No entiendo por qué los periodistas han dejado pasar por alto, como si se tratara de algo intrascendente, la política de diálogos regionales que enunció el presidente Petro desde el día mismo que fue elegido. Es más, en su discurso no solo habló de diálogos regionales sino de diálogos regionales “vinculantes”.
Que yo recuerde, de “diálogos”, como tales, bien sean nacionales o regionales, se viene hablando desde 1980. Y esta es la primera vez que se les incorpora la palabra “vinculante”. Supone uno, por pura intuición, que lo que pretenden con la palabra “vinculante” es darle mayor peso y seriedad al planteamiento, advirtiendo, desde el principio, que esos diálogos no deben terminar siendo una botadera de corriente sin efectos prácticos, como ha ocurrido tantas veces.
Luego se esperarían, entonces, dos cosas: una, que esos diálogos terminen produciendo pactos, pactos regionales. Segunda, que dichos pactos se conviertan en pactos de obligatorio cumplimiento, para lo cual serían requeridas algunas reformas legislativas.
Supongo que “vinculantes” quiere decir eso. Que lo dialogado pueda ser pactado y que lo pactado sea convertido en obligaciones. En obligaciones de todos, comenzando por el Estado.
En sí misma, la metodología de los diálogos regionales es válida.
Hay problemáticas que si no se abordan con la especificidad de sus circunstancias, de sus actores, de sus conflictividades, de sus economías y de sus culturas, no tendrán solución. Es increíble que hayan pasado tantos años sin haberle puesto coto a ese sainete de yupisitos jugando a dárselas de que conocían las regiones desde los escritorios tecnopícaros de las entidades centralistas. Una cantidad de filipichincitos que se venían a Bogotá a farandulear mientras miraban cómo robaban lo suficiente para regresar a sus provincias con aires de nuevos próceres comprando fincas y mansiones cuando no alcaldías y gobernaciones.
—Quién puede negar, a estas alturas, la especificidad del Cauca o del Catatumbo o del Pacífico o de Arauca?
Pienso que todas las fuerzas vivas deben prepararse para ir a exponer sus puntos de vista, sus intereses y sus propuestas en esos diálogos regionales. Tal como estamos viendo las cosas, ese es el escenario adonde se escucharán las voces de la ciudadanía y de la sociedad civil.
De hecho, ya se ve que el acuerdo nacional que ha venido planteando el nuevo gobierno se parece más a un acuerdo de mayorías parlamentarias que a un acuerdo nacional. Todo parece indicar que se trata de un acuerdo entre parlamentarios para configurar unas mayorías que les permitan sacar adelante unos proyectos de ley. Es decir que ese no es el espacio de la participación ciudadana sino de los políticos.
Pensaría uno, entonces, que queda esperar el espacio de los diálogos regionales vinculantes para poder participar de la democracia participativa.
Precisamente hoy, mientras escribo esta columna, veo el nuevo trino del presidente Petro que dice que “Toda solución al conflicto por las tierras debe pasar antes que nada por el diálogo”. Y agrega que “Invito al movimiento indígena, a Asocaña y a los movimientos sociales del norte del Cauca a iniciar el primer diálogo regional de Colombia por la Paz”.
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Cuando los partidos adolecen crisis tan profunda de representatividad, la gente debe buscar sus propias formas de participación para defender sus derechos, su dignidad y su legitimidad
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Es decir que el tema está vivo. Cuando los partidos adolecen de esta crisis tan profunda de representatividad, la gente debe buscar sus propias formas de participación para defender sus derechos, su dignidad y su legitimidad.
No obstante, la expectativa de los diálogos regionales supone una serie de preguntas:
—¿Habrá dentro del gobierno algún responsable de adelantarlos y coordinarlos?¿Cuál será la geografía de dichos diálogos, en cuantas regiones se subdividirá el territorio nacional y con base en qué criterios?
—¿Habrá un cronograma, serán simultáneos, una especie de tiempo institucional de los diálogos regionales?
—¿Tendrán algunas agendas temáticas definidas, quién las definirá, podrán hacerse sugerencias, estarán temas como la economía, la seguridad, la salud, la educación?
—¿Quiénes podrán participar de dichos diálogos, habrá requisitos, serán por invitaciones?
—¿El tema de la corrupción estará en la agenda de los diálogos regionales?
Lo digo porque sería muy importante que estuviera.
Esta vez, a los contratos y las mordidas y los favoritismos y el clientelismo que hemos visto pasar como parte de la tragedia nacional, se suma un nuevo fenómeno que puede degradar aún más la política colombiana.
Se trata del crecimiento exponencial del fenómeno del microtráfico y de sus posibles repercusiones en las próximas elecciones locales.
Históricamente, el narcotráfico fue un negocio exportador. Hasta hace unos años Colombia no se catalogaba como un país consumidor. Situación que ha cambiado drástica y dramáticamente.
Con el aumento del consumo interno ha llegado el fenómeno de la multiplicación de las bandas del microtráfico. Multiplicación en su número, pero sobre todo en su magnitud y su sofisticación. Hoy manejan verdaderas fortunas, cosa que no ocurría antes. Las bandas del microtráfico eran como la gaminería del narcotráfico. Hoy no. Hoy se puede hablar de una nueva generación de nuevos capos, todos montados sobre el boom del microtráfico. Del microtráfico en las grandes ciudades y del microtráfico en los pueblos medianos y pequeños.
Esos son los nuevos capos de los municipios. Los capos que empiezan a ejercer un nuevo poder violento, corruptor y político.
En esos diálogos regionales vinculantes, propongo que se incorpore este tema para que la sociedad y las autoridades puedan discutir si vamos a permitir que la democracia que nos va quedando termine de escabullirse entre las manos de estos nuevos capo-caciques.