Nuréyev, el ruso que revolucionó la danza

Nuréyev, el ruso que revolucionó la danza

Más allá de los aplausos en los grandes teatros, el famoso bailarín tuvo una convulsionada que inició con su deserción del sistema comunista soviético tal como se narra en el documental que estrena Cinecolombia.

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febrero 06, 2019
Nuréyev, el ruso que revolucionó la danza
Foto: autorizada por cinecolombia

Hay monstruos sagrados que en muy contadas ocasiones surgen en nuestra humanidad; a esa categoría pertenece Rudolf Nuréyev (1938, Irkutsk-Unión Soviética – 1993, París). Emerge este gran bailarín en un sistema político y en un contexto familiar que no veían de buenos ojos su carrera.

Nacido de una familia muy modesta en donde su padre desaprobaba que su hijo se dedicara a una profesión que consideraba deshonrosa, pues a su parecer de instructor político del Ejército Rojo y militar por añadidura, este oficio era para mujeres y homosexuales. Relaciones conflictuales que el futuro bailarín supo sortear, iniciando su carrera a escondidas de este progenitor autoritario, machista y, por demás, ausente debido a su movilización al frente militar durante la II Guerra Mundial.

Su vida fue el movimiento, ese que marcó la versatilidad de su cuerpo, la agilidad de sus piernas, la velocidad de sus pies, en un todo enmarcado de extrema gracilidad visual y cargada estética. El movimiento permanente comenzó desde su nacimiento que ocurrió en un tren, en un vagón de tercera clase, que circulaba entre Siberia y Vladivostok, y así en creciente dinamismo y desplazamiento transcurrió toda su vida. Es como si el mundo hubiese sido para él un enorme escenario por el que transitaba con el mismo donaire, precisión y vivacidad que usaba en cada pieza interpretada. El mundo: su gran escenario; su vida: una coreografía permanente.

Su primer y significativo encuentro con el mundo dancístico fue Anna Oudeltsova a los 11 años; ella entendió sus capacidades, intuyó sus dones, lo aconsejó y entrenó en secreto. La vida los separó y cuando se reencontraron, él era ya gran estrella mundial, ella tenía más de 100 años. Logra tardíamente, a sus 17 años, ingresar a la Academia de Ballet Vaganova de Leningrado. Sus camaradas advierten su falta de entrenamiento y técnica, las burlas son permanentes. Rudolf trabaja duramente para recuperar el retardo y lo consigue con creces, así lo advirtió su profesor Alexandre Pouchkine, con quien rápidamente acumula roles principales en piezas como “El lago de los cisnes”, “Giselle” y “Cascanueces”, gracias a lo cual obtiene plaza de solista en el Ballet Kirov de Leningrado (el actual Ballet Mariinsky de San Petersburgo) en donde adquiere renombre.

En 1961, el Kirov es programado en París, Nuréyev es sin duda la gran estrella que cautiva al público francés; el gran bailarín molesta a la nomenklatura soviética porque disfruta de la vida parisina nocturna, se regocija del mundo libre Occidental y es aclamado como gran diva. Todo lo contrario de las prédicas comunistas. Por esta razón al final de la etapa en París, la compañía en desplazamiento recibe órdenes estrictas de regresar al virtuoso bailarín y no hacerlo partícipe de la siguiente etapa que es Londres. Nuréyev temiendo que este súbito repatriamiento constituya impedimento para futuras presentaciones en el exterior y que fuese condenado a bailar en grupos menores de connotación meramente local, pide ayuda a unos recién conocidos parisinos y demanda asilo político. La deserción produce gran escándalo, pero permite al codiciado bailarín reiniciar su carrera en Francia, en donde rápidamente escala posiciones y se convierte en el ícono del ballet clásico e incluso del contemporáneo. La estrella refulge en el panorama Occidental.

Las presentaciones se multiplican con grandes éxitos; las ovaciones y la admiración proliferan. Entre los encuentros notables sobresale el que tiene con Margot Fonteyn, la diva británica que lo avanza en casi 20 años de edad; con ella entabla fluida amistad personal y profesional que los lleva a hacer numerosas y famosas presentaciones. Crearon un amplio repertorio de referencia para el mundo de la danza. Es también relevante su encuentro con el gran bailarín danés clásico del momento: Erik Bruhn; Nuréyev viene a buscarlo a su país y establece una relación muy sólida que sobrepasa lo profesional, se convierten en amantes; una relación sentimental que se mantuvo vigente, a pesar de la sabida promiscuidad del ruso.

1961 tiene el sabor internacional de la llamada guerra fría, esa que después de la II conflagración mundial, se caracterizó por la polarización del mundo en dos bloques: el soviético y el Occidental (encabezado por EEUU) que tuvo como características: la gran expansión armamentista, las agresiones verbales, las tomas de poder político, las guerras indirectas sin confrontación directa (Vietnam, Angola, Golfo, etc.); una época de “paz” tensa en la que cualquier chispa hubiese podido encender de nuevo la gran hoguera. En ese año se construye el muro de Berlín para marcar los límites entre los bloques antagónicos: el comunista y el capitalista. La Unión Soviética tenía dos ases de propaganda: su adelanto en materia aeroespacial que se materializó por el primer orbitaje humano alrededor de la tierra realizado por Yuri Gagarin, y como segundo gran as: la cultura, representada por su primacía en el mundo del Ballet, que para entonces representaba Rudolf Nuréyev. Cuando deserta este último, la gran Rusia queda huérfana de discurso. Es así que sin saberlo ni proponérselo Nureyev se convierte en símbolo político.

Nuréyev regresará a su patria en 1989 después de excesivos trámites. Gorbachov le autoriza una visa de visitante de sólo 48 horas con el objeto único de visitar a su anciana madre. Para entonces el bailarín ya había escalado numerosos y prestigiosos escalones, entre los cuales el de Director de la Ópera de París, convertida en templo de la danza. La penosa enfermedad que padecía no le fue óbice para proseguir su trabajo, asistía como Director y coreógrafo en camilla, hasta que la desventura del Sida le ganó batalla en 1993 y, entonces, el gran Nuréyev abandonó la escena, para entrar en el mito y la leyenda.

Tantos legados dejó el gran Nuréyev: Abundantes presentaciones que serán siempre referencia dancística; Creaciones; Cambios en el rígido mundo del ballet, como el desarrollo del rol masculino en escena, los hombres dejaron de ser simples acompañantes que hacían lucir a las divas femeninas y adquirieron fuerza y estrellato. Es, sin duda, este controvertido bailarín el más célebre en el panorama clásico del siglo XX.

Personalmente, aún retengo en mente con admiración y nostalgia sus paseíllos por el foyer de la Ópera de París, el Palais Garnier, cuando era Director de este prestigioso teatro, siempre envuelto en capas coloridas y excéntricas y rodeado de una nube de efebos que le hacían corte. Su salud, reflejada en su rostro y parsimonioso andar, ya acusaba fuerte deterioro. Es mi recuerdo presencial último de este gran hombre que se adentró en la danza y desafió e innovó los modelos existentes tantos políticos, como profesionales, sin olvidar los personales. ¡Qué el Olimpo lo tenga en buena plaza!

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PD: Una estupenda ocasión de recordar a este estupendo intérprete, director y coreógrafo en el filme documental que Cine Colombia nos presenta; una bella compilación de su vida y obra, que tendrá lugar en numerosas salas del país a inicios de febrero de 2019.

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