Hace unas semanas dediqué este espacio a las primeras tres razones por las cuales es absolutamente legítimo y válido vender y comprar grafiti, en otras palabras, hacer de esta práctica —que por décadas ha sido concebida como una manifestación espontánea de la expresión humana— un negocio. (Ver anterior columna).
Y aunque la dinámica del dinero parece ajena a la liberalidad e independencia del grafiti, en aquella columna se resaltaba que históricamente, desde hace 40 años, el proceso de industrialización de la práctica y la participación de muchos artistas en el mercado se venía presentando y hoy en día, se ha multiplicado.
Esas primeras razones (o elementos como se denominan en el texto la Economía Naranja) incluían: i) La información; ii) Las instituciones; iii) La industria y finalmente; iv) La infraestructura.
Vale la pena entonces seguir con las últimas tres y añadir una última razón, en mi opinión, necesaria, teniendo en cuenta la naturaleza y finalidad tradicional de la práctica del grafiti.
- Integración: Posiblemente una de las características más auténticas y sorprendentes del grafiti y el arte urbano es su capacidad para construirse como un acto colectivo, sin fronteras locales e internacionales y exquisitamente colaborativo; tanto así, que en sus orígenes partió de la captura (biting) de referentes de obras de otros artistas grafiti, de la misma manera que “partió” de la publicidad y de los cartoons de la época. Basta detenerse ante cualquier pieza de grafiti writing en Bogotá y descubrir la aparición de nombres de otros artistas, nacionales y extranjeros, como parte de un muy particular homenaje.
- Inclusión: Desde sus inicios el grafiti no sucumbió ante las barreras de acceso que se presentan en prácticamente todas las manifestaciones culturales, sociales y económicas de nuestra sociedad. En sus orígenes modernos en la costa Este norteamericana, se invitaron mujeres, afros, latinos, asiáticos y blancos a hacer parte del movimiento. Una idea equívoca —pero muy común— es concebir al grafiti como una practica exclusivamente proveniente de comunidades vulnerables y barrios peligrosos. En el grafiti concurren todos y todas y su único factor de ingreso y éxito depende de la capacidad y talento para hacerse un lugar en el movimiento.
- Inspiración: Alguna vez oí que si todo estuviera bien en el mundo no habría grafiti, y es posiblemente esta condición de alarma social, la que ha permitido la vigencia de la práctica a través de los tiempos (las primeras denuncias sociales en paredes datan del Imperio Romano). En una sociedad con hegemonías de comunicación y expresión, tan sólidas y herméticas como la nuestra, vale la pena resaltar que la pared se convierte en una alternativa de expresión, con sus pros y contras, pero necesaria en los escasos debates que actualmente plantea y permite nuestra prematura democracia.
- Impertinencia: Parafraseando a Pessoa cuando habla del arte, en ese circular libro que es Escritos sobre genio y locura, mientras el grafiti sea peligroso será útil. Uno de los mayores riesgos de la industrialización del grafiti es su neutralización. El grafiti no puede domesticarse al pasarse a un lienzo o a una instalación, debe retener su fuerza vital y sus contextos, debe reflejar y transmitir la emoción que trae la practica callejera, debe abstenerse de hacerse voz oficial, de erigirse como hegemonía. En otras palabras, debe mantenerse auténtico dentro de su propia independencia, so pena de convertirse en una técnica más, una práctica maleable a los intereses a los cuales intentó cuestionar, debilitar y satirizar.
La industria del grafiti puede ser una oportunidad de transformación que depende de la amplia comprensión y tolerancia que se tenga de la expresión del artista, pero también depende de la capacidad del mismo, de hacerse flexible con cuidado y mesura, saberse vender sin venderse. He ahí la cuestión final, pero los elementos ya están dados.