Casi tres años después de que el ejército diera de baja a Alfonso Cano, su sucesor Timoleón Jiménez alias Timochenko resuelve sacar a relucir el tema para torpedear todavía más el proceso de paz. Parecería como si su sentido de la oportunidad cambiara según sus estados de ánimo. Un día amanece generoso y magnánimo, otro rencoroso y vengativo. En todo caso siempre sorprende con sus erráticas epístolas desde las montañas de Colombia o de Venezuela.
Por supuesto, la coherencia no es su fuerte. Tampoco es un filósofo para que su pensamiento revolucionario sea un tratado de sensatez. Es apenas un guerrero un tanto desesperado, un hombre que fue escalado hasta la más alta dignidad de la guerrilla por sustracción de materia y ahora parece perdido en el liderazgo de un proceso que puede estar atravesando uno de sus peores momentos.
No es que preocupe demasiado que de repente Timo se acuerde de calificar la muerte de Cano como un crimen de guerra pero sí que haga semejante declaración en el mismo mes en que las Farc se empeñan, tanto como el ELN, en atravesarle palos a la rueda de la negociación con el gobierno.
Mientras lo de Cano le resulta una afrenta imperdonable a Timochenko, el delito atroz que cometió uno de sus milicianos al matar a una pequeña niña de dos años no le merece ni un gesto humanitario o alguna leve expresión de remordimiento.
Si la muerte de Cano debe ser juzgada bajo los parámetros del Estatuto de Roma, según el Comandante de las Farc, entonces ¿cómo debe ser el procedimiento que se le aplique a sus militantes cuando asesinan a sangre fría niñas inocentes por el solo hecho de ser hijas de un policía como sucedió en Arauca? ¿Acaso deberá ser considerado apenas un daño colateral del conflicto armado?
La doble moral de la guerrilla vuelve y aparece para irritar aún más a la opinión pública y dificultar el entendimiento en La Habana. No le molestan sus crímenes de lesa humanidad, no le incomoda dejar a cuatrocientas mil personas sin energía por más de una semana o contaminar las fuentes de agua pero sí que sus guerrilleros mueran en combate o paguen en las cárceles por sus delitos.
Tal vez estas sean estrategias cínicas para presionar al gobierno, para amedrentar al pesidente, pero les pueden salir muy caras. Aclimatar la paz no es, ni será fácil, tampoco lo será, si se llega a la firma de un acuerdo, que las gentes lo respalden en un referendo. Aunque solo sea por eso, sería bueno que Timochenko se amarre la lengua y deje de salir con cajas destempladas o reclamos trasnochados.
Tal vez haya que recordarle al comandante supremo de las Farc que las víctimas están haciendo un gran esfuerzo por perdonar a sus victimarios y también que el hermano de Cano, el concejal del Polo Democrático Roberto Sáenz ya hizo un gran gesto de reconciliación en la pasada campaña electoral cuando se dio la mano con Santos y lo perdonó.
Es la hora de la paz Timochenko, de desarmar los espíritus, ojalá en esto ni usted, ni las Farc se equivoquen una vez más y lleguen tarde a la cita con la historia.
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