Oficios hay por montones, tienen que ver con la gestión de la vida en su forma más habitual y doméstica; tradicionalmente es fundamental tener un oficio, saber hacer algo para sostenerse, para relacionarse con el mundo, es decir con otros seres, con las cosas y con los soportes materiales que permiten la subsistencia. Pero además el oficio suele tener una dimensión estética y ética, implica reconocer sentidos compartidos de goce y de reciprocidad en los entornos de relacionamiento social y comunal. Cuando alguien muestra precariedades en su comportamiento se le dice, “coja oficio”, cuando alguien muestra destrezas para ejecutar una acción cualquiera, se le dice, “es que tiene oficio”; en todo caso es clave reconocer los oficios como prácticas asociadas a los saberes cotidianos, a las artesanías que estan presentes de una u otra forma en la socialización humana.
Las profesiones son modelos más recientes de práctica que parten de los criterios de la sociedad contractual, de las ciencias y las tecnologías, que se inscriben en un entramado de especializaciones de orden epistémico, axiológico y técnico que configuran núcleos específicos de labor, trabajo y acción reconocidos y funcionales respecto a la organización de las sociedades contemporáneas. Ser profesional implica largos procesos de formación que involucran saberes, conocimientos, lenguajes, por demás profundamente instalados en las representaciones del mundo actual, productivista, consumista, autocentrado y agitado. Las profesiones implican códigos éticos, procesos controlados de conocimiento, acceso a la educación superior, a las técnicas que brindan las culturas universitarias y las organizaciones de sociedad en sus diversas expresiones.
En los contextos latinoamericanos conviven de forma muy dinámica oficios y profesiones; son formas de ganarse la vida y de compartirla: ¿Qué haríamos sin el panadero? ¿Dónde estaríamos sin aquellas personas que cocinan o que limpian entornos u hogares? ¿Cómo se las arreglarían en las zonas rurales sin el jornalero que tiene por oficio los cultivos? ¿Cómo calmaríamos algunas veces, el apetito, sin la venta de arepas de la esquina? ¿Qué haríamos sin un servicio de vulcanizadora si se nos pincha la llanta de un carro, una moto, una bicicleta? ¿Cómo construiríamos barrios y ciudades sin la participación de los oficiales y maestros de construcción?; pero también reconozcamos profesiones liberales: ¿Cómo sería el mundo sin profesores y maestras? ¿Qué tal andarían las cosas sin abogados o periodistas? ¿Cómo resolveríamos esta sociedad tan prefabricada sin ingenierías y sin inventores y creativos? ¿Por dónde se resolvería el urbanismo sin arquitectos y arquitectas? ¿Podríamos acaso resolver la alimentación sin las carreras asociadas al mundo agrícola y logístico? En todo caso ambas denominaciones están presentes de formas muy diferentes en el ámbito de nuestro habitar común.
Lo importante es que no olvidemos que ambos caminos son una manera de producir y llevarse con el mundo que nos circunda
Quizás las respuestas varíen cuando se pregunta por los encuentros y diferencias entre oficios y profesiones; hay quienes oponen estas dos formas de incidir en la vida y de cogestar el mundo y ciertamente se pueden observar antagonismos y tensiones propias de las moralidades, los pensamientos y las formas de acción, procedimiento y reconocimiento en el cual se cimentan; hay también quienes consideran que las dos formas de producir y sostener la vida son complementarias, hay sociedades que valoran que cada persona tenga a su vez uno o más oficios y que tenga una profesión y profundice en ella tanto experiencial, como académicamente. Independiente de cómo sean las formas de hacerse a un sostenimiento, lo importante es que no olvidemos que ambos caminos son una manera de producir y llevarse con el mundo que nos circunda, de domiciliarnos en él y de hacer que se expanda en sus vínculos múltiples y en las oportunidades de ser y estar en relación común con seres, materialidades y espiritualidades muy diversas.
Hay pues, un enlace en medio de estos haceres y es la idea de formación de saberes e identidades que dialoguen con las realidades compartidas, las interpelen y transformen; en este tiempo necesitamos tecnificar e incluso profesionalizar los oficios e igualmente necesitamos pluralizar, diversificar las profesiones, principalmente cuando la tendencia a la especialización ha generado dificultades en la comprensión más integral del mundo actual. Necesitamos una educación que concurra en nuevas comprensiones de oficios y profesiones, mediadas por la emergencia de nuevas tecnologías, acudiendo a nuevas convergencias e intersecciones en las prácticas humanas y en su relación con el tejido no humano, potenciando niveles de convivencia, productividad y hábitat común; sin duda, hay muchos caminos y necesidades que sería fundamental repensar y redirigir en nuestras políticas de educación, cultura y gestión de la vida, atendiendo al ideal de la educación continua.