Sabemos que Bertolt Brecht llamó imprescindibles a los “hombres que luchan toda la vida” por una causa y más por una causa que no es de ellos, sino de su gente, su comunidad, una que perfectamente podrían dejar de lado para ocuparse de sus asuntos personales, que en Colombia son ya de por sí bastante difíciles de llevar.
Pero aquí, en nuestro país, donde solo se habla de las políticas gubernamentales, de las decisiones de los grupos poderosos, donde los medios masivos solo transmiten “noticias importantes” —porque los vemos transmitir las decisiones pero no las reacciones de la gente, ni siquiera los vemos discutir con los ministros, porque cuando las noticias vienen del poder los medios se casan con el poder en contra de la débil población—, hay hombres imprescindibles. Sí, hay hombres de los que los noticieros no hablan, salvo si están haciendo algo que no le hace daño al poder —como ayudando a desayunar a unos niños mediante donaciones, lo cual no tiene menos de admirable—, ya que si se trata de un imprescindible que organiza a su comunidad, que refugia y escucha a las víctimas de violaciones de grupos paramilitares, que se puso al frente de desplazados que reclaman sus tierras o de campesinos que lideran proyectos de sustitución, se quedan en silencio.
Lo mismo si se trata de sacerdotes que denuncian masacres porque van al sitio donde tuvo lugar y hablan con los sobrevivientes y sus familias, de consagrados defensores de los derechos humanos que llevan veinte y treinta años al frente de una fundación protectora de los derechos de las víctimas, de sindicalistas que han visto morir al fuego de las balas a muchos de sus compañeros y que siguen ahí, subiendo y bajando de papeles dentro del movimiento sindical. Entonces esos imprescindibles no pasan por las noticias, no aparecen en periódicos, no son entrevistados en la radio… salvo si aparecen muertos. Cuando ya son asesinados aparecen, pues en Colombia tan solo defender los derechos ya es firmar la sentencia de muerte. Ahí tienen la noticia para dar escarmiento a los que vienen detrás y quieren tomar su lugar. Solo muestran el castigo, pero no indagan nada sobre los autores, quieren impactar con su muerte, pero jamás producir reflexión sobre la sociedad, quieren dar miedo.
Los imprescindibles son personas convencidas de lo que están haciendo, que no reclaman dinero por hacerlo. Ellos trabajan porque notan las injusticias y lo hacen con optimismo sobre los resultados de aquellos a quienes van ayudando a salir de su situación, de su dolor. La base de su labor parte de las penalizaciones, nunca acuden a la venganza, la única revancha es la justicia social. Los imprescindibles son las personas más valiosas de Colombia, las que deberían ganar más, ya que hacen su labor en silencio, día a día, ayudando a uno por uno, porque ellos también fueron víctimas, porque nadie les dijo que se dedicaran a eso. Ellos entregan su vida a un bien común.
Los imprescindibles no se pueden nombrar porque en nuestro país los amenazan. Sin embargo, no podemos olvidar que ellos se casaron con la verdad y encontraron la utilidad en un país negador de la vida de múltiples formas, donde los grupos de poder se defienden unidos y con ferocidad de los intentos de lograr algo por parte de los de abajo. Ellos van tomando nota, monitoreando, sistematizando las injusticias sociales para algún día publicarlas, por eso no comen cuento ante los columnistas o los periodistas masivos, porque están viviendo la verdad a diario. Ellos denuncian, recogen plata para las víctimas, firman en nombre de ellas y tramitan sus necesidades a gente que ni siquiera sabe leer.
Ojalá contáramos con doscientos, con quinientos o, por qué no, con cinco mil imprescindibles en Colombia. Ellos serían suficientes para poner una palanca que movería un cambio estructural. Dentro de ellos hay líderes comunales, gestionadores campesinos, hombres y mujeres viejos y jóvenes. Ellos han evitado que en este país el humanismo que queda se disuelva en una capa de hielo insensible, ellos son calor que derriten ese hielo mientras el frío de la ambición y el miedo a perder los privilegios trata de endurecerlo.