Suena el río, lo que significa que por allí vienen de nuevo con su aceitada maquina de decretar. Hay toque de queda en Medellín y Antioquia para el fin de semana, y ya que el nuestro es reino de la imitación pobre y vacía, la medida por seguro se extenderá en esta ocasión o en próximas a más ciudades, todo hasta apoderarse otra triste y prolongada vez del país entero.
Ahorita es a causa del tal Halloween y no bastaba al parecer una ley seca o un dispositivo fuerte de control; no, tocaba volver a la medida más restrictiva, a la más excepcional. Luego ocurrirá similarmente por las marchas, los puentes festivos, los paros, las protestas, las aglomeraciones, las estadísticas o la inseguridad; cualquier causa servirá de sustento, porque es una medida a la mano, una herramienta que a no dudarlo se utilizó en el mundo y consecutivamente aquí ante la urgencia insalvable y el desconcierto, pero cosa que a la postre progresivamente fue volviéndose un comodín administrativo, incluso útil para meter bajo el tapete múltiples incapacidades o líos gubernamentales.
No es posible decir vanamente que la crisis sanitaria en curso no es uno de los hechos más aterradores y extraordinarios de esta era para para la humanidad, aterrador por sus consecuencias en la salud física y mental o en la balanza de la vida y la muerte. No hay argumento para pasarlo de largo o para satirizar los instrumentos sensatos y proporcionados que han tratado de hacerle frente.
Sin embargo, es tanto o más horripilante porque comprueba casi hasta la burla, la incapacidad de los Estados para dar respuestas, la concentración de privilegios, la fragilidad del sueño redistributivo de las economías, así como un hecho que se siente de tiempo atrás pero del que se bebe en esta oportunidad con total exageración: la enfermedad degenerativa de buena parte de las democracias y su propensión al autoritarismo, al presidencialismo o al mesianismo, vicios por igual tendientes a la corrupción y a hacer estallar en pedazos las libertades y derechos civiles.
Colombia es uno de los países en el mundo que más ha acudido y por más prolongado tiempo a mecanismos de confinamiento humano obligatorio, a los toques de queda o a medidas que superando los eufemismos o estrechez conceptual con la que se les nombra, han significado la reclusión de las personas y la limitación casi absoluta de las libertades de circulación. Paradójicamente está ubicada entre los tres países con mayor número de contagios y muertes en América Latina y en la estadística mundial de más afectados.
Eso, para ser escuetos, no resulta del todo excepcional, pues este es el tercer país más poblado de la región, y reconocidamente uno de los de mayor nivel de inequidad social en el orbe, cosa que incide de forma insalvable en la circunstancia anómala de que una sociedad necesitada obligadamente tenga que salir a buscarse la vida, aunque esto implique el riesgo de muerte.
________________________________________________________________________________
Por oposición al cliché de la nueva normalidad el país transita peligrosamente a tiempos de vieja anormalidad en concentración de poderes, de corrupción, de olvido, de impunidad
________________________________________________________________________________
No es más tiempo de encierro obligatorio, ni nadie estaría llamado a obedecerlo con resignación. Mientras este ha ocurrido sin ser del todo eficiente para evitar aumento de la crisis sanitaria, por oposición al cliché de la nueva normalidad el país transita peligrosamente a tiempos de vieja anormalidad en términos de concentración de poderes, de corrupción, de olvido, de impunidad, de restricción del debate, de suministro de privilegios a poderosos, de tensión ideológica entre extremos o de violencias múltiples, entre varias otras endemias características.
Aquí siempre se está en tiempo electoral. Encerrar nuevamente sería un recurso útil para algunas campañas. Se dirá que Francia volvió a medidas drásticas y que otros países europeos lo hacen. Sí, pero es que allí no se exhibe todo aquel paisaje que se derruye a nuestra vista.
Todo por el cuidado solidario, por la precaución, la responsabilidad personal y colectiva; pero nada más por aceptar mudamente frente a la posibilidad de un nuevo encierro que sin duda no vendría exento de vicios y sombríos intereses.