Incontables son las veces en las que hechos de corrupción han estado inmersos en distintas situaciones de nuestro panorama nacional. Sobornos, coimas y favoritismos son el pan del día a día en “el país más feliz del mundo”, el del “tercer himno nacional más bello” pero a su vez, el país con los más altos índices de corrupción y los niveles más bajos en educación. Si la felicidad se mide por la ignorancia, creo llegar a entender nuestra realidad social.
Desde Agro Ingreso Seguro, Caprecom, Reficar, La Guajira, hackers, carrusel de la contratación, de la educación, de Interbolsa, de la DIAN, de la Salud, hasta los insólitos carteles de los cuadernos, pañales, papel higiénico y el último y más reciente caso de Odebrecht. Todos inmersos, nadie se salva. Izquierda, derecha, sector público y también el privado. ¡Todos! Insólito pero cierto. Aunque, para ser sinceros, poco o nada se puede esperar del país donde, corruptos maquillados y otros varios destituidos, convocan a una marcha en contra de un acto que los determina.
Al ver a todas esas “élites” sumergidas en tan diversas y horripilantes situaciones me surge una inquietud, ¿dónde queda el colombiano promedio, el colombiano de a pie? ¿Los pueblos son todos merecedores de sus gobernantes? Pues sí. A mi consideración, no son ellos más que el reflejo cultural de nuestra sociedad, sociedad que considera que “lo malo de la rosca es no estar en ella”, y que en vez de sentir indignación en tan diversos casos de corrupción, pareciesen sentir envidia. Que solo están ahí, esperando aprovechar la más mínima oportunidad para actuar, desde sobornar a un policía de tránsito, comprar artículos “piratas”, colarse en el transporte público, hasta quedarse con las vueltas del mandado. Es esta entonces, a mi consideración, la génesis de la corrupción, que a pesar de que muchos la consideren con un grado de menor repercusión, al juntar las consecuencias de todos los que participan en esta “micro-corrupción” los resultados parecen no distar mucho de los casos con más eco en la coyuntura nacional.
A pesar de tan oscuro panorama, considero que se pueden llevar a cabo distintas acciones con el objetivo de reducir la corrupción, tanto en sus pequeñas como grandes proporciones, iniciando con evitar el uso de ciertas frases tradicionales que legitiman la cultura corrupta dentro de nuestra sociedad (“Papaya puesta, papaya partida”, “El vivo vive del bobo”, “lo malo de la rosca es no estar en ella”) y emitir sanciones sociales que contribuyan a la disminución de esa “mico-corrupción”.
Una nueva generación viene en camino, y en sus manos se encuentra el cambio. Depende de ellos la decisión de buscar la manera de hacer las cosas, cambiar el ADN de la política nacional, y borrar las marcas de la corrupción.