Aunque el propósito de las nuevas economías era el crecimiento y la independencia de los mercados frente a las economías industriales, por esta época se asfixian, no solo por el tema de la emergencia sanitaria (que necesita de un sistema de sostenimiento robusto con tecnología y talento humano), sino también por las medidas restrictivas para la industria y la manufactura de la macroeconomía de los países emergentes y en desarrollo.
Así como los países generan tratados de comercio, donde los costes de aranceles se vuelven menores para facilitar la importación de insumos que a aquellos mismos países o regiones necesiten, las materias primas y de manufactura de cada país o región deberían salir al mercado mundial con más facilidad; es decir, que su exportación tiene que ser casi que inmediata. Sin embargo, los países de la región no cuentan con un sistema de aprovechamiento de sus propios recursos, ya sea por exceso de burocracia, ausencia de tecnología o falta de interés de los gobiernos centrales.
No es por casualidad que las centrales de comercio de la Unión Europea (incluyendo la OTAN) celebran el jugoso cheque por parte del FMI de 1.8 billones de euros (US$ 2 billones), los cuales estarán destinados a rediseñar los planes de salvamiento empresarial y anticipar golpes económicos para emergencias futuras. Los más afectados por la emergencia como es España e Italia serán los que reciban un gran rescate por parte de su sistema económico de unión.
Las economías emergentes que pertenecen al grupo económico BRICS no son ajenas a la realidad ni la constante necesidad de generar deuda para tratar de apalancar sus economías, como es el caso de Brasil, que recibe por parte de este organismo la suma de US$ 1.000 millones, más un total US$ 3.000 millones adicionales de organismos financieros como el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo.
Colombia, por su parte, muy filial a los dictámenes internacionales, adquiere una de las deudas más altas que se ha tenido en toda la historia. Esta tiene un valor de US$ 1150 millones, obtenidos del FMI, sin sumar los incentivos internacionales que recibe de otros sectores de la economía como de la UE y EE. UU., y las dádivas de otros gobiernos con intereses de extracción de sus recursos naturales, donde a largo plazo impugnan obligaciones al país, donde los intereses pueden generar una próxima recesión como la Argentina, que viene decayendo por este tipo de economía de endeudamiento.
Al final, los organismos financieros internacionales como el FMI obtienen (de manera indiferente a la situación social actual) una gran rentabilidad al momento de invertir en regiones y países que únicamente pueden pagar desde su propia producción y obtención de riqueza; es decir, que si en épocas de emergencia la industria se ve restringida por temas sanitarios será mucho más difícil retomar el sostenimiento de la deuda externa por el tema del pago de intereses. Y por esto, además de la falta de intervención del aparato de producción y de las materias primas nacionales, el país mantiene la tendencia de sostener su deuda a base de rentas de la extracción de recursos naturales. De hecho, el país tiene una basta deuda en reformas, como la agraria, que permitiría tecnificar el campo desde el propio centro de producción y ser medianamente competitivos a nivel nacional frente a la importación y la exportación.
