El cono sur del continente americano posee una gran cantidad de fenómenos inherentes que marcan el trasegar diario de los sucesos económicos, sociales y políticos. Los altibajos en estas áreas estratégicas del Estado son frecuentes y no aturden a las personas del común; resulta sumamente difícil escandalizarse con algún hecho particular cuando la ciencia de lo imposible se manifiesta diariamente superando cualquier tipo de parámetro establecido. Sin embargo, el décimo mes del año 2019 parece tener la fórmula perfecta para un estallido antidemocrático, con todos los componentes necesarios para desequilibrar la balanza hacia el costado izquierdo; el mismo que lamenta la sociedad venezolana luego de 21 años de dictadura.
El pánico por la propagación de una pandemia antidemocrática sin respuesta alguna a los regímenes internacionales parece crecer como una bola de nieve, luego de dos desafortunados eventos en esta primera semana del mes y la inminente llegada de un tercer acontecimiento en los últimos días de octubre. La disputa entre el Congreso del Perú y el presidente Vizcarra, las recientes protestas en Ecuador por la eliminación de los subsidios y las elecciones presidenciales en Argentina el 27 de octubre reflejan tres momentos coyunturales de enorme peso y reticencia, donde nefastas consecuencias pueden trascender como el punto de partida para un retroceso estructural de la región.
“Vizcarra es el nuevo Fujimori” son los vítores de quienes protestan la disolución del Congreso por parte del presidente del Perú, siendo esta una maniobra totalmente en derecho por parte del primer mandatario. Ante las amenazas apristas y del partido Fuerza Popular (controlado por los Fujimori) por ejercer control sobre la rama judicial el presidente Vizcarra actuó como un legítimo demócrata; ceñido al artículo 134 de la constitución peruana y dejando en manos del pueblo, como principal elemento del Demos Cratos, la decisión de respaldar al ejecutivo nacional ante los embates de fuerzas políticas íntimamente relacionadas a hechos de corrupción. Las decisiones del mandatario son fundamentales para el desarrollo y la estabilidad de un país acechado en los últimos años por la corrupción, dos presidentes encarcelados por el escándalo regional de Odebrecht lo confirman y las nuevas intenciones de las fuerzas al interior del Congreso lo respaldan.
Ecuador no escapa de esta ola de sucesos desestabilizadores. La huelga de transportistas en reclamo por la eliminación de los subsidios a la gasolina desencadenó en disturbios violentos ajenos a la problemática específica. Si bien es cierto que el precio de la gasolina se incrementó en un 123% es imposible que el país de la mitad del mundo resista un panorama económico desolador sin ninguna reforma para cambiar el sentido de las cosas: el primero que acumule un déficit fiscal de 2.000 millones de dólares sin eliminar subsidios que lance la primera piedra. Afortunadamente el presidente Moreno ha tenido la solidez para afrontar estas revueltas comunes de células socialistas, fortaleza de la cual carecía su antecesor Rafael Correa, muy ligado por cierto a estas corrientes turbulentas.
El horizonte tenue de Sudamérica completa sus matices con las próximas elecciones presidenciales en Argentina, donde un evidente desgaste gubernamental ha brindado una bocanada de aire electoral a uno de los personajes políticos más cuestionados del continente: Cristina Fernández de Kirchner. Ni los evidentes casos de corrupción durante su mandato, tampoco su estrecha cercanía con el difunto presidente de Venezuela Hugo Chávez y menos la extraña muerte del fiscal Alberto Nisman un día antes de imputar cargos hacia ella parece abrir los ojos del electorado argentino. Es lamentable que, por la administración desafortunada del presidente Macri, esté en juego no solo el futuro democrático del país austral; el riesgo que se corre es nada más y nada menos que la desintegración del sistema republicano mediante la nefasta anarquía.
El debate político en Sudamérica está anclado en las profundidades del nepotismo, la autocracia y la pérdida absoluta de criterio de los factores reales de poder para asegurar un rumbo común y estable para los países de la región. Discutir en pleno siglo XXI sobre la supervivencia de la democracia es una muestra superlativa del atraso que enfrentan nuestros países, capaces de tambalear ante la primera corriente inofensiva de comunismo y desestabilización sin posibilidad de resistir dichos embates. En estos momentos y más que nunca la esperanza recae en políticos honestos, con sentido patriótico y democrático en grado exponencial, capaces de defender la democracia apegados a la constitución, las leyes y la voluntad del pueblo.
Aunque todo parece indicar que el cielo está nublado y anuncia tempestad… “antidemócratas temblad, viva la libertad”.