Sigo escribiendo para los lectores de Las2Orillas, que no siempre me publica, porque no dispongo de otro medio de expresión pública consistente con lo que quiero decir y porque me angustia, como a todos ustedes, lo que está sucediendo y que considero se está haciendo mal. Leo, escucho, observo y registro con cierta avidez, por lo histórica de la crisis, lo que sucede en distintos países del mundo en este periodo de pandemia. He leído acerca de la Gran Depresión de los años treinta en Estados Unidos, época de gran crisis social como ahora.
Reflexionen los lectores en la siguiente situación paradójica que muestran las informaciones recientes: mientras en ciudades de Colombia (Bogotá, Medellín, entre otras) se presentan tumultos, asaltos y reclamos legítimos de poblaciones angustiadas con sus despensas vacías y hasta ya acosadas por el hambre; agricultores y ganaderos de Nariño están votando literalmente la leche y están dejando de extraer la papa de la tierra por falta de mercados y compradores de sus productos. También está ocurriendo con los pescadores del pacífico que no tiene a quien venderle lo que extraen del mar !!! Semejante abismo, que se puede ensanchar cada vez más, entre aquellos ciudadanos de la misma nación que producen alimentos, pero que no tienen a quien vender, y las muchedumbres necesitadas de ellos en las ciudades, es lo que debería constituir el meollo del inicio de salida a esta crisis humanitaria y de la civilización.
José Fernando Isaza ha llamado la atención acerca de la opción viable de las ollas comunitarias. En la India, con sus 1300 millones de habitantes en cuarentena (25 veces más que Colombia) se está implementando está estrategia. Nuestra modalidad de mercados ya está mostrando sus dramáticas falencias, limitaciones y disfunciones, algunas de ellas profundamente colombianas: clientelismo, sobrecostos, inoperancia y estímulo a los asaltos y desmanes. Conceptualmente, es una opción de política social asistencialista que encaja claramente con las premisas del individualismo familiar de la demanda y oferta de alimentos. Pero lo que se está viendo es que si bien alivia la situación de algunas familias de manera individual, está creando, por la misma forma de la oferta, en condiciones de urgencia por fuera de las lógicas de los mercados habituales, una nueva forma de inseguridad social, tanto de orden público como sanitario, cuyas consecuencia más próxima es previsible que sean las hordas de muchedumbres buscando comida a cualquier costo, incluido el de la propia vida.
Las ollas comunitarias, que no se han ensayado como programa de gobierno nacional ni local, podrían ayudar a remediar estas situaciones y a construir en la práctica los rudimentos de una necesaria política de seguridad alimentaria para la población colombiana. Desde hace años se ha venido consolidando un ejército de cocineros y trabajadores que han sostenido el prometedor sector de la gastronomía colombiana. La mayoría de ellos son hoy desempleados con las manos atadas en las fronteras de sus cocinas y sus despensas. El paro de todas estas estas personas, la mayoría de ellas mujeres cabeza de familia, ¿no podría ser solucionado con un empleo temporal en las miles de ollas comunitarias que alimenten a la población colombiana más necesitada y vulnerable? También podría dar origen a una opción de voluntariado más allá de este confinamiento preventivo. Por mi parte podría contribuir no con impuestos voluntarios que alimenten clientelas políticas, pero sí como picador de alimentos ad honorem.
