En 1957, a fin de sacar la oposición del juego democrático electoral, la burguesía colombiana se ideó el famoso “frente nacional”, consistente en que sus dos partidos tradicionales se alternaban en el gobierno durante 16 años. Así sucedió y tanto les gustó ese experimento que aunque se terminó legalmente, en la práctica siguieron “haciéndose pasito”. Como hermanos gemelos se robaban juntos el erario nacional, se confabulaban en patrañas clientelistas, se repartían entre sí las coimas y mermeladas del gobernante de turno, hasta que la corrupción se volvió tan excesiva que el pueblo empezó a darse cuenta de sus desmanes y a quitarles el tradicional apoyo incondicional inconsciente.
Fue así como en la primera vuelta electoral para elegir presidente 2018-2022 pasó a segunda vuelta Gustavo Petro, candidato popular de centroizquierda, quien no es del afecto de esa burguesía, por lo cual esta decidió reagruparse alrededor de su legítimo candidato de derecha, el que sí interpreta fielmente sus intereses de clase: Iván Duque. Derribaron la sutil frontera ideológica entre sus partidos e identificándose más que todo por sus comunes intereses económicos, por la similitud delincuencial en su accionar, por su afán en eliminar físicamente a sus opositores y no por establecer la paz, y por sus oscuros gobiernos del pasado, lograron ganar con él la presidencia del país.
Se ignora el nombre que darán a su nueva forma de manguala bipartidista: si conformarán un nuevo partido; si constituirán un movimiento amplio encabezado por corruptos, delincuentes, fanáticos religiosos y fascistas incorregibles; si tendrán el cinismo de regresar a sus anteriores toldas partidarias. En todo caso, el nuevo movimiento liderado por Petro no admite oscurantistas ni ladrones. Lo único lamentable es que aún son muchas las personas ingenuas e ignorantes que andan detrás de esos personajillos, las que fueron utilizadas para obtener la mayoría, pues por lo menos la mitad de la votación de Duque fue de idiotas útiles manejados por las iglesias y gentes desinformadas que se comieron los cuentos del Petro castrochavista, expropiador y ateo, y que no conocieron las propuestas en materia de salud, educación, medio ambiente, cultura, igualdad social y desarrollo productivo.
El presidente electo de las burguesías no tuvo ambages al afirmar que sus amigos eran los “decentes” de verdad, absteniéndose de nombrar en esta pulla a la mayoría de ellos, a la pandilla de bandidos que lo respaldó. En su discurso triunfal anunció que será un presidente conciliador, que buscará consensos con las comunidades y que procurará la unidad entre todos los colombianos. Sin embargo, Lo mismo han dicho todos los expresidentes al momento de ser elegidos, palabras que olvidan después de su posesión. ¿Qué hará para garantizar los derechos completos a la salud y a la educación, no sólo a los estratos 1 y 2 sino a los estratos 3 y 4? ¿Va a permitir la minería aurífera a cielo abierto y el fracking para extraer petróleo y gas? ¿Va a garantizarles la tierra a los campesinos que carecen de ella o se las va a ceder a los terratenientes y empresarios agrícolas?, ¿Cómo va a mermar la producción de CO2? ¿Cómo va a acabar con la pobreza extrema y a reducir la informalidad? ¿Es que va a romper con su tutor Uribe? ¿Cómo va a implementar los Acuerdos de La Habana o los va a despedazar? ¿Va crear una sola corte a la medida de su mentor o va a mejorar la justicia, dejando vigente la Constitución de 1991? Esperamos acciones concretas para resolver estas y muchas otras preguntas y nos demuestre si de verdad cumple o es otro promesero como todos sus antecesores.
A pesar del revés electoral de los de abajo, tenemos que registrar avances en cuanto al pensamiento crítico y el nivel de concientización del pueblo colombiano. Del resultado electoral en la segunda vuelta se puede deducir que los pobres están buscando nuevos horizontes, que confían más en sí mismos y han dejado de temerle a los fantasmas con los cuales siempre los han chantajeado, que quieren defender el agua y el medio ambiente y buscar alternativas a las energías de origen fósil, que desean igualdad social, que odian la corrupción y quieren un país en paz y con justicia social. Falta por educar ese 47% de abstencionistas: a los que no confían en el poder popular unido, a los pesimistas congénitos y abúlicos que ya no creen en nada ni en nadie ni les importa el futuro del país porque llevan decenios esperando su bienestar y éste nunca les llega.
Nos alegra que Colombia viva un proceso de desalienación y avance en decisiones autonómicas; las elecciones del inmediato futuro deben confirmarlo.