I
El grano de maíz
quebró su fuerza
alimenticia en los pilones.
Se convirtió en harina
enriquecida
en los molinos,
con queso blando,
de cuajada,
con otro duro,
bien salado
y conocido con el nombre
de costeño.
El agua convirtió
la mezcla en masa,
las raspas de panela
la endulzaron
y un huevo
le dio su consistencia.
II
Golpeando
la mesa con la masa,
golpeando
la masa flexible
con la mano,
estirando los extremos
formados al azar
para volver de nuevo
a ser redonda y blanca,
crece la mezcla,
la masa elaborada
con la opción
molida de la yuca.
El tiempo y el calor
volvieron alimento cada rosca
y la llamaron pan de queso.
A cada panecillo
lo llamaron pandebono.
Y más que formulismos
o caprichos de la lengua,
el pandebono exhala aroma:
con el almizcle del corral
y su fermento lácteo
mezclado ahora
con la harina,
que lo supera
en proporción de dos a uno.
Con el olor
del cañaduz
y su trapiche viejo.
Con el hervor fugaz
de su guarapo.
Su vida nueva y corta
de melado
se vuelve de repente
panela en raspa endulzadora.
¡Qué tantas cosas pienso
siempre que muerdo
un pandebono,
apenas si caliente,
entre sorbos de café!