Habrá algún ser en esta tierra macondiana que recuerde un cuento publicado hace más de setenta años, pero me atrevo a apostar la moneda de cincuenta miserables pesos oxidados que cargo en el bolsillo deshilachado de este trapo raído, que casi ninguno sabe de la existencia de la canción.
Y es que la referencia literaria más famosa de Rubén Blades, no lo es en absoluto, sino una mera broma con la que más de uno ha quedado con los ojos de perro azul tratando de encontrar la tan ansiada novela de Kafka en la que el borracho dobló por el callejón.
Bromas aparte, ojos de perro azul, no solo son dos obras homónimas, sino un homenaje al hijo ilustre de Aracataca (que obviamente escribió el cuento) hecho en forma de canción, donde la inspiración es una imagen que abandona el sueño común de dos desconocidos para convertirse en canción, aún sin abandonarlo del todo, porque mientras el poeta del pueblo canta
“Sin ser esclavo tampoco está en libertad/ con sueños que no recuerda al despertar”.
El anónimo soñador trata de recordar todos los días ojos de perro azul. “Ahora creo que mañana no lo olvidaré. Sin embargo, siempre he dicho lo mismo y siempre he olvidado al despertar cuáles son las palabras con que puedo encontrarte”.
Y al final un destello de ojos de perro azul, rebota en todos los espejos de la escena imaginaria, como queriendo ver y no verse, sale por la puerta de la habitación, abandona el MOR compartido, se convierte de onda electromagnética en onda mecánica y suena:
“No existe espejo que sin nuestra ayuda/ pueda decir la verdad”.
A fin de cuentas, ojos de perro azul para conmemorar un chispazo brillante de inspiración, una casualidad que no es casualidad en absoluto, pero que alimenta a un ignoto que vive materialmente de los números y espiritualmente de la música y las letras.