“El día que yo nací mi madre parió gemelos: el miedo y yo” enseñaba Thomas Hobbes hace 400 años. Muchos expertos validan la afirmación de que el miedo es una reacción necesaria para la existencia y, desecharlo del “pack vital” habría llevado a la extinción de la humanidad hace mucho tiempo. Sin embargo, el problema surge cuando este ejerce soberanía sobre nosotros y le otorgamos la potestad de ser el capitán que direcciona la barca en la que hemos de emprender la aventura de la vida. Hace días, de nuevo apareció en medios la noticia de una muerte relacionada con el bullyng en una prestigiosa universidad, donde aparentemente un estudiante era discriminado por ser pobre.
El miedo al rechazo es algo a lo que nos vemos expuestos casi a diario en diversos ámbitos de la vida. Todos en algún momento podemos experimentar el temor a no encajar en espacios que son nuevos o que no son los nuestros, máxime en sociedades vacuas y elitizadas, donde hasta el que compra un carro a 300 cuotas ya se cree de mejor familia. Deberían enseñarnos desde niños que la envidia, la resistencia y el egoísmo son el común denominador en las relaciones humanas y que tenemos incluso aprender a sacarles provecho; como diría Piedad Bonett: “con el estiércol que arrojan a mi patio yo abono mis rosas”. Vencer esos temores no funcionales se constituye en un presupuesto inexorable para la concreción de cualquier objetivo. El miedo es el hermano gemelo al que debemos dejar abandonado en el primer callejón de la vida sin tener misericordia alguna.