Cumplida la primera jornada electoral de 2022 en la que ya se definió la composición del Congreso y los candidatos de las diferentes coaliciones partidistas, los resultados vaticinan que lo más probable es que Colombia se dirige de manera inevitable hacia un cambio de rumbo.
Como se esperaba, Gustavo Petro, líder del Pacto Histórico, confirmó a Francia Márquez como su compañera de fórmula a la presidencia de la República.
No pudo ser mejor la decisión, Francia es sin duda la revelación en la actual coyuntura política del país; no precisamente porque sea nueva en el escenario, pues, pese a su juventud, tiene ya una trayectoria reconocida a nivel nacional e internacional como lideresa ambiental y representante destacada de la población afrocolombiana, sino sobre todo porque ella simboliza el cambio social, político y cultural que hemos venido presenciando en los últimos años.
En la voz de Francia se escucha a quienes se manifestaron en el estruendoso e inédito cacerolazo del 21 de noviembre de 2019 y a todos los que se movilizaron contra la violencia, el hambre, la pobreza y el desempleo entre los meses de abril y junio de 2021.
Mujer, madre cabeza de hogar, afro, ambientalista, víctima de la violencia, hija de uno de los tantos territorios abandonados por el Estado, es, como ella misma lo dice, la representante de "los nadies", pero de los nadies que hoy salen del anonimato y se levantan como parte esas nuevas identidades que toman cuerpo en una fuerza política alternativa, dispuesta a que se reconfigure el mapa del poder en Colombia.
Con todo y ello, debemos decir que estamos en uno de los momentos más críticos de nuestra historia reciente, en medio de una campaña electoral en donde se advierte una más aguda confrontación por la posible sustitución del pacto hegemónico que se ha mantenido durante prácticamente toda nuestra vida republicana.
Las viejas dirigencias partidistas se encuentran sumidas en su más profunda crisis de liderazgo y legitimidad, su proyecto excluyente ha hecho aguas y su desconexión con las grandes mayorías es cada vez más latente. Si algo les queda de aliento es apenas para mover algunos clanes familiares o cacicazgos regionales con los que logran mantener sus cuotas de representación y su poder de extorsión en el Congreso de la República, así como ocurrió en las elecciones del pasado 13 de marzo.
A lo anterior, se suma, vale decirlo, que el acuerdo de paz firmado con las FARC le dio espacio en la agenda a los verdaderos problemas nacionales y le abrió paso a otras fuerzas sociales y formas de representación política hasta ahora invisibilizadas por el conflicto armado.
Frente a ello, se declaran en resistencia quienes se niegan a aceptar que sea posible un relevo de las dirigencias, porque asumen que por derecho propio son los eternos titulares del poder y que sus linajes están por encima del orden constitucional.
En tal sentido, que una persona como Gustavo Petro o, más aún, Francia Márquez, lleguen a ocupar la presidencia y vicepresidencia de la República es poco más que una blasfemia que no están dispuestos a permitir.
Aunque hayan pregonado siempre ser la encarnación de valores y principios democráticos, ahora encuentran que la democracia tiene límites y en este caso consisten en que una fórmula que consideran ajena a sus intereses tenga la posibilidad de ser Gobierno.
El país debe mantenerse en favor de sus caprichos y requerimientos, tal cual quiso el exsenador Uribe al solicitar el reconteo de los votos en las recientes elecciones de Congreso, que, en principio, el Registrador acató juiciosamente, porque para ellos sus deseos son órdenes.
De esta manera, durante lo que queda de la campaña, todo el establecimiento se volcará a mirar cómo cierra el paso a los sectores sociales que se expresan fundamentalmente a través del Pacto Histórico, considerando incluso la posibilidad de un fraude o, como en otras ocasiones ha ocurrido, de un acto de violencia que liquide por lo bajo las posibilidades del cambio. Esperemos que esto no ocurra, pero, por su historia, en Colombia estamos.
El camino hacia la primera y segunda vuelta, si es que hay necesidad de esta última, va a estar bastante intrincado. El reagrupamiento de fuerzas ya ha tomado sus primeros visos con la alineación de la derecha y extrema derecha en torno a Federico Gutiérrez, que por el momento suma los votos de los integrantes de Compromiso Colombia y del renunciado candidato del uribismo Oscar Iván Zuluaga, aunque éste afirme que su vinculación no se haya hecho a nombre de su partido.
Gutiérrez es sin duda la figura del continuismo, la nueva versión de Iván Duque, aunque quiera mostrarse independiente, sobre todo por la pésima imagen con que va a terminar el actual gobernante y el desprestigio en que ha caído el jefe de su partido, Alvaro Uribe Vélez, que hoy, antes que nada, es una mala compañía.
El Centro, con una campaña bastante fallida, se mantiene de todas maneras en el juego y a la espera de poder remontar los magros resultados que tuvo en la consulta y en las últimas elecciones parlamentarias.
Más que una coalición conformada alrededor de un programa de Gobierno que tuviera poder de convocatoria, fue una confluencia no articulada de individualidades con ambiciones presidenciales, cuyos egos y personalismos terminó dando más relieve a su confrontación que al sello de identidad con el que han querido diferenciarse: el alejamiento de lo que a sí mismos llaman los extremos.
De todas maneras, de pasar a segunda vuelta, lo cual en verdad es poco probable, Sergio Fajardo tendría opciones de conquistar la presidencia porque contaría seguro con los votos de la derecha y la extrema derecha, que se le van a unir con tal de cerrarle el paso a un posible triunfo de Gustavo Petro.
En buena hora el Pacto Histórico no endosó su fórmula vicepresidencial ni su posible triunfo en las elecciones presidenciales en acuerdos burocráticos con los partidos, que no deja de tener cierto tufillo de extorsión en gracia al caudal de votantes alcanzado.
Resultaba mejor mostrar coherencia y mantener la sintonía con lo que las mayorías ciudadanas hoy están reclamando: el alejamiento de las viejas dirigencias y su necesidad de consolidarse como el punto de convergencia de las demandas de los sectores alternativos.
No hay nada todavía que pueda ser cantado, aunque sean evidentes las ventajas del Pacto Histórico, por su elevada votación en la Consulta y sus buenos resultados en las elecciones del Congreso; a Federico Gutiérrez no le ayuda ser, aunque lo niegue, la nueva ficha con que el uribismo espera mantenerse en el poder. Fajardo no logra convencer todavía como candidato, entre otras porque nunca ha sido claro cuál es en realidad su propuesta de Gobierno.
Rodolfo Hernández parece morderle todavía algunos votos a la derecha, pero lo más seguro es que termine desinflándose, en la medida en que se han ido definiendo los que serán verdaderos finalistas en contienda. Ingrid Betancur pasará sin pena ni gloria y tal vez volvamos a verla dentro de otros cuatro años, ojalá haciéndole menos daño a quienes en un principio se propuso arropar en el manto contaminado de su fórmula salvadora.
Lo mejor para Petro sería ganar en primera vuelta, lo cual, aunque difícil, no es descartable. El entusiasmo que ha generado su campaña y el momento político que estamos viviendo, con prácticamente todas las fuerzas sociales reunidas en torno a su propuesta, sumado al liderazgo nacional y el toque diferenciador que le ha imprimido Francia Márquez, le están dando un impulso que bien podría manifestarse a su favor en los resultados del próximo 29 de mayo.
En cualquier caso, lo importante sería que cada ciudadano y ciudadana se sientan partícipes de esa necesidad de cambio que el país requiere y salgan a ejercer su derecho al voto.
Nunca habíamos estado tan cerca de concedernos el derecho a que una nueva generación de dirigentes asuma el liderazgo en la búsqueda de soluciones a los ingentes problemas que acusan al país.
Los de siempre ya han tenido todas las oportunidades y solo las han usufructuado a su favor, sin importar que hoy nos tengan sumidos en la más cruda violencia, la desigualdad, la pobreza y un estado de enajenación que hasta ahora nos ha hecho cómplices de nuestras más caras falencias. Es la hora de cambiar el rumbo.
*Economista-Magister en estudios políticos