El avión recibió los pasajeros provenientes de Europa para trasladarlos de Bogotá a Cali. La suerte quiso que en el asiento vecino se sentara una bella muchacha, amable, abierta al dialogo, sin mayor prevención. Colombiana residente en Noruega. La conversación se sucede fluida y alegre, y al final del corto vuelo ella recibe mi página web. Llevamos ya años de amistad Facebook sin volvernos a encontrar. He aprendido de ella su sinceridad, su espontaneidad en lo que publica y en los mensajes que intercambiamos. También la tenacidad para aprender un idioma extraño por demás y el vivir en costumbres tan ajenas echando de menos su sancochito. Esta oportunidad no se perdió.
La pérdida de oportunidades al no intentar acercamiento con las personas no conocidas creo que es la regla y no la excepción. Con frecuencia, quien está al lado nuestro se sumerge en sueño fingido, en audífonos que aíslan, en lectura que no penetra, o en trabajo que bien puede esperar, con el fin de evitar encuentros. Que perturban su "paz". Las oportunidades perdidas, no solo de charla amena, sino de descubrimientos personales, de encuentros eternos, de desarrollo de proyectos comunes, del amor, sucede entonces. (Nunca sabemos donde encontraremos nuestra pareja, el amigo incondicional, el apoyo anhelado).
No entablar conversación por el "que dirán", pareciera ser norma tácita. Dirán que estoy coqueteando; que soy entrometido; que no me importa; que debo dejarlos en su privacidad; que invado. "Respetar el espacio del otro" perpetúa la distancia. Cada quien con lo suyo, también aleja y por tanto las oportunidades se siguen perdiendo.
Asombroso, por decir lo menos, la falta de cortesía del ser humano en lugares públicos o privados. Saludos no contestados, miradas rehuidas, tropezones no disculpados, son solo algunos ejemplos del alienamiento entre “desconocidos”. Me refiero a conductas de cuando: “Es que no nos conocemos”. Frase que da derecho a ignorar al vecino en el asiento de la cafetería, o en la parada de transporte público, incluso en la playa de un conjunto privado. Sí, me asombran las conductas que hacen perder oportunidades, cuando con un ligero cambio personal nos pueden proveer de hermosos encuentros, que aunque casuales pueden durar una vida entera.
Mientras venía a continuar escribiendo esta columna saqué una sonrisa y emoción al señor que compartió los segundos que tarda el ascensor en subir cinco pisos, con solo observar su maletín y deducir en voz alta que parecía el de un académico, lo cual confirmó. Encuentros fortuitos que acercan por instantes y dejan huella así nunca más nos encontremos.
Buscar el acercamiento, mostrar interés por el otro, dejar de lado por un momento el "yoismo", es algo que podemos practicar para expandir nuestro círculo de amigos, nuestra espiral de emociones y dar alimento a nuestra mente. Hablo de la valentía y el coraje que pareciera exigir el acercarse y entablar conversación con la persona del lado, o con quien pasa por la calle. La empatía y por resonancia la tolerancia y la compasión anidaran más profundamente en nuestros corazones.
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