Lástima que un gobierno como el de un demócrata consumado como Joe Biden intente prolongarle al mundo un modelo de imperio que a todas luces es improcedente.
Ya pasaron los tiempos en que era posible que los hombres blancos occidentales, es decir, europeos y estadounidenses, impusieran la idea absoluta de que, por razones jamás comprobadas, fuera de su acumulación de riqueza y poder, se agregaran la tarea de dictarle al resto de la raza humana bajo qué imperio e ideas debían someter su ya, para entonces, restringida existencia.
Porque aquellos de por sí contenían los elementos coactivos suficientes para que nadie se llamara a engaños, como la presunta superioridad de su raza, la prioridad de su pensamiento, su arrolladora revolución industrial, su forma de explotar el capital, amén de su monstruoso poder bélico.
Avances trascendentales sin duda, que, como en todos los demás aspectos de la cultura, olvidaron sus receptores (por presunciones insostenibles que anidan en nuestra irresoluble condición humana) las condiciones de su posibilidad y que fueran consecuencia del avance del trabajo y la técnica de buena parte de la humanidad de todos los siglos precedentes.
Por ello hoy, ante la emergencia de otros imperios y potencias no menos capaces por lo menos de hacer daño, resulta desafortunado insistir en que el que ha dominado en los últimos dos siglos y medio debe seguir haciéndolo bajo supuestos de que representa lo mejor para la raza humana, como si su periplo no estuviera marcado por excesos horrendos de todo género mantenidos en sordina y efectos desoladores en materia de inequidad y degradación ambiental.
La reacción rusa a la intención occidental (que de occidental solo tiene el nombre, porque obedece a la indomable ambición gringa) de cercarla es apenas normal en un pueblo que tiene demasiados folios en materia de sacrificios y pervivencia de la civilización actual como para dejarse apercollar por cuenta de planes que, ante la emergencia de otros imperios, apenas están por discutirse si se piensa en un futuro estable para el mundo.
Un eventual enfrentamiento bélico que es a la Unión Europea socialdemócrata (en plan de consolidarse como esperanza en un nuevo modelo de mundo) a quien menos ayuda, así le haya tocado, como lamentablemente lo ha hecho en el pasado, simular acuerdo con el despliegue al oriente aupado por Estados Unidos y patrocinado por la derecha europea a través de la Organización del Atlántico Norte.
Y menos cuando el plan cuenta con el pistolero aporte de una Inglaterra, que fuera de la Confederación y sufriendo en materia económica, ahora busca hacerle daño aportando secretos a lo Sherlock Holmes sobre Putin y sus futuras movidas, prometiendo apoyos armamentísticos ingentes a la OTAN para la posible confrontación y destinando a su emproblemado primer ministro Boris Johnson para que convenza a Ucrania del favor que le quieren hacer, maromas que difícilmente se entenderán en el Continente como favorables a los intereses de la Unión.
Emmanuel Macron, un francés histórico con el corazón en el futuro, y Olaf Scholz, canciller alemán, soporte político y económico del bloque y los gobiernos socialdemócratas en ejercicio, lo saben, y seguramente, en la mejor muestra de racionalidad obtenible, sepan que de ahora en adelante todo intento de tender las alas por parte de cualquier imperio debe ser adelantado con filigrana negociadora múltiple, donde lo que menos puede estar comprometida es su actual existencia y posibilidad de actuar.
No han dicho su última palabra ni la dirán, porque las circunstancias complejas que los rodean lo impiden, pero que China (una potencia emergente sine qua non) se muestre en desacuerdo y el propio Volodimir Zelensky, actual presidente de Ucrania, un hombre de formación humanista, difícil de engañar en cuanto a la voluntad que empuja a los guerreros, tampoco haya dado luces para recibir la problemática ayuda, son índices claros de las sensibilidades a que están abocados los pueblos convertidos hasta ahora en cotos de caza de los más fuertes.
Por el bien de la Unión Europea, y en especial de Ucrania y con ella de todos los países subdesarrollados que sufrimos la injerencia de intereses externos, que la razón lleve al desmonte del conflicto actual respaldado en el reconocimiento de que los intereses de las posibles víctimas ahora cuentan.