Cuando llegó pálido, desganado, con la sonrisa borrada en el rostro, creímos que se iba a desmayar. Desde esta semana Chaves ha tenido problemas de salud. Está usando antibióticos para combatir la gripa que lo azota, que le corta la respiración, que lo hace sentir lento. Por eso hoy el colombiano, aunque está vestido de rosa, pudo haber perdido el Giro. Atrás está un enemigo poderosisímo que, aunque ha ganado las tres grandes vueltas, viene con la presión de haber tenido un 2015 desastroso. El tiburón de Mesina atacó con rabia y llegó a llorar porque había demostrado, una vez más, lo que creímos que ya no era: un grande de todos los tiempos.
Para acabar de completar mañana tendrá a plenitud a esas dos máquinas que son Fuglsang y a Scarponi que romperán el lote cuando su líder se lo indica. Mientras el Astana es un equipo diseñado para Nibali, el Orica es un conjunto acostumbrado a servirles a los embaladores. Lo de Rubén Plaza fue apoteósico pero mañana pagará el precio. En los tres picos de los Alpes el Chavito se verá muy solo.
Y para colmo apareció la gripa, la maldita gripa, la fiebre, las noches desveladas, las pálidas. Mañana se aferrará a todo con tal de contrarrestar al tiburón siciliano que viene con un segundo aire gracias a los médicos traídos por su equipo sólo para recuperarlo. La sorpresa sería que el colombiano ganara el Giro.
Y si no puede y si la fiebre lo doblega, si queda en el pódium será histórico. A sus 26 años el futuro de Chaves es prometedor. Sky lo quiere tener entre sus filas al igual que el Katusha. Con un arsenal a su disposición nadie lo doblegará. Por lo pronto cruzaremos los dedos. Ojalá mañana otro colombiano se consagre en Italia