El gorrión copetón (Zonotrichia capensis), o simplemente copetón, como se le conoce en la ciudad de Bogotá y otras poblaciones en Colombia, es un ave paseriforme de la familia Emberizidae, bastante común en la Sabana de Bogotá y su casco urbano y reconocida como el ave emblemática por excelencia de la capital.
A partir de años recientes, tres o cuatro a lo sumo, se ha generalizado un diálogo alrededor la su inminente desaparición, con un bermellón punzó de alarma más intenso en la ciudad de Bogotá, el cual carece, en términos generales, de sustento sólido.
Se habla a menudo que la extinción de esta especie obedece a la invasión de la mirla patinaranja (Turdus fuscater), la cual resulta ser un depredador voraz e inmisericorde de sus huevos y pichones, y que en buena parte debido a esto dicha villana ha prosperado y ahora “es plaga”.
Ojo a la extinción…
La extinción consiste en la desaparición de todos los miembros de una determinada especie. Esto ocurre cuando muere el último de sus individuos, por tal cosa no puede reproducirse y dar lugar a una nueva generación y por ende desaparece.
Etimológicamente, la palabra extinción proviene del latín exstinctionis, que es fruto de la suma de tres partes claramente delimitadas: el prefijo “ex”, que significa “hacia fuera”; el verbo “stingere”, que puede traducirse como “estimular”; y el sufijo “-tio”, que es equivalente a “acción”.
El riesgo de extinción se refiere a la probabilidad de que una especie animal o vegetal desaparezca.
Ojo a la ciudad…
En pro de obtener una serie de datos que me permitieran entender si en efecto el copetón está seriamente amenazado en la ciudad de Bogotá, me permití realizar durante seis días no consecutivos distribuidos en los meses de agosto, septiembre y octubre, una serie de recorridos tomando como unidad de muestreo el Canal Río Molinos, registrando la avifauna allí presente.
Dichos recorridos iniciaron a las 6:00 a.m. y terminaron a las 9:00 a.m., anotando tanto la riqueza como las abundancias, aclaro, relativas, de la comunidad a lo largo de 2.8 km. desde la Carrera Séptima hasta la Autopista norte.
Por supuesto, en función de proporciones, el área total recorrida (32 km²) corresponde tan solo al 1.8 % del área total de perímetro metropolitano de Bogotá, el cual es de 1775 km².
No obstante, el Canal Río Molinos es uno de los pocos corredores biológicos por donde la avifauna puede transitar desde los cerros orientales hacia el interior de la ciudad. Está inmerso en una matriz netamente urbana, y puede considerarse como una estructura eminentemente artificial, pero provista de cierta cobertura vegetal que permitiría definir un entorno “mixto” de concreto y árboles más representativo en términos del paisaje.
El resultado de dichos recorridos se traduce en una comunidad de aves compuesta por 34 especies de las cuales 11 son migratorias boreales (de norte) distribuidas en 15 familias.
La especie más numerosa fue el copetón con una abundancia promedio de 20 individuos, seguido de la mirla patinaranja con 17, la torcaza (Zenaida auriculata) con 16 y el colibrí chillón (Colibri coruscans) con 11 (ver tabla 1*).
Retomando una salvedad expuesta anteriormente, es cierto que la unidad de muestreo podría no ser significativa en términos de área, no obstante, sí permite construir conclusiones y definir réplicas en otros entornos y con un número mayor de repeticiones.
Un estudio realizado por los ornitólogos F. Gary Stiles, Loreta Rosselli y Susana De La Zerda, publicado en "Frontiers in Ecology and Evolution" en 2017 y titulado Changes over 26 Years in the Avifauna of the Bogotá Region, Colombia: Has Climate Change Become Important? reporta una disminución de las abundancias del copetón, e igualmente de la mirla patinaranja, asociadas a diversos factores, incluso aquellos ligados a la poca continuidad o falta de exploración en ciertos sectores de la ciudad.
Igualmente sugiere que dichas fluctuaciones pueden deberse a movimientos e intercambios entre zonas en las cuales estas poblaciones solían ser más abundantes, sin que necesariamente los tamaños poblacionales se vean amenazados.
De hecho, este trabajo tan siquiera insinúa un riesgo de extinción, aunque sí expone una serie de advertencias y causas que podrían afectar, no solo a estas dos especies, sino a muchas otras.
A partir de los resultados discutidos en el trabajo mencionado, también se exponen unos cambios en los tamaños poblacionales de las mirlas, ergo, ¿cómo se explica entonces que uno de los parámetros que estarían determinando la extinción del copetón esté asociado a su voracidad y talante canalla, cuando ambas poblaciones muestran los mismos cambios?
Ojo al oído…Ojo al ojo…
Uno de los argumentos más socorridos a la hora de inferir la inminente desaparición del copetón bogotano se basa en el hecho de que “ya casi no se oye”. Se ha establecido parcialmente que la frecuencia de su canto deriva de su actividad reproductiva, es decir, suele cantar más cuando está definiendo su territorio en función de buscar pareja y lugar de nidación.
Este proceso puede manifestarse durante todo el año, pero también se ha determinado que puede haber picos en temporadas más definidas localmente. Se ha registrado evidencia de reproducción entre marzo y septiembre en la Sierra Nevada de Santa Marta, mayo y junio en la Serranía del Perijá y en la cordillera Occidental en el Valle del Cauca todo el año.
Así mismo, hay cierta evidencia de movimientos altitudinales e incluso pequeños eventos migratorios latitudinales o longitudinales que podrían suponer una disminución de su densidad en Bogotá en determinadas épocas del año. Casos similares se presentan en el Colibrí chillón y las chisgas (Spinus psaltria y S. spinescens).
Es decir, la posibilidad de que este pajarito no se escuche con la misma frecuencia durante todo el año es latente y se puede prestar para generar ciertos sofismas. De hecho, durante el proceso de monitoreo llevado en el Canal Molinos, más del 90 % de los registros fueron visuales y tal cosa se confirmó durante el último recorrido al cual fue invitado un grupo de personas inadvertidas el cual concluyó que el hecho de no oírlo no significa que no esté, simplemente hay que mirar con atención.
Es perfectamente claro que desconocer signos de cambio, no solo en este sino en cualquier aspecto de la vida, es imprudente, temerario e incluso irresponsable. No se debe menospreciar el hecho de su existencia y se debe determinar qué factor los puede estar generando, pero también es cierto que la activación de una alarma debe suponer un sustento sólido, al menos medianamente bien fundamentado, y libre de juicios subjetivos o carentes de evaluación.
El copetón es, sin duda, el ave insignia de Bogotá, forma parte de su patrimonio e interviene en la historia de vida de los ciudadanos de manera significativa; de forma tal, es importante atender cualquier asunto que sugiera un riesgo sobre su existencia y la intervención juiciosa y aplicada de la ciudadanía sería la base para formular con criterio la toma de decisiones.