Es la frase que empezó a escucharse en marzo, después de las consultas, y que vuelve a leerse de nuevo por las redes sociales, no hay nada más cierto.
Pasó la primera vuelta presidencial y como lo advirtieron casi todas las encuestas, Duque enfrentará a Petro en la segunda vuelta. La diferencia entre los dos es amplia, 14 puntos de ventaja, pero nada está dicho, es otra campaña y como dijo Daniel Zovatto: “las segundas vueltas no son la segunda parte de un partido, sino una nueva elección”.
Más de 6.5 millones de votos, 35 puntos porcentuales, están repartidos entre las tres candidaturas derrotadas el domingo, hay 15 millones de votos nuevos por conquistar, para disminuir la abstención y aumentar la participación libre, cosa que no le conviene a la maquinaria clientelista. Mucho cacique ya apoyó, en silencio, a Iván Duque.
Los votos de Fajardo, De la Calle y Vargas Lleras serán decisivos en la segunda vuelta de esta elección crucial, quizás desde 1930 la campaña presidencial no se disputaba entre un movimiento político nuevo, con un nuevo modelo de gobierno o el mantenimiento de las estructuras políticas tradicionales y corruptas, sobre las que el uribismo también se ha asentado.
Nunca la izquierda había llegado tan lejos en unas elecciones. Y aunque hay muchas prevenciones y temores, son todos infundados. Petro ha tenido la oportunidad de ser congresista pero también ha tenido la oportunidad de gobernar y lo hizo en el segundo cargo público más importante del país, donde, desde el primer día llegó a defenderse pues fue atacado sin piedad por el procurador Ordóñez, los grandes medios, los megacontratistas que viven del clientelismo y toda la maquinaria política de la capital. Aun así, sus resultados sociales fueron enormes y favorables a los intereses de los sectores excluidos de Bogotá, que es lo que promete hacer con los que nunca han sido escuchados en el país.
Nunca la izquierda había llegado tan lejos en unas elecciones.
Y aunque hay muchas prevenciones y temores,
son todos infundados
El uribismo puede ser derrotado de nuevo. Tenían la esperanza de ganar en primera vuelta y no lo lograron. Escondieron a Uribe en las últimas semanas de la campaña para dar la sensación pública de que no era el titiritero de Duque, pero todo el mundo sabe que es así y el temor a Uribe y su imagen desfavorable no hace sino crecer día a día.
Hace 4 años cuando se enfrentó el santismo contra el uribismo más de 2 millones de personas, que no votaron en la primera vuelta, lo hicieron en la segunda para sepultar a Zuluaga. Es el fenómeno que debemos buscar que se repita en 2018. Y eso que Petro no es Santos. Petro sí nos representa.
Con el uribismo y sus aliados en el poder, el país retrocedería en todos los campos, en especial en el trabajo pues toda la vida ha estado en contra de los intereses de los trabajadores. Las ciudadanías libres tendrán que elegir entre quien nos ha metido las peores reformas laborales y pensionales o quien ha prometido derogarlas y modernizar las relaciones de trabajo.
Los ciudadanos tendrán que elegir entre quienes chuzaron ilegalmente a los magistrados, hicieron los falsos positivos, auparon el paramilitarismo, se ahogan en un país sin guerra y quieren manejar el país con la Biblia y no con la Constitución, o por quien propone una nueva era de democracia real que permita profundizar el Estado Social de Derecho de la Constitución de 1991 y modernizar nuestra sociedad.
No hay más opciones. El voto en blanco estará en el tarjetón pero no tendrá efectos prácticos porque ni la Constitución ni la ley los prevé para segunda vuelta. El voto en blanco le sirve al que ganó en la primera vuelta, es decir, a Duque.
Petro propone un gran acuerdo político y una negociación completa con el centro político. Hacia esos votantes hay que dirigirse. No basta con llamar a la unidad, tiene que incluirnos a todos en su discurso y en su programa a las principales banderas de la Coalición Colombia y de Humberto de La Calle. Derrotar uno por uno los mitos sobre los que cabalga el uribismo, empezando por la supuesta amenaza a la propiedad privada. Petro tendrá que incluir en su “acuerdo sobre lo fundamental” la lucha contra la corrupción, la paz y desmontar esa constituyente que tanto asusta a muchos sectores en el país.
Hace años no se veía tanto debate político en unas elecciones, se huele la esperanza, se siente el ánimo de saltar hacia adelante de 9.5 millones de votantes del domingo, entre ellos más de cinco millones de votantes nuevos, en el fondo se siente más optimismo que temor en esta campaña. Es la primera vez que siento que se está votando para ganar y no para “perder con dignidad”.
La juventud y las redes sociales hicieron lo suyo. Este es otro país, donde más de 9 millones de personas no quieren, no confían y no temen a la política tradicional, las maquinarias han sido vencidas. El fin de la guerra nos permitió meternos en los asuntos públicos sin temor.
Duque y sus asesores saben que deben ocultar, y el domingo en el Cubo de Colsubsidio no aparecieron en la tarima, ni los expresidentes, ni los congresistas, ni Ordóñez y sus pastores, ni los caciques que han ido abandonando a Vargas Lleras y a de La Calle y llegado a la campaña uribista, pero estaban ahí abajo en la sombra. Duque oculta su falta de experiencia en sus canas tinturadas, sus acuerdos clientelistas con la vieja política, detrás de jovencitos con camisetas de colores, pero no logra esconder el programa más conservador que político alguno haya promovido en varias décadas. Ni el primer Uribe fue tan godo y estuvo tan atado a tantos intereses.
Al frente 9 millones de personas queremos el cambio, y el cambio debe permitírsele a quienes no hemos tenido la oportunidad de gobernar nunca el país, no al que ya ha gobernado por muchos años y aun así, aspira a ser el presidente del congreso, al mejor estilo venezolano.
Antes de votar en blanco o votar por Duque o no ir a votar, piense en cómo sería Ordóñez o Vivian Morales en el ministerio de educación de Duque.
Nueve millones de colombianos podemos derrotar al uribismo. Es posible hacerlo. Vamos a hacerlo. Sin egos, sin rencores, sin ambages.