Calificación:
Hitler quería todo para él. No sólo pretendía convertir a Moscú en un lago gigante, a Ucrania en una huerta descomunal y a Polonia en un inmenso vertedero tóxico, sino que le había encargado a su arquitecto de cabecera, Albert Speer, la construcción de un museo con la capacidad de albergar a las obras de arte más representativas de la humanidad. Bueno, al menos lo que él consideraba arte, porque esos experimentos nuevos que estaban haciendo Picasso, Kokoshka o Klimt le parecía un degeneramiento típico de las razas inferiores que debería ser destruido sin ningún tipo de consideración. Si en el remoto caso de que los dados de Dios no favorecieran las intenciones del Fuhrer, la orden, expresada en el tristemente célebre Decreto Nerón, era dejar hecha cenizas Alemania y de paso la totalidad del arte que ellos secuestraron y escondieron en diferentes minas desperdigadas por todo el país. Los críticos de arte de todo el mundo están temblando.
En medio del dolor y de las pérdidas que ha sufrido la humanidad, nadie repara el peligro en el que se encuentran más de 38 mil obras maestras de perderse para siempre. Por eso se ha organizado un grupo de ocho personas, entre las que se destacan arquitectos, curadores, críticos y directores de museo, para que viajen a la Europa ocupada e identifiquen los tesoros que están por perderse. Los muchachos, un poco pasados de kilos y de edad para ser soldados, reciben una instrucción básica para que al menos sepan cómo usar un arma cuando en el frente se encuentren con un alemán mal encarado. A John Goodman el casco apenas le cabe en la cabeza y Bill Murray todo el tiempo está pensando en lo rico que sería estar todo un día escuchando la radio con su hija y su pequeña nieta. Pero salvar este legado cultural es más importante que cualquier domingo de asueto, por eso ellos están orgullosos de pertenecer a la Operación Monumento. Es 1944, los aliados ya han desembarcado en Normandía, la guerra para Hitler está perdida sólo que a un loco con una idea fija es muy difícil convencerlo de lo contrario. En su retirada, los nazis han destrozado ciudades tan emblemáticas como Florencia y Varsovia, aniquilando edificios, esculturas y cuadros que estuvieron allí durante siglos. A París la dejaron quieta porque al comandante SS encargado de destruirla se arrepintió a último momento pensando en que no quería pasar a la historia como el hombre que hizo polvo a la ciudad luz. Eso sí, se llevaron todo el arte de las colecciones privadas, todo lo que le habían confiscado a los judíos ricos y de buen gusto. En Brujas, la medieval y hermosa ciudad belga, se llevaron, a costa de la vida de uno de los Hombres Monumento, una de las vírgenes más representativas de Miguel Ángel.
George Clooney quien no sólo dirige la película sino a este grupo de muchachos, deberá rastrearla y salvarla no sólo por la memoria de su amigo, sino porque al otro lado están avanzando con mucha rapidez los rusos, confiscando todo el arte que encuentran y llevándolo a Moscú en dónde Stalin, otro temible dictador, también está pensando en hacer un elefantiásico museo. Esta poderosa premisa de la que parte Operación monumento se deshace debido a la frialdad con la que su director ha abordado el proyecto. Se nota que George Clooney quería mostrar que la guerra, por más brutal y cruenta que sea, no se compone solo de batallas o bombardeos, que los soldados tienen mucho tiempo libre y que también se aburren. Pero lamentablemente esa falta de conflicto de la que carece la película, termina aburriendo al espectador. Una verdadera pena porque cómo director el protagonista de Los descendientes venía mostrando cualidades bastante apreciables, acá definitivamente pierde la manija y la película se va fragmentando en pequeños sketches diseminados en sus casi dos horas de duración. Esto evidencia los problemas que tuvo con su guionista Grant Heslov a la hora de adaptar el libro de Robert M. Edsel, nunca consiguieron darle solidez a la trama y los maravillosos actores que componen esta cinta son fantasmas que deambulan perdidos en la cinta. Lo de Cate Blanchet, por ejemplo, es bastante penoso. A pesar de sus problemas, Operación monumento deja ver en algunas escenas el talento de su director. Me encantó la parte en que desde una ventana un francotirador le dispara a John Goodman y a Jean Dujardin y luego descubren que el temible asesino no es más que un niño de 12 años, reflejando acá lo desesperado que estaba Hitler al final de la guerra, o la escena en que se encuentra Bill Murray a un joven soldado alemán con una metralleta, tan asustado que en cualquier momento podría disparar. Murray lo tranquiliza invitándolo a sentarse y a fumarse un cigarrillo, el joven le hace caso y mientras inhala una bocanada de humo dice sonriendo “John Wayne”. Es una pena que esta película no haya estado a la altura de uno de su mensaje final: Bien vale la pena dar la vida por una obra de arte.