Nos criamos en los 80 en Colombia. No había televisor por cable, al menos sólo unos pocos en Bogotá lo tenían. No podíamos ver fútbol sino cada cuatro años, en los mundiales y ocasionalmente algún partido del América en la Libertadores. Solo podíamos ver una franja de partidos que la tv colombiana pasaba de la Liga Alemana. Venían resumidos, una especie de highlights largos. A veces incluso le metían propaganda pero ahí aprendimos a ver a Caperucita Roja Rummenigge, Migajita Lithbaski, y tantos otros monstruos cuyas hazañas nos llegaban a Colombia contadas por ese señor narrador llamado Andrés Salcedo.
Andrés Salcedo siempre fue un adelantado a su época y alguien demasiado importante para ser de la cuadra radial de Caracol y RCN. Un intelectual, tipo Victor Hugo Morales en Argentina, que era capaz de mezclar sus conocimientos artísticos con el fútbol, una combinación preciosa a la que no pueden acceder ni Eduardo Luis ni Javier Fernández El cantante del gol porque creen que esto es de gritos, de mal gusto, porque jamás han leído un libro.
La leyenda Andrés Salcedo, nacido en 1940 en Barranquilla se encontraba corrigiendo uno de sus libros, El día que el fútbol murió, que estaba pronto a lanzar al mercado cuando la muerte lo sorprendió. Se nos va una leyenda, un verdadero ejemplo de cómo se puede narrar con altura partidos de fútbol. Ojalá otras generaciones se sirvan de su legado para aprender que no sólo los tontos gritones están aptos para contarnos las hazañas de nuestros futbolistas, también hay narradores tan grandes como Salcedo, quien parecía a veces a Homero contando las gestas de Aquiles encima de una cancha de fútbol.