Fellini cumplió 100 años de vida. Si, no ha muerto. Su cine sigue ahí, como un registro del inconsciente, como un testimonio fiel de Roma, su futuro, su pasado. Entre sus películas más demoledoras son las más personales. La Dolce Vita contaba los años en los que fue periodista en Roma, 8 y Medio, hecha a los 43 años, e el retrato de un creador que no tiene nada más que decir. Estas joyas estarán desde este 20 de noviembre en la Plataforma de Cinema Paradso. Después de mucho tiempo volví a ver 8 y medio.
Guido Anselmi está agotado. Para reponerse toma el consejo de su benévolo productor y se va a un lujoso spa, tiene el tiempo que necesite para poner sus ideas en orden y pensar cual será el tema de su próximo filme. Pero el caudal se ha secado y después de siete películas y un medio metraje el director no tiene nada que decir.
Empiezan a aparecer las presiones, si fuera un escritor o un músico sería mucho más fácil pero una película es una inversión millonaria. Las actrices están desesperadas, los maquilladores, el fotógrafo su equipo de confianza. Tuvo una iluminación, hacer una de ciencia ficción, soñó con la nave con la plataforma de lanzamiento, el productor asiente a todo lo que dice y manda a construir una escenografía de tamaño natural donde se deja vislumbrar la sombra de un cohete, sin embargo los demonios lo acuchillan por dentro y piensa que tal vez su vida podría ser un gran argumento. La nostalgia de la niñez las invocaciones mágicas, llama a los espíritus repitiendo Asa Nisi Masa.
No está pasando por un buen momento. Contar historias requiere mucho desgaste y las mentiras agotan. Empieza a descubrir que su vida es de cartón y que por eso se dedica a hacer filmes, preferiría vivir en esa ficción, en un mundo de madera y cartón piedra. No puede amar a nadie, sueña por ejemplo que todas las mujeres que quiso están esperándolo en la casa para ofrecerle el placer de un baño caliente. Solo se ama a si mismo y a lo que hace ¿Pero que hará ahora que ya no tiene nada que decir?
Esas dudas azotaban a Federico Fellini cuando se aprestaba a dirigir su octavo largometraje. Tenía 43 años y el trabajo del director pasa mucho por lo físico, tener que lidiar con sindicatos, con actrices caprichosas y egocéntricas, con intelectualoides inmundos que todo el tiempo meten sus largas y sucias narices en el plató, lo mejor sería ponerles un trapo en la cabeza y ahorcarlos ahí mismo en la sala de proyección. Cuando estaba joven soñó con hacer una larga serie de comics cuyo epicentro fuera el Capitán Nemo o el mismo Flash Gordon. El cine en realidad nunca le importó demasiado y si aceptó trabajar con Rosellini en Paisa y hacer el guión de Roma Ciudad Abierta fue porque necesitaba trabajar en algo. Por él se quedaría siempre haciendo comics o trabajando en un circo con su amada esposa, la entrañable payasita Gelsolmina.
A partir de Ocho y medio Fellini dinamita todas las estructuras y empieza a amoldar al cine a sus exigencias. El onirismo del teatro de variedades, la irrealidad del circo, su particular visión de las mujeres, su universo reflejado en pequeños fotogramas de 35 m.m. Como no tenía nada que contar plasma el drama de un director que no tiene nada que decir, de un tipo que empieza a darse cuenta que los vasos comunicantes se obstruyen y que es mejor romperlos y hacer otros, entonces podrás ser oído, entonces no tendrás la necesidad de meterte debajo de una mesa y romperte el corazón de un balazo.
Ver Ocho y medio es meterse en la mente de un autor, conocer sus miedos, sus ambiciones y la impotencia que genera el silencio. No existe una película mas personal que esta. La indignación que siente la esposa de Guido es la misma indignación que sentía Guilieta Massina ante el descaro de su esposo, el gran Fellini de trabajar con su amante la genial actriz Sandra Miló ¡Y darle el papel de amante del director! Su odio rotundo a todo tipo de intelectualismo, su respeto confeso a la iglesia católica, su machismo, su onanismo y su eterna nostalgia a la amada Rimini todo eso está condensado en una de las obras mas importantes que ha dado el cine en su historia. Para todos aquellos que tiemblan ante la página en blanco, para los que dudan de lo que hacen, para los que creen que se han agotado las palabras, Ocho y medio es un manantial de los que todos tienen que beber un poco, una cura sagrada para la impotencia creativa, una razón más para seguir escribiendo.