En mi país nos gustan los HEROES… así con mayúscula y todo, no crea usted que simpatizamos con los esforzados a medias.
Cantamos el himno nacional al paso de las tropas en los desfiles de la Patria (con P mayúscula, lo otro es anarquismo resentido), pero volteamos el rostro frente a los muñones de un soldado mutilado en silla de ruedas.
Recibimos a la Selección Colombia parando el tráfico de cinco ciudades, pero ante la muerte de un estudiante argumentamos que salir a las calles a protestar es atentar contra la propiedad privada, la familia y la religión.
Nos gustan los premios, aunque sean mal habidos o conseguidos a medias: trofeos de fútbol, vueltas de ciclismo y medallas iluminadas por el oro. Pero dejamos a nuestros deportistas morirse de hambre o pedir limosna en los semáforos para representar a la Patria (nótese otra vez la consonante orgullosa), que se vuelve pequeña cuando tiene que reconocer que sus hijos son huérfanos y sobreviven a pesar de ella.
Aplaudimos a los médicos desde la ventana (para guardar las apariencias y las distancias seguras), pero les pegamos papelitos en el ascensor diciendo que es mejor que se vayan, que en nuestro edificio solo vive gente de bien: blanca, católica, heterosexual y sobre todo sana.
A los narcos sí los aplaudimos siempre, les decimos Patrón (con la p de patria), les cubrimos la espalda, les hacemos novelas y los elegimos presidente.
Ojalá nos gustaran menos los héroes y más la justicia, que los médicos tuvieran un trabajo digno, que la plata de la educación no se la robaran los corruptos, que morirse de hambre fuera solo una metáfora. Ojalá entendiéramos que héroe es aquel que ha logrado sobrevivir en este país, a pesar de la esperanza perdida, del luto y de las ganas de desesperar.