El caso Odebrechtshii (pronunciado en brasileiro) es el ejemplo perfecto para ilustrar la creciente interdependencia entre los Estados latinoamericanos. Dado el tamaño de su economía y territorio, en el caso suramericano Brasil está llamado a ser el motor indiscutible de cualquier eventual integración y debería cumplir una función de liderazgo. En materia de integración, la falta de infraestructura es uno de los principales problemas y desafíos que la región debe enfrentar en el siglo XXI. Sobre el particular es notoria la precariedad de puertos, aeropuertos, carreteras, vivienda, servicios públicos, entre otros.
En América no ha sido posible terminar la carretera panamericana que conecte el norte del continente con el sur y hasta hace poco se logró la interoceánica Perú-Brasil, obra por la que precisamente se investiga la relación del Gobierno Toledo con Odebrecht. Además, tampoco hay ferrocarriles ni autopistas decentes que unan las principales ciudades y mercados. Por aire, el tiempo de espera en embarques, pista y la duración del vuelo hace que el proceso dure alrededor de 4 horas en los casos más cortos. Eso sin profundizar los altos costos del periplo y los problemas de tránsito para llegar del aeropuerto al destino. Similar patrón es posible encontrar en materia de infraestructura de telecomunicaciones, financiera, energética, entre otras.
Según el BID el aporte actual al comercio global por parte de Latinoamérica está alrededor del 8%, “similar al que se tenía en 1960”. Según los expertos, en todas estas décadas dicha cifra no se ha podido aumentar precisamente por la precaria infraestructura. Esta materia no es un tema de gobiernos de derecha o izquierda como bien lo demuestra este caso en el que están implicados todos los tintes políticos existentes en la región. Obras inacabadas y denuncias de corrupción contra Odebrecht en México, Guatemala, R. Dominicana, Panamá, Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, Argentina y por supuesto en Brasil perfilan este asunto como el caso más grande de corrupción registrado en América Latina.
Y digo registrado, porque quizá desde la corrupción orquestada para construir el canal de Panamá no se veía un problema de tanta envergadura. De allí, que lo único positivo de todo esto es que la corrupción ya no está pasando inadvertida. Los sistemas judiciales y de investigación algo estarán haciendo bien y es precisamente aquí donde se requieren instituciones nacionales y transnacionales sólidas e independientes (ausentes en gran parte de la región) o al menos cooperación para compartir información y metodologías entre los países implicados. Ojalá que a futuro esa cooperación y eventual integración esté estructurada en lo preventivo y no en lo paliativo.
No obstante, quizá lo más importante de todo esto es lo intangible. La necesidad de construir infraestructura en América Latina ha estado centrada en un objetivo: competir. El poder por el poder mismo. No se nos enseña a pensar en las futuras generaciones sino en las próximas elecciones. Las obras transnacionales de infraestructura no están pensadas para llevar bienestar a las personas ni mucho menos para crear una unión latinoamericana. No hay un discurso basado en valores comunes o de alianza, se trata de una visión salvaje de “progreso”. Lo que todo esto aparenta demostrar, es que las clases políticas latinoamericanas quieren integrarse, pero con el 1% más rico del mundo.