Estaba en la Florida intentando hacerse un nombre en vano, pero en Estados Unidos solo las diosas son divas. En Colombia, Isabella tenía nombre por su apellido, por su linaje.
Ella nunca dejó de ser una niña bien, una editora competente en Shock, la revista que se inventó y que marcó una época. A pesar de eso, como personaje dejaba mucho que desear, por algo es tan amiga de la Azcárate. Su humor plano y arribista es un cólico en el cerebro.
Nunca me gustó Los caballeros las prefieren brutas, me pareció una cosa pretenciosa, un remedo arribista y tercermundista de Sex and the city. Además, cuando fue adaptada a la televisión, verla en pantalla nos reveló la mediocridad monumental que era la obra.
Ahora Isabella quiere volver en un programa menor, un reality básico que nadie está viendo: MasterChef. Ella llega como si de un túnel del tiempo se hubiera trasladado directamente desde los años 90. Desfasada aunque, eso sí, eternamente hermosa.
En medio de todo es triste que la Santodomingo ya no nos mueva la aguja. Era sabroso cuando todo lo que hacía generaba escándalo: ella subida en un caballo azabache, ella hablando de curas, ella haciendo bromas con la Azcárate. Era otra Colombia.
Es lamentable que el tiempo pase para todos, sobre todo para nuestras divas. Es que hubo un momento en que Isabella Santodomingo era la más importante para nosotros, la reina de nuestros sueños, el amor loco imaginario, odiada por tantas mujeres que le veían con el poder de la diabla de tentaciones, capaz de torcer al más correcto. Ahora es solo una mujer de mediana edad que ni siquiera despierta malos comentarios.
El terrible arranque en rating de MasterChef confirma lo que todos sabíamos: la odiosa Isabella Santodomingo no hizo nada de falta.