Es difícil encontrar a un periodista más feliz en Catar que César Augusto Londoño. No es para menos. Catar es un inmenso centro comercial. El reino del aire acondicionado. Las obras de arte podrían ser los imponentes rascacielos o las arañas que penden en los lujosos hoteles. Ese es el país en el que un señor acomodado como él sueña vivir. Los cataríes reciben 80 mil euros anuales para que hagan con esa plata lo que quiera. Esas son las dádivas de los jeques. A cambio deben callarse la boca con respecto a las libertades colectivas e individuales. César Augusto es como Maluma, a él desde que le paguen bien obedece. Por eso sigue las órdenes que le dicta Gustavo Serpa, presidente de Millonarios y su jefe directo ya que está en la junta directiva de Prisa, la empresa dueña de Caracol Radio. Por eso traicionó a su club, el Once Caldas, y abrazó la causa Azul sin cortapisas. Odia al sindicato de futbolistas y a su presidente, Carlos Gonzalez Puche, porque a él eso de los derechos de los trabajadores no le viene bien. Lo de él no es la empatía. Qué lejos quedó la imagen del muchacho rebelde que nos mandó a comer mierda en horario prime time después de que la extrema derecha matara a su amigo, Jaime Garzón, en agosto de 1999.
César Augusto está feliz en la dictadura de los jeques en Catar. En su arcaico programa, el Pulso del fútbol, tiene una sección –patética-donde la momia de Oscar Rentería manda besos a las mujeres. La semana pasada afirmaron que este era el programa preferido de las mujeres. Acá sus informes ridículos sobre las bellezas de los jeques afirmando que en Catar no hay feminicidios y que por eso es una sociedad más avanzada que cualquier país europeo en lo que a los derechos a los mujeres se refiere fue un adefesio. En Catar no existe la prensa libre, todo está controlado por el Estado. Todo se tapa. Si pudieron tapar la muerte de más de 6000 trabajadores inmigrantes que construyeron estadios en el desierto, pueden hacer lo que quieran en su reino maldito. Gracias a periodistas lacayos, gnómicos como él, es que los jeques están haciendo lo mismo que hizo Hitler en las olimpiadas de Berlín en 1936: que el mundo se lleve la mejor imagen de una dictadura feroz. Además que alguien le diga a este señor que sea más riguroso. Que en Catar no están reportados los feminicidios porque no están tipificados. Cesar Augusto ¿es misógino o sólo imbécil? En Catar las mujeres son castigadas con latigazos en plaza pública después de haber sido violadas. Lo consideran sexo extramarital. César Augusto, retírate ya.
En Twitter lo destruyeron por machista y por lambón. César Augusto es todo lo contrario a un buen periodista. La comunidad no cuenta con él. Siempre abrazará a los poderosos. Por eso es que sus compañeros no lo soportan. Es de esos que se la pasa metido en la oficina del jefe, intrigando para subir, preguntando ¿Qué desea el señor? ¿Le chupo las medias señor? Por eso no se sonroja a la hora de defender a personajes tan controvertidos como Ramón Jesurún. Ya parece su jefe de prensa. Está henchido de gozo porque le dieron un cargo a este tomador de whisky profesional en la FIFA. Orgulloso se siente. No le importa lo de reventa de boletas en la que está metido, no le importa que por su pésima gestión Colombia se quedara sin mundial. Lo que le importa es que él vaya al mundial.
Y así se va a ir del periodismo. Que disfrute mucho Catar y que de paso vaya buscando chamba de jefe de prensa de algún jeque dueño de pozo petrolero. Este será su último mundial. Ya ni siquiera lo dejan narrar los partidos del torneo colombiano. No lo quieren. Sus jefes también se desgastaron. Además, me viene preocupando seriamente los serios problemas de memoria que tiene. Por más camiseticas de Dua Lipa que se ponga los años no vienen solo. Y es increíble que un programa tan serio como lo fue el Pulso en época de Iván y Hernán, termine en esta ridiculez arcaica y misógina, desde donde se ataca a Petro y, disfrazados de amigos de las mujeres, no hacen sino rebajarlas mandándoles besos y tratándolas de princesas.
Pero las mujeres ni los colombianos somos tontos.