Desde aquel marzo de 2020 el mundo ha cambiado y todo parece indicar que no volverá a ser igual, lo cual ha obligado a todos los países a aprender a convivir con los nuevos retos, haciendo frente a nuevas mutaciones siempre más agresivas. Tanto es así que la inoculación contra el virus parece haberse convertido en un instrumento de los Estados para hacer política exterior y ganar influencia.
En este sentido el mundo ha protagonizado una lucha geopolítica por las vacunas, que hasta el momento ha tenido como protagonista a la República Popular China, seguida por Rusia. Los mismos han sido pioneros en proporcionar este bien a otros Estados de renta baja, los cuales han logrado de este modo comenzar a inocular a su población.
En la actualidad el gobierno de Estados Unidos de América ha anunciado la donación de 55 millones de dosis de vacunas contra el SARS-CoV-2 en todo el mundo, de los cuales 14 millones serán destinados a América Latina y el Caribe a través del programa Covax, una iniciativa de colaboración internacional promovida por la Organización Mundial de la Salud (OMS), que tiene la finalidad de garantizar un acceso equitativo de las vacunas para todos los países. Esta decisión deja entrever una respuesta por parte de los Estados Unidos para tratar de desempeñar un rol importante en la lucha contra la pandemia.
Por otro lado ha buscado restablecer la relación con Europa. De hecho, Joe Biden ha asistido a la primera reunión del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) como presidente, promoviendo una política renovada del eje transatlántico que permita articularse frente a la alianza ruso-china. Al mismo tiempo ha convencido al Grupo de los Siete (G7), reunidos el pasado 11 de junio en el Reino Unido, para lanzar un plan de infraestructuras similar a la Franja y la Ruta de la Seda ideada en el 2013 por el presidente chino Xi Jinping, pero guiado por los valores occidentales, con altos estándares y transparencia, según sus declaraciones. El mismo irá dirigido a Latinoamérica, el Caribe, África y el Indo-pacífico.
Se observan dos importantes decisiones que marcan la política exterior del nuevo Gobierno estadounidense y que parecen determinar un cambio de estrategias, el cual está centrado en fortalecer el multilateralismo y crear proyectos alternativos a los ya ideados por China, además de endurecer el tono con la antigua Unión Soviética. El objetivo parece ser salvaguardar una hegemonía que hasta hace poco era indiscutible.
A este respecto, el diplomático español Fidel Sendagorta en su libro Estrategias de poder afirma que: "China con estrategias a largo plazo y con un sentido oriental del tiempo político lleva las de ganar, salvo que Occidente, como concepto y como conjunto, decida aunar fuerzas y Estados Unidos se convenza de que, de nuevo, ese desafío solo puede ser afrontado si se cuenta con sólidas y estrechas alianzas". En efecto, la Unión Europea desempeña un rol importante en este sentido, siendo la aliada tradicional del gigante del norte.
Biden, por su parte, ha demostrado que está en la mejor disposición para restaurar las relaciones y así fortalecer el eje transatlántico. Esto pone al viejo continente, al igual que otros países, ante la difícil decisión de salvaguardar su relación siempre más estrecha con la República Popular China en ámbito comercial y económico, y a la vez mantener sus vínculos económicos, políticos y de seguridad con sus socios tradicionales.
Finalmente, la interrogante aquí es, si el bloque conformado por los Estados Unidos y la Unión Europea logrará tomar decisiones conjuntas que les permitan coexistir con Rusia y China sin lacerar nuevamente sus relaciones, teniendo en cuenta las palabras de Josep Borrell, según el cual Europa debe aprender rápidamente a hablar el lenguaje del poder.