo con la población LGTBI; de esta manera miles de personas a nivel mundial han venido expresando tanto sus frustraciones, como exigiendo la necesidad de reconocimiento, no de derechos de unos sobre otros, sino de igualdad en la posibilidad de ejercer las mismas posibilidades que tiene cualquier persona.

Esta es la historia de por qué se conmemora la marcha del orgullo gay, pues no es decir, como equivocadamente suelen pensar algunos, que es un orgullo vacío y sin sentido, contraargumentando con la idea de que las personas no se sienten orgullosas por ejemplo de ser heterosexuales. Ahora esto parece una obviedad, simplemente se es heterosexual u homosexual y ¡ya!, pero hay un trasfondo que se suele tomar a la ligera y vale la pena analizar, que lleva y llevó a las personas gais a manifestar entusiasmo público por su preferencia sexual y sentimental. No se tiene en cuenta por ejemplo que es la forma de decir: acá estoy, esto soy, así no lo consideres deseable yo existo, el preferir a otra persona de igual sexo hace parte de mi vida y me constituye como parte importante de ser humano y persona en una sociedad mayoritariamente heterosexual y si bien, debería ser algo sin importancia ni valor moral, desafortunadamente esto no era así 30 años antes y tampoco lo es ahora. En ese verano del año 68 marchar por las calles con la convicción de asumir una posición de vida era un motivo valiente y suficiente para entender por qué estas personas se sentían decididos, altivos, inspirados y sí, orgullosos de lo que eran, de lo que estaban haciendo y de lo que querían demostrar. Era un acto fuerte, contundente, un mensaje directo, una salida del anonimato, de los escondites donde se refugiaban y en la compañía y la empatía de otros iguales salían a la calle a ese espacio compartido, al lugar de todos, donde se tiene que vivir en comunidad como una forma de exponerse, de retar lo público, un llamado a ser tenidos en cuenta como ciudadanos, como seres sintientes y personas que a partir de ese momento creían en ellos mismos y en la valía a la que se suele recurrir ante situaciones adversas y con resultados desconocidos.

Las marchas son manifestaciones públicas de un grupo de personas para opinar en contra o a favor de algo; han sido un instrumento para cambiar la historia. No obstante, al igual que otras conmemoraciones se han degradado en pueriles celebraciones con sentido comercial. Un ejemplo es el día de la mujer, haciendo un pequeño ejercicio le pregunté a mis conocidos sobre su significado, la mayoría lo desconocía, ignoraban la historia de desigualdad entre hombres y mujeres y la lucha de ellas para alcanzar igualdad de condiciones laborales, por el contrario, ahora es una celebración que termina incentivando el machismo disfrazándolo de chocolates, invitaciones a cenar y un repertorio de frases caballerescas que menciona a la mujer como ese ser frágil, al que se debe tratar con delicadeza; una mirada compasiva, como si no tuvieran fuerza física o mental para valerse por sí mismas, ser independientes o tenerlas en cuenta al tomar decisiones trascendentales. Un día en el que tergiversa con actitudes empalagosas y sosas lo que debería ser una conmemoración que busque la igualdad y el rechazo vehemente al maltrato de la mujer en todas sus facetas.

En ese sentido, la marcha del orgullo LGTBI también tiene tintes de celebración en vez de conmemoración, existen personas que asisten a ella sin tener noción del por qué y cómo se llegó al momento de visibilidad que ha propiciado avances en el ámbito legal como el matrimonio, el derecho a la adopción entre otros. Muchos ignoran que el fenómeno gay-pop actual se gestó por el acto simbólico que significó la primera marcha. Se necesita sensibilizar, conmemorar, hacer el camino, ósea la marcha y también actos paralelos a la misma, reivindicando a hombres y mujeres que en los años 60, 70, 80 y en la actualidad luchan desde diferentes lugares y posiciones para el reconocimiento de derechos y el respeto por la diferencia.

Recordar que las primeras personas transitaron, caminaron, recorrieron, anduvieron, marcharon; es reconocer que en ese acto simbólico salieron del clóset, era la primera vez que se exponían a la opinión pública. Con el estigma de ser el hijo negado, el leproso, la deshonra, lo que se debía esconder; utilizaron el orgullo como antítesis a la vergüenza, de la autonegación a la reafirmación; y como antagonista el orgullo ocupó ese lugar. La manifestación pública fue el inicio del cambio en los diferentes establecimientos civiles: en empresas, gobiernos, en las familias y hasta en la iglesia. El orgullo como disculpa, como caballo de Troya. Y es que salir del clóset es un acto sumamente difícil, se corre el riesgo de ser rechazado y expulsado del hogar por la propia familia, salir del clóset no se hace una vez en la vida, se hace muchas veces, muchísimas, es un acto impredecible, pues es imposible saber la reacción y las consecuencias.

Ahora bien, ¿qué hay detrás del orgullo? Sentir que se tiene un lugar en la sociedad es importante, esto dota de sentido la vida, le da valor y significado. Cuando esto se niega, cuando se es un paria social, te sientes disminuido. La discriminación es una forma de violencia en la cual se niegan posibilidades. Un ejemplo es no poder demostrar afecto en público, cosas comunes como agarrarse de la mano, abrazarse o besarse en un restaurante es susceptible del rechazo o agresión de otro que se siente atacado por esa situación. Es irónico que un heterosexual haga esto sin siquiera pensarlo, algo que se le da natural y pasa desapercibido, sea todo un acontecimiento, un momento de tensión y hasta de liberación para las parejas gais que se aventuran a hacerlo. Es ahí donde se necesita enfrentar la situación, en esos momentos sales del clóset una vez más. Es como si se recorriera la vida saliendo del armario una y otra vez, y cada quien lo hará o no según sea su preferencia y su medio se lo permita.

Puede que la palabra orgullo no describa a la perfección la motivación que ha llevado a las personas de sexualidad diversa a exponer sus dificultades y trabajar a favor de una vida más equitativa; puede ser que un adolescente no sienta precisamente orgullo al momento de sincerarse en el colegio, puede ser que la bandera gay como arcoíris de siete colores no sea de mi gusto, sin embargo fue la palabra en inglés “pride” la que mejor describió en su momento lo que sentían aquellos que iban hacia adelante, reclamando un espacio, un lugar y mejores condiciones sociales.

Entonces el orgullo es una palabra que se torna subversiva, sentirse bien y expresarlo desafía el orden común, esa heterosexualidad patriarcal (que habita en todos heterosexuales y LGTBI por igual) se incomoda, se cuestiona con la confianza del que no se esconde, del que trata de hacer su vida común. Así que es válido sentir orgullo pues esa sensación deja perplejos a los desconocedores, a los incautos que toman el asunto por la superficie.

Si se siente orgullo por correr 5, 10 o 25 k en una competencia, si se siente orgullo al comprar una casa, conseguir un carro o bajar 3 kilos, ¿cómo no alegrarme y sentirme altivo al tener que revertir la creencia negativa con la que me habían educado 20 años de mi vida? ¿Cómo no reconocer que ese esfuerzo me genera una sensación de confianza y satisfacción? Yo me siento más libre y equilibrado cuando soy franco y coherente con los demás y con mi persona.

Después de los caminos recorridos en mi vida, no sé si los demás me perciben orgulloso, confiado o tranquilo, pero yo si me siento digno y reivindicado, casi como un activista en mi micromundo. ¿Orgullo de qué? De ser humano e irradiar confianza con lo que soy y hago, no como una manifestación de egolatría, porque en una época en la que el mundo se torna opaco y catastrófico, el orgullo me da sosiego, me dota de sentido, se ha vuelto mi hilo conductor, mi manera de edificarme, de gritar para desahogarme y encontrar fuerza en ese grito que rescata al humano triste que alguna vez fui o que algunas veces soy, que encuentro en esa sensación real o falsa de orgullo un camino para transitar.

Decir marcha del orgullo puede ser un consuelo, pero hacer una marcha del consuelo no sería popular ni inspirador; pero poner la palabra orgullo en perspectiva y bajo análisis, deja respuestas y preguntas, algunas preguntas no tienen respuestas, o se deben buscar en la historia de otros que ya existieron y murieron y se auto consolaron con su orgullo, en un mundo que parece ir de cacería negando a los orgullosos.

Orgullo no es por el hecho de tener una preferencia sexual, pensar de esta manera es reduccionista, es por la arrogancia que se debe tener para romper mentalidades paquidérmicas. Ser orgulloso es una cuestión de actitud, de crítica, de criterio y reflexión.

En este punto me viene otra pregunta: ¿por qué recurrir al orgullo como sentimiento de lucha? Pienso que las personas recurren a él cuando desean defenderse, el orgullo como escudo. Orgullo de ser negro, orgullo de ser mujer, orgullo de ser indígena, orgullo de ser latino, orgullo de ser campesino, orgullo de ser mamá, orgullo de ser papá, etc. ¿Será que simplemente nos debemos de sentir orgullosos por existir?

El orgullo también es utilizado por las causas más infames: he leído que hay personas que se han sentido orgullosas de haber sido narcotraficantes, otros han ido orgullosos a inmolarse y matar en un segundo a muchas personas, otros se sienten orgullosos de gobernar un país así sus ciudadanos estén sumidos en el hambre y la miseria, hay guerrilleros orgullosos, paramilitares orgullosos. La palabra o el sentimiento cobra gran significado para el que la evoca, pero en esa misma medida puede ser un sin sentido. La palabra orgullo se acomoda a casi todo: los harlistas ruedan orgullosos por las avenidas, en la marcha de la marihuana están los marihuaneros orgullosos ondeando sus baretos, los neonazis marchan orgullosos de portar en sus venas una sangre “pura” y “superior”. Y ahí vamos todos por la vida orgullosos de cuestionar el orgullo del otro. Ese otro que también soy yo. Creo que el orgullo se siente herido porque está prostituido. Peor aún, a este se le mira con recelo, con desconfianza, con duda. Se le critica y se le niega.

Aunque parezca mínimo, es un mecanismo humano para sobrellevar la existencia, puede funcionar como la fe, pues no se sabe que es, pero cuando se invoca da la sensación de bienestar. ¿El orgullo es un disfraz? Puede que así sea y como tal da infinidad de posibilidades de ser y recorrer un camino que empieza cuando se asume ser gay y este camino nunca termina y el caminar nunca acaba y cuando existan tropiezos acudiré a la memoria, al pasado que fue el orgullo inicial, la sublevación de los años 60.

Entonces, ¿el orgullo es susceptible de cuestionamientos? Más bien es el antídoto contra la desesperanza. Es el bastión en que amparamos motivos. Ha servido como salvavidas para las luchas de minorías. Es también una manera de conocerse a uno mismo, de aclararse, de encontrarse, de aceptarse, porque no hay peor guerra que la propia. El orgullo no es para demostrarle a los demás, es hacia mí mismo, es necesidad de autoafirmarse y contrarrestar la adversidad. El orgullo es superar el miedo y salir del clóset ante uno mismo.

 

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